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Las artesanas del hogar

Dos madres artesanas cuentan cómo han sobrevivido con sus manualidades y cómo alternan los dos roles. La entidad Artesanías de Colombia, adscrita al Mincomercio, lleva 45 años apoyando a estas mujeres.

Carolina Gutiérrez Torres
10 de mayo de 2009 - 09:30 p. m.

A la que ella llama su madre, que en realidad es su tía, tomaba largos flecos y los iba juntando uno con otro hasta formar nudos, que después se convertían en figuras y luego de días y días llegaban a ser elegantes chales o pañolones. Liliana Wilches tenía cinco años. Vivía en Duitama, Boyacá, con su familia paterna porque su mamá, una guajira, se fue y la dejó a cargo del padre.

Liliana tomaba los flecos y seguía, atenta, las manos de su tía Nazareth. Nudo por nudo. La tía trabajaba para encargos de extranjeros o de mujeres ricas, y ella, la chiquita de la casa, lo hacía para sus muñecas. Así la convenció Nazareth de aprender macramé, el “arte de hacer nudos”.

 “¿Usted sabe de dónde viene el macramé? —pregunta Liliana, hoy con 37 años, y una hijita de dos meses en sus brazos—. Los árabes lo llevaron a España y luego los españoles lo trajeron a América. Pero es más bonito el macramé de nosotros. Es más artístico, tiene más trabajo, en cambio el español son unos nudos simples y unos flecos colgando”. Nunca deja de contemplar a su pequeña. La besa, le acaricia la mejilla, le pone y le quita el gorro. Valery Juliana es su primera hija y se declara enamorada de ella.

Liliana entró a la escuela, después al colegio, y dejó abandonado el macramé. Sólo volvió a él en la universidad, cuando estudiaba administración de empresas agropecuarias y vio en los nudos de Nazareth la posibilidad de tener su propio dinero. Ya vivía en Bogotá. Su tía la empezó a llevar a ferias y le presentó a sus clientes y la convirtió en una reconocida artesana.

“Mi tía fue la pionera del macramé. Ella es la que debería estar acá, contándole esto. Ella fue quien comenzó a exportar los pañolones, con la asesoría de Artesanías de Colombia”, dice, y otra vez pierde el rumbo de la conversación por mirar a la bebita y decir “que es lo más hermoso que me ha pasado. Es que cada día hace algo que me enamora más, por ejemplo, hoy me sonrió”.

Sonríe Liliana al recordar una tarde de feria en la que el diseñador Hernán Zajar la invitó a su tienda, a trabajar con él, y ella, que todavía tenía dudas sobre a qué oficio dedicarse —el campo o las artesanías—, quedó encantada con la moda fusionada con los clásicos nudos de su tía. Y a eso le entregó la vida, hasta hoy, y por muchos años más ahora que está Valery Juliana con ella, en sus brazos, sollozando porque ya es hora de comer.

Los vestidos de macramé de Liliana han viajado al reinado de Filipinas, y han estado en las pasarelas de Cartagena. También trabajó para Alfredo Barraza y contar eso la llena de orgullo porque con él, y con Zajar, aprendió de moda, de tendencias, sin dejar el legado de Nazareth. Ahora tiene su propia empresa, pequeñita, llamada Tejimano. Ella, y diez madres cabeza de familia que viven en el campo, en Duitama, hacen pedidos para algunos clientes, sobre todo extranjeros que “son los que valoran nuestro arte”, dice Liliana.

En los últimos días ha tenido pocos pedidos. Ha repartido su tiempo entre el arte de los nudos y el de ser mamá. Para trabajar acomoda a la bebé en una silla a su lado, toma el pañolón que está a punto de terminar o el vestido color ocre que debe enviarle a una diseñadora francesa, y comienza a hacer nudo por nudo. Alterna la atención en los flecos con la de la hija y dice que ojalá Valery herede ese oficio, o si no es ese, que sea la música. “Aunque yo sé que va a prender a amar el macramé. Cuando se crece con este arte se aprende sin obligaciones”, dice y aprieta a la bebé a su pecho.

Puntadas de madre y abuela


La señora, de manos pequeñas, toma los tapices y los extiende sobre la cama. El primero mide un  metro por un metro. Tiene un paisaje de árboles y ovejas y casas y nubes y mariposas. Todas las figuras son de colores, de muchos colores, rellenos de espuma y tejidas luego con hilos coloridos también. A doña María Elsy una amiga del barrio Santa Rosa de Lima, al sur de Bogotá, le enseñó a “echar puntada”, dice ella, cuando tenía 12 años. Le enseñó a diseñar tapices en tela, y luego a hacer delantales, cojines y cuadros con la misma técnica.

“Con esto les di el estudio a mis hijas”, cuenta doña María. (De 24, 26, 27 y 28 años) y eso la enorgullece, porque ella sólo estudió hasta quinto de primaria. “Mis padres decían que uno de mujer para qué iba a estudiar más, ¿para ser madre?”. En cambio ella sí trabajó, y cosió, y creó paisajes, para pagarles la secundaria a las cuatro niñas.

Y mientras ellas estudiaban, la señora María iba a ferias, se ganaba medallas y exportaba sus tapices. Atendía los encargos de Artesanías de Colombia, y los de una empresaria brasileña que se enamoró de su trabajo y decidió llevarlo hasta su país y comercializarlo. 

Todas las hijas aprendieron a coser y dos de ellas la siguen acompañando. Ahora doña María teje sus tapices mientras cuida a sus nietos. Nicolás, de tres años, es el pequeño de la casa. La abuela intenta coser una figura en la tela de dacrón hilo o popelina, y él le pide que jueguen al “gol”. Corretea por un patio enorme que hay detrás de la casa y la abuela intenta trabajar y reprenderlo al mismo tiempo. A sus nietos las artesanías también les ha dado la comida.

Artesanías de Colombia cumple 45 años

Este mes Artesanías de Colombia cumple 45 años trabajando con los artesanos del país. Su gerente general, Paola Andrea Muñoz, destaca que esta entidad “brinda capacitaciones en desarrollo social y humano, en el fortalecimiento del ‘ser artesano’. Una vez trabajamos en las raíces y en el desarrollo personal, nuestro esfuerzo se concentra en trabajar en el mejoramiento de sus productos”.

En 2008 esta institución realizó ventas directas por $1.775 millones, cifra que representa un aumento del 6% con respecto al año 2007. Asimismo, el año pasado se ejecutaron, a través de los Centros de Desarrollo Artesanal y expertos internacionales, unos 30 programas y proyectos que atendieron a 10.256 artesanos.

Por Carolina Gutiérrez Torres

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