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Las contradicciones del dueño de la San Martín

El fundador de la polémica universidad es un personaje que parece una suerte de enigma. Para algunos es un visionario, para otros un hombre terco, mala paga y obstinado.

Sergio Silva Numa
16 de noviembre de 2014 - 03:13 p. m.
Mariano Alvear Sofán, dueño y fundador de la Fundación Universitaria San Martín.  / El Tiempo
Mariano Alvear Sofán, dueño y fundador de la Fundación Universitaria San Martín. / El Tiempo

Si alguien se diera a la tarea de buscar en Google el nombre de Mariano Alvear, se encontraría, en sólo noticias, 1.830 resultados. Buena parte de ellos, claro, nada tienen que ver con el dueño de la Fundación Universitaria San Martín, pero al menos hasta la cuarta o quinta página del buscador, su nombre, el de su hijo (Martín Alvear), y el de sus otros negocios, aparecen como protagonistas en los titulares de los medios. Estar en el ojo del huracán desde hace semanas, entre ceja y ceja de estudiantes, trabajadores y del mismo Ministerio, le ha valido a don Mariano una fama asociada a no pocos delitos y a algunos rumores de pasillo.

Que desvió recursos de los 26.000 alumnos que se matricularon en su universidad, que sus propiedades y las de su familia superan los $100.000 millones, que solía cargar con un cristo de oro de 21 esmeraldas, que tiene lujosos carros, mansiones en Aruba, Girardot y San Andrés y apartamentos con piso de mármol en Bogotá. Pero ante tantos datos sueltos, ante tantas conjeturas, ¿quién es en verdad Mariano Antonio Alvear Sofán? ¿Quién es ese cordobés nacido en Montería que no acude ni a las citas de Gina Parody? ¿Qué hay detrás de esa figura de 1,78 metros de estatura que el 12 de marzo cumple 75 años y que alguna vez decidió dedicarse, sin mucho tino, a la educación?

De él poco se sabe. Preguntar por qué, quién es y dónde anda metido, solo contribuye a crear un personaje que es más una suerte de enigma del que pocos quieren hablar. Un hombre que se debate entre la vivacidad y la torpeza. Un negociante que algunos tildan como visionario y otros como un viejo terco y obstinado. Un patrón generoso que siempre pagaba más del mínimo y un desconfiado y testarudo que a nadie dejaba mover un peso de su fortuna, a tal punto de trasladar la tesorería de su riqueza a su propio apartamento.

¿Quién es, entonces, Mariano Alvear? “Prefiero no hablar y así evito problemas”, dice Silvio Alvear, familiar que vive en Montería. También llamamos a Martín, su hijo, pero sólo se comunica a través de su abogado: el exfiscal Mario Iguarán.

‘Discúlpeme señor juez’

El pasado 8 de septiembre don Mariano Alvear le envió una carta al Juez Quinto Penal Municipal de Bogotá excusándose por no asistir a una cita a la que debió ir 4 días antes. El motivo no era otro que una queja de salud. Una hernia discal (columna vertebral), se lee en el texto, “imposibilitan la movilidad de mi organismo, lo cual acredito con respectiva certificación médica”. El documento lo enviaba desde su domicilio en Girardot, El Peñón Condominio Campestre.

A esa propiedad, como le dijo a este diario un allegado, fue a parar no hace mucho. Ese era uno de los lugares de descanso que tenía Alvear pero al que dejó de ir por algún tiempo luego de que, dicen, le secuestraran a uno de sus hijos, que era sólo hijo natural de su difunta esposa, Gloria Orozco de Alvear. Su nombre: José Santiago Alvear Orozco, llamado a juicio por la Fiscalía en 2010.

Asegura una fuente de Montería cercana a don Mariano que mientras estuvo en Bogotá no era dado al descanso. Sus rutinas parecían ser rigurosas. “Podían empezar a las 10 a.m. en su oficina en la sede de la calle 63 y podían terminar a las 11 p.m. en su casa”.

