En la siniestra de Dios padre

Por primera vez un alto jerarca de la Iglesia católica es condenado penalmente por encubrir actos de pedofilia. Aunque el cardenal Philippe Barbarin no irá a prisión, su anunciada renuncia es una victoria para las víctimas que durante décadas esperaron justicia.

Ricardo Abdahllah / Lyon
11 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.
El cardenal Philippe Barbarin fue condenado por ocultar delitos de pederastia.  / AFP
El cardenal Philippe Barbarin fue condenado por ocultar delitos de pederastia. / AFP

La iglesia de San Lucas, con formas de cemento modernas, marca el punto central de Sainte-Foy les Lyon, barrio tradicional y católico en una de las ciudades más tradicionales y católicas de Francia. En su tablero de anuncios parroquiales está pegado el afiche de la película Gracias a Dios, con la que el director François Ozon ganó este año el Premio del jurado del Festival de Berlín.

Desde que salió la película hay curiosos que vienen por el barrio a preguntar si las personas llegan por un tema en particular. Un muchacho de gorra amarilla puesta al revés, de unos quince años, repite el interrogante. A esa edad, él ya sería muy viejo para los gustos del padre Bernard Preynat.

Durante las casi dos décadas en las que Preynat, hoy en día de 72 años y retirado del mundo en un convento, duró en la parroquia y al frente del grupo local de boy scouts, fue conocido por su atracción hacia los niños. Ese es el punto central de la historia: se sabía.

“Todo eso pasó antes de que yo naciera, pero si me pregunta cómo lo vive la gente de acá del barrio, le diría que con vergüenza”, dice el joven.

“Existen tres círculos de culpa en esta historia. El primer responsable es Preynat, por supuesto, pero si él pudo conservar su puesto en Sainte-Foy hasta los noventa y seguir hasta hace poco en cargos donde estaba en contacto con menores fue porque se sentía rodeado y protegido por la jerarquía de la diócesis de Lyon. La iglesia es, entonces, el segundo círculo. El tercero es la comunidad. Los maestros, los vecinos e incluso los padres de las víctimas sabían lo que estaba pasando; pero los rumores se resolvían con un “trata de no quedarte a solas con el padre Preynat”, dice Isabelle de Gaulmyn, periodista del diario La Croix y experta en la religión católica como pocas personas en Francia, pero sobre todo criada en Sainte-Foy.

De Gaulmyn es la autora de Historia de un silencio, el libro que inspiró la película de Ozon, que relata la lucha de las víctimas del padre Preynat por lograr que se reconociera a la jerarquía católica como cómplice por haber permitido que los abusos continuaran durante décadas.

A la cabeza de ese combate está François Devaux, diseñador de interiores que el 12 de enero del 2016 anunció, junto al cardiólogo Bertrand Virieux y el empleado de banco Alexandre Dussot, el nacimiento de la Asociación La Palabra Liberada, que buscaba reunir a los miembros del grupo de scouts de Saint Luc, que debieron sufrir las acciones de Preynat, la indiferencia de sus familias y el sutil desprecio de las autoridades eclesiásticas.

“Fue un proceso muy largo, porque nadie quiere salir a decir con nombre propio ‘fui víctima de abusos sexuales’. Yo hablé con mis padres, mi señora y mis hijas y cuando supe que me apoyarían me lancé contra la corriente”, cuenta hoy Devaux, quien por años ha acumulado centenares de cartas y correos electrónicos con testimonios de quienes pasaron por los diferentes grupos infantiles coordinados por Preynat, algunos con firma, otros en el anonimato; unos generales y otros detallados.

