La esvástica en la iglesia: un pueblo alemán debate su pasado nazi

La campana, fuera de la vista de todos y ubicada hasta la cima de una escalera de madera en la torre, sigue ahí desde que