“Era usual ver treinta y cuarenta personas esperando una cita con él. Uno de sus escoltas repartía boletas que hacían las veces de turnos. No siempre lográbamos entrar”, recuerda alguien que trabajó con él por más de siete años. “Se acumulaba mucha gente porque ahí tenía que ir cualquier empleado que necesitara dinero para el mantenimiento de alguna de sus empresas. Si él no autorizaba los cheques (que podían salir tanto del Fondo para el Fomento para la Educación como de cualquiera de sus compañías), nadie más soltaba un peso. Si lo convencían las razones de gasto que uno le presentaba, se la daba. Si no, no. Por eso muchos animales del Centro Internacional de Biotecnología Reproductiva (Cibre) muchas veces no se alimentaban de manera correcta”.

“En la reuniones solía leernos algún versículo de la Biblia porque religioso sí era. Y también malgeniado aunque se riera con frecuencia. Evitaba el estrés y cuidaba mucho de su salud. Si yo tenía gripa, sus escoltas no me dejaban acercármele ni a dos cuadras. El licor, creo, lo había dejado luego de que se suicidó el otro hijo que tuvo con su esposa. Se lanzó de un piso altísimo. Nadie supo por qué”.

A ese ritmo, como cuentan, le gustaba proponer ideas; una tras otra. “Era un visionario pero de repente le entraba la locura de suspender los proyectos. O arrancaba y no hacía cálculos de los recursos que necesitaba. O les empezaba a pagar a los empleados y a los dos meses les dejaba de consignar. Así se perdió el convenio con la Universidad de Contestado en Curitiba, Brasil, y con la Universidad Peruana de los Andes, en Lima”.

“Todo sin embargo, —dice otra persona— pudo haber funcionado a la perfección si el Ministerio no cancela los programas. Los había descuidado por estar invirtiendo en el ganado y ahí todo se vino abajo. Las matrículas de los estudiantes, la gran turbina que alimentaba sus negocios, dejó de funcionar”.

Ese, como explica alguien más, fue el gran detonador. Pero hubo otro factor esencial: “la enfermedad y muerte de su esposa (en enero de 2011). Ella mantenía todo en orden. Pero luego de que falleció, la tesorería de la Universidad la trasladó a su apartamento y empezó el verdadero despelote”.

Vacas con aire acondicionado

Cuentan algunos que el día que murió la esposa de Alvear la llevó directo al cementerio. Luego, sin hacerle velorio, trasladó su cuerpo a la capilla de la San Martín en la calle 82. Ahí, frente a una virgen, hay un osario con una placa: “Todos la amaban por que daba y ella daba por que amaba” (Sic.)

Si uno pregunta por cómo era don Mariano, lo primero que se les viene a la cabeza a muchos es una serie de anécdotas como esa y proyectos que, como afirman, no tenían asidero. La mayoría de ellos relacionados con el Cibre, su empresa de cabecera (luego de la San Martín) y a la que le apostó —y por la que perdió— buena parte de su riqueza.

El que más recuerdan fue el día que compró unas 30 cabezas de ganado en México de raza Suizo Americano. “Ese tipo de ganado es solo de clima frío, pero él insistió en llevarlo a Montería porque tenía que lograr la misma productividad. Para eso ingenió un espacio con aire acondicionado, pese a que le repetimos que llevara los animales a Briceño (Cundinamarca), donde es la sede principal del Cibre. Después de que se empezaron a morir cambió de opinión”.

Pero en medio de esa opulencia, que —concuerdan todos— no se veía representada ni lujos estrafalarios ni carros, Mariano Alvear era un hombre desconfiado. “La muestra de ello es que cuando aún atendía en su oficina, mantenía allí unos termos especiales de las muestras de pajilla y embriones más costosas. Había semen de un toro llamado Radar. Su precio bordeaba los $600.000. Para que se mantega, ese material deben tener un adecuado nivel de nitrógeno. Pero se bajó y se perdieron muchos millones de pesos”.

Sin embargo, como indica un ex trabajador de Briceño, con el tema de la compra de fincas había una particularidad: “muy pocas veces conoció una antes de comprarla. Por su oficina se aparecían vendedores que solo mostrándole videos lo convencieron”.

“Y eso, aunque parezca mentira —comenta otro exempleado—, es verdad. Por ejemplo, jamás conoció las fincas de Montería. Martín (el otro de sus dos hijos) habrá venido unas cuatro veces”.
“Hay otra perla que no todos supieron. Una vez, en la sede de Briceño hubo un problema con el acueducto y el doctor Mariano mandó a traer camionados de agua Cristal, que eran carísimos, para darle a los terneros. Así duramos un semestre”. 

Por Sergio Silva Numa

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