En el laboratorio fotográfico de la parroquia, en la oficina de Preynat, en los viajes que el sacerdote organizaba cada verano a otras regiones de Francia y a veces a otros países de Europa, se repetían los besos robados que pasaban de la mejilla y la boca, las solicitudes de caricias, las manos sobre las piernas o el sexo, las solicitudes de masturbación y la frase “este es un secreto entre tú y yo”. Puede leer: Pederastia en la Iglesia: juicio contra Philippe Barbarin

Las víctimas identificadas son al menos setenta, incluyendo a muchas que siguen creyendo en la Iglesia. Ese no es el caso de Devaux. Dice que ahora ha entendido cuánto hay de dañino en las posiciones conservadoras y en el respeto ciego a una institución.

“Fue por esa idea de que la Iglesia es intocable y hay que protegerla aun por encima de las acciones de sus miembros, que muchos de quienes sufrieron los abusos de Preynat guardaron el secreto y no hablaron de ello hasta bien entrados en la edad adulta” explica Devaux.

Cuando se supo que el padre Preynar seguía trabajando con menores, las víctimas pensaban que el procedimiento lógico era denunciar discretamente lo que había pasado a los jerarcas de la diócesis y que ellos se encargarían de tratar el asunto. La persona a la que llegaban las denuncias era Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, un prelado conservador y con excelentes contactos en el Vaticano, que designó a varios de sus asistentes para recoger los testimonios y que, frente a una presión de las víctimas que consideraban que no se hacía lo suficiente, llegó incluso a recibirlos en persona; sin embargo, nunca tomó alguna decisión al respecto.

“Las denuncias se referían a hechos que ya habían pasado el tiempo de prescripción legal y el padre Preynat me aseguró que había cambiado y ya no hacía esas cosas”, se justificaría Barbarin 17 años después, cuando las víctimas pudieron por fin ponerlo frente a un tribunal por cargos que incluían encubrimiento de agresiones sexuales contra menores de edad e inasistencia a persona en peligro, dos delitos que en Francia podrían significarle 45.000 euros de multa y tres años en prisión.

El juicio contra él comenzó el pasado 7 de enero. Son las diez y media de la mañana del 7 de marzo. Vestido son un suéter amarillo y una bufanda rosa, Devaux está sentado en la primera fila de la sala seis del Nuevo Palacio de Justicia de Lyon. Dos meses después de la primera audiencia, la jueza Brigitte Vernay se preparaba para leer el veredicto en el caso del cardenal Barbarin, pero el prelado había decidido no asistir. Su abogado hizo saber que es la costumbre, que es un hombre ocupado y esos fallos siempre se leen con retraso.

“No creemos que lo condenen, pero este juicio ya es una victoria, porque las víctimas de los abusos de sacerdotes de todo el mundo han comenzado a hablar”, ha dicho Devaux. Por eso abre todo lo que puede los ojos cuando escucha la palabra “culpable”. Seis meses de prisión de los que con seguridad no cumplirá un solo día. La condena es sobre todo simbólica. Le recomendamos: François Ozon: “Quise hacerle justicia a la lucha de las víctimas de pederastia 

“A pesar de que sus funciones le dieron acceso a toda la información y él tenía la capacidad de analizarla y comunicarla de manera útil, Barbarin tomó conscientemente la decisión de proteger la institución a la que pertenece y no informar a las autoridades” dice el fallo. Una hora después, en una rueda de prensa, que duró menos de cinco minutos, el cardenal anunció que en los próximos días se encontrará con el papa Francisco para presentar su renuncia. “Tanto tiempo creyeron que el silencio terminaría por doblegarnos y ahora no solo nosotros sino todos los que han sufrido los abusos de la Iglesia en el mundo saben que no hay razón para callarse” dice Pierre-Emmanuel Germain Till, una de las víctimas de Preynat.

“Era la decisión correcta, pero si todo mundo ya lo sabía tomarla antes nos hubiera evitado perder tanto tiempo. Finalmente, lo único que pudo con la arrogancia de la institución que dice representar la voz de Dios fue la justicia de los hombres”, dice Francois Devaux de regreso a su oficina en el día en el que ganó dos veces el combate de su vida.

Por Ricardo Abdahllah / Lyon

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