En Cataluña todo puede pasar (o no)

A pesar de haber pasado por un referendo y una declaración unilateral de independencia, las acciones del Gobierno español consiguieron que nada cambie en Cataluña. El jueves se celebrarán elecciones del parlamento local.

Miguel M. Benito
20 de diciembre de 2017 - 03:00 a. m.
Desde Bélgica, el expresidente catalán, Carles Puigdemont, aspira a ser elegido en parlamentarias del jueves. / AFP
Desde Bélgica, el expresidente catalán, Carles Puigdemont, aspira a ser elegido en parlamentarias del jueves. / AFP
Foto: AFP - JAVIER SORIANO

¿Se acuerdan de Cataluña? Entre el 1° de octubre ¬fecha del pseudorreferendo por la independencia¬ y el 27 de aquel mismo mes –cuando se decidió la aplicación del artículo 155 de la Constitución española, por el que el gobierno central asumía las funciones del gobierno autonómico–, estaba en todas las conversaciones y noticieros. Y de repente se dejó de hablar. Como si nada hubiera pasado, casi hasta el punto de pensar si realmente había pasado. Simplemente, las aventuras del independentismo en Cataluña dejaron de interesar a las audiencias que habían asistido atónitas a los acontecimientos de octubre. Un mes en el que Rajoy y Puigdemont escenificaron una partida de ajedrez entre un abúlico, que no quiere jugar a nada y participa con desgana, y un jugador, que sabiendo que va a perder a mitad de partida se pone a jugar al parqués, a ver si de ese modo logra su objetivo: ganar. Teatro del absurdo en toda su magnitud.

La respuesta de Rajoy a “la crisis de octubre” ha sido la legalidad estricta. Y nada más. Y, sí, es cierto, el presidente español ha tenido las leyes de su parte y desde el 1° de octubre estaba abocado a seguir, acatar y aplicar las decisiones del poder judicial. El problema en el caso de Rajoy está en los años previos, especialmente los cinco años como inquilino del Palacio de la Moncloa. Desde que es presidente de gobierno, no ha tomado una sola iniciativa, acción o reforma que desactivase el creciente independentismo. Pareciera que tomar la iniciativa va contra la naturaleza del presidente español. Gobernar es algo que pasa por inercia. En el libreto de Rajoy, las cosas se solucionan solas; salvo cuando no lo hacen. Y en el caso del independentismo, no lo ha hecho.

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Pero si Rajoy ha pecado de pasividad, Puigdemont se ha pasado en su proactividad. Los independentistas, apelando constantemente de democracia y diálogo –aunque sin vocación alguna de ejercer ni una ni otro–, rompieron con cualquier camino político hace tiempo. Sin ningún apoyo internacional –ni opciones de conseguirlo–, incapaces tanto de alcanzar acuerdos en el parlamento nacional para una eventual reforma de la organización territorial del Estado, y sin una mayoría abrumadora para su proyecto en la misma Cataluña, optaron por la vía de los hechos consumados. Imponer su opinión, creando la ficción de que todos los catalanes apoyan la independencia y hay un conflicto esencial entre Cataluña y España. De hecho, la convocatoria del pseudorreferendo y la aprobación de la llamada Ley de Transitoriedad en el Parlamento regional de Cataluña, en septiembre, supusieron un esfuerzo por acallar cualquier disenso en el ente regional. Renuncia total a la política con el añadido de la posterior ilegalidad de los actos.

En medio de ese esperpento, Rajoy salió de octubre con alguna ventaja. Y es lógico, porque si bien muchos analistas y reporteros dijeron que la aplicación del artículo 155 de la Constitución suponía una “opción nuclear”, se estaban equivocando: la que movió las placas tectónicas y abrió brechas en la convivencia catalana, fue el pseudorreferendo del 1° de octubre y la surrealista declaración unilateral de independencia no oficial.

El octubre de frenesí se cerró con un acelerado traslado de sedes de empresas fuera de Cataluña –quizá el factor más importante a la hora de entender las implicaciones reales para los catalanes de lo que podría suponer la independencia–, la movilización de la sociedad civil catalana no nacionalista –tradicionalmente poco activa, pero manifestó su descontento–, fugas y detenciones. En una campaña electoral delirante Puigdemont, el expresidente catalán, ha hecho su participación en la campaña electoral desde Bélgica y por videoconferencia, y el que fue su vicepresidente, Oriol Junqueras, desde la cárcel. Por cierto, Puigdemont, desde Bruselas ha hecho todo lo posible para culpar a la Unión Europea de parte de las penurias del independentismo tras aquella declaración unilateral de independencia no vinculante y, sobre todo, desconcertante.

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La aplicación del 155, hecho sin precedentes, que se preveía como sismo incontenible, no lo fue. La transitoriedad y el perfil burocrático impuesto por el presidente Rajoy neutralizaron buena parte del argumentario del independentismo por la supuesta violación de derechos políticos ante la sustitución de las autoridades al frente del Gobierno regional. En este sentido, la convocatoria de elecciones regionales para el 21 de diciembre garantizó una pronta vuelta al orden previo de las cosas. Y posiblemente ahí radica uno de los problemas para la cuestión catalana en el futuro poselectoral.

Elecciones 21/12

Desde octubre nada –de lo fundamental– ha cambiado. Con las elecciones acercándose, las encuestas muestran una división muy parecida a la que había antes del pseudorreferendo y una polarización social, más allá de los meros espacios institucionales de debate, preocupante.

Con la única referencia de las con frecuencia inexactas, cuando no erróneas encuestas, se podría dar el paradójico caso de que la fuerza más votada fuese Ciudadanos-C’s (partido surgido en Cataluña como oposición al nacionalismo que gobernaba la región), pero que el independentismo sumando los resultados de Esquerra Republicana, Junts per Catalunya (enésima reinvención del partido del expresidente regional Puigdemont) y las CUP tuviese una exigua mayoría en votos (un 46 % frente al 44 % que sumarían los partidos constitucionalistas C’s , PSC-PSOE y PP). En medio de todas las aguas, sin tener claro su rol, quedaría Catalunya en Comú Podem (la marca local para Cataluña de Podemos) muy desdibujada en medio del debate de las naciones.

Si ninguno de los líderes logra sorprendernos, Cataluña podría verse abocada a más crispación, a la conformación de bloques opuestos irreconciliables y una vida política reducida al único tema de la independencia. Incluso, podría darse una sucesión de procesos electorales, ante un escenario de equilibrio tan inestable como el que se intuye.

Por supuesto, el día 22 puede pasar cualquier cosa, incluso, que nada pase y que a la vez siga pasando de todo. Y viceversa, como decía alguna candidata a Señorita Colombia.

Historiador e Internacionalista @mbenlaz

Por Miguel M. Benito

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