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Beirut, una ciudad marcada por la tragedia

La capital del Líbano es una de las ciudades más antiguas del planeta; su historia está plagada de guerras, ataques, bombardeos, violencia e inestabilidad política. La explosión en el puerto lo complica todo.

06 de agosto de 2020 - 02:00 a. m.
Las imágenes de los destrozos que dejó la explosión en el puerto de Beirut son impactantes. Comienza a llegar la ayuda internacional.
Las imágenes de los destrozos que dejó la explosión en el puerto de Beirut son impactantes. Comienza a llegar la ayuda internacional.
Foto: Agencia AFP

La fuerza brutal que se liberó tras la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto de Beirut (Líbano) dejó una ciudad destruida y desolada. Los potentes estallidos causaron al menos 135 muertos, más de 5.000 heridos y unos daños incalculables en un país azotado por la crisis económica, energética y sanitaria. Los hospitales están desbordados por las víctimas de la explosión y los enfermos de COVID-19, cuyos contagios no paran de crecer. El colapso parece inminente.

Y aunque la ciudad ya se ha levantado en otras ocasiones de las cenizas, esta vez el panorama es más complejo. “Nunca en mi vida he visto un desastre tan grande; es una catástrofe. No sabemos cómo nos vamos a recuperar de esto, pero tenemos que ser valientes”, reconocía entre lágrimas el gobernador de Beirut, Marwan Aboud.

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La ciudad fue fundada por los fenicios y se convirtió en una urbe clave desde el siglo XV a. C. gracias a su posición geográfica privilegiada en el este del Mediterráneo, que le permitió conectar a Europa con Oriente Medio. En el siglo XIX ya tenía rutas marítimas directas con Estados Unidos y las principales ciudades europeas. Era, según historiadores, la ciudad más cosmopolita de la región.

Pero al tiempo que la ciudad progresaba, crecían las tensiones entre grupos religiosos y políticos del país, que finalmente en 1975 se enfrentaron, desencadenando una guerra civil que duró quince años y dejó un saldo de 120.000 muertos, 76.000 desplazados y un éxodo de un millón de personas.

“Tras la independencia de Francia, en 1943, Líbano adoptó un modelo de reparto de poder (hoy en vigor) en el que el presidente debe ser cristiano maronita; el primer ministro, musulmán suní, y el presidente del Parlamento, chiita; además de lograr la pacífica coexistencia de 17 tribus. La llegada masiva de guerrilleros palestinos de la OLP, expulsados de Jordania tras el septiembre negro de 1970, puso a temblar ese equilibro y Líbano se dividió entre los que apoyaban a Palestina y los que respaldaban a Israel”, explican historiadores.

Tras el acuerdo de paz, firmado en octubre de 1990, todas las milicias armadas se desarmaron, excepto Hezbolá, que decidió mantener sus armas para “luchar contra la ocupación israelí del sur del Líbano”, y por eso ha sido escenario de atentados y bombardeos. El país vive técnicamente en guerra con Israel, nación que negó cualquier participación en la explosión del martes y ofreció ayuda humanitaria y médica a los libaneses para enfrentar la catástrofe.

A pesar de esa tensión, Beirut vivió una buena época, pues se convirtió en una urbe cosmopolita, atractiva para el turismo y los negocios. Conocida como la “París del Medio Oriente”, se volvió la sede de importantes organizaciones internacionales y recuperó la pujanza gracias al puerto.

Pero la inestabilidad política, el sectarismo, la corrupción y otros males la superaron. “Guerra Civil del Líbano: 1975-2019”, escribieron manifestantes en las calles de la capital libanesa, escenario de protestas por el desempleo, el racionamiento de energía, la inflación, la escasez, etc.

Ciudad arrasada

Hoy “la capital de Líbano es una ciudad siniestrada”, declaró el gobierno. El alcalde Aboud indicó que unas 300.000 personas se quedaron sin casa debido a los enormes daños, que dice, afectaron a más de la mitad de la capital, de cerca de dos millones de habitantes.

Hubo daños hasta en el interior de la terminal del aeropuerto de Beirut, situada a nueve kilómetros del lugar de las explosiones. Y es que fue tal la potencia de estas explosiones, que los sensores del Instituto Geológico de Estados Unidos (USGS) lo registraron como un sismo de magnitud 3,3. Y su onda de choque se sintió en la isla de Chipre, a más de 200 kilómetros de distancia.

El suelo está lleno de maletas, gafas, zapatos, carpetas y papeles de las oficinas cercanas, que salieron volando por la explosión. A unas decenas de metros se ven hileras de carros importados, todos destruidos por la onda explosiva. La mayoría de buques apostados en el puerto, como el Mero Star, tienen grietas en el armazón y comienzan a hundirse.

En todos los barrios de la capital, incluso en los suburbios, periodistas han mostrado destrozos causados por las explosiones: muros caídos, vidrios rotos, postes de luz doblados... Un panorama que revivió los terribles recuerdos del atentado que causó la muerte del exprimer ministro Rafik Hariri, el 14 de febrero de 2005, cuando una camioneta cargada de explosivos fue activada al paso de su caravana, matando a 21 personas e hiriendo a 200.

Este viernes se espera el fallo de la ONU sobre este atentado, que ha sido una de las peores tragedias de Líbano. Las explosiones en el puerto son el golpe mortal para un país que ya iba rumbo al colapso.

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