Cultura: el nuevo petróleo de Arabia Saudita

Hasta hace poco era uno de los países más conservadores del mundo, con la llegada del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, Arabia Saudita no para de atraer artistas y espectáculos.

Ben Hubbard/ Especial del New York Times
31 de marzo de 2018 - 03:51 p. m.
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Las luces se hicieron más tenues, el director apareció y el teatro casi lleno le aplaudió cuando se colocó frente a la orquestra. Luego las luces brillaron, iluminando al elenco en vestuario árabe histórico sobre el escenario.

“Mi amor, háblame en forma de poema”, cantó la voz femenina principal, dando inicio a una ópera sobre el racismo, la guerra y el amor. Fue notable no tanto por el espectáculo mismo, sino por el hecho de que estaba teniendo lugar y además en un escenario público, en la capital conservadora de Arabia Saudita. La reciente producción de “Antar y Abla” es parte de un nuevo impulso a gran escala por parte del gobierno saudita para crear —prácticamente de la nada— un sector de entretenimiento vibrante para sus 29 millones de habitantes.

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Desde hace tiempo Arabia Saudita se ha conocido como uno de los lugares más conservadores del mundo, donde la barbuda policía religiosa hacía cumplir estrictos códigos sociales y las mujeres ocultaban su cuerpo y a menudo se cubrían el rostro en público. Los conciertos y el teatro estaban en gran medida prohibidos, e incluso la idea misma de la diversión se miraba con el ceño fruncido como algo contrario al islamismo.

Ahora el reino está iluminado con festivales de cómics, espectáculos de danza, conciertos y carreras de camiones monstruo. El gurú de la música New Age, Yanni se presentó en diciembre, al igual que el rapero estadounidense Nelly (para una audiencia de puros hombres). La estrella del pop egipcio Tamer Hosny está programado para este mes, aunque se prohibirá a sus fanáticos bailar y moverse al ritmo de la música. El Cirque du Soleil hará su debut en Arabia Saudita este año (con un vestuario menos atrevido del que usan en todos los demás lugares). Hay compañías internacionales firmando contratos para operar salas de cine por todo el país.

Estos son algunos de los cambios que el príncipe heredero Mohamed bin Salmán trató de resaltar cuando a su paso por Estados Unidos,con el fin de cortejar a inversionistas estadounidenses. Mohamed, el audaz heredero de 32 años del trono saudita, está buscando reorientar la economía basada en el petróleo, y al mismo tiempo hacer la vida más disfrutable para los sauditas. Los funcionarios dicen que el entretenimiento será útil en ambos frentes.

La intención es que los sauditas que gastan miles de millones de dólares al año en entretenimiento en el extranjero se queden mejor en casa para divertirse, y se creen así algunos de los muy necesarios empleos.

El impulso también tiene un uso político. Desde su aparición ante la mirada pública hace tres años, Mohamed se ha elevado a la cima de la estructura del poder saudita, al tiempo que ha socavado los pilares tradicionales de la sociedad.

Ha restado poder a la institución religiosa quitándole a la policía islámica la autoridad de arrestar a las personas y silenciando a los clérigos que se oponen a sus reformas sociales. También dirigió hace poco una purga de príncipes y hombres de negocios prominentes, eliminando así a posibles rivales y enojando a varios miembros de la familia real.

Simultáneamente, Mohamed ha estado cortejando a la juventud con miras a contar con un nuevo electorado que respalde sus programas. Casi dos tercios de los sauditas tienen menos de 30 años, y muchos han apoyado de manera entusiasta los cambios.

“Lo amo”, dijo Ibtihal Shogair, de 25 años, que disfrutaba de unas mini hamburguesas con una amiga en una feria de la comida a cargo de la rama de entretenimiento del gobierno en el jardín de un lujoso hotel en Riad. “Llegó como un hombre joven que piensa más como nosotros”.

Solo el tiempo dirá qué tanto del impulso al entretenimiento creará trabajos, apuntalará una economía que sufre por los precios bajos del petróleo y compensará los nuevos impuestos que han dañado los presupuestos familiares.

Como el mayor exportador de petróleo del mundo, Arabia Saudita depende en gran medida de este. Financia los empleos gubernamentales que dan empleo a la mayoría de los sauditas que trabajan. Sin embargo, la caída de los precios del crudo desde 2014 ha extraído el efectivo de las arcas del Estado, lo que ha significado menos oportunidades para los cientos de miles de jóvenes que ingresan al mercado laboral anualmente. Mohamed espera compensar esto impulsando al sector privado en áreas como la atención médica, la minería y el entretenimiento.

“Al abrir el espacio público, están dando aire para que la gente, tanto hombres como mujeres, se reúna a interactuar”, dijo Kristin Diwan, catedrática residente del Instituto de los Estados del Golfo Pérsico, en Washington. “Pero también tendrán que brindar empleos”.

Los sauditas conservadores que consideran a los productos culturales importados como el jazz, el cine y el ballet amenazas a lo que ellos ven como la peculiar identidad islámica del país han guardado silencio en su mayoría. Así que el gobierno está avanzando, apostando a que quienes buscan la diversión sean más que quienes se oponen a ella.

Los cambios han sido de gran ayuda para las empresas que batallaban con el viejo sistema.

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Ameera Al-Taweel, presidente de Time Entertainment en Arabia Saudita, dijo que antes tomaba meses obtener permisos para eventos, además de negociaciones con la policía y ministros gubernamentales. Eso hacía que solo quedara tiempo para unos cuantos eventos al año.

Ahora, la autoridad encargada del entretenimiento otorga permisos en unas cuantas semanas, y los eventos de la empresa se han duplicado anualmente, dijo. Tiene 28 eventos planeados para 2018, incluyendo los del Cirque du Soleil, la Semana de la Moda saudí, un festival de jazz y la ópera “Antar y Abla”.

Algunos eventos han generado una respuesta negativa. Un video de chicos y chicas bailando juntos en una convención de cómics en 2016 se hizo viral. Pero las audiencias se han adaptado.

“Ahora, cuando vas a un lugar y escuchas música ya no es raro”, dijo Al-Taweel.

Por Ben Hubbard/ Especial del New York Times

 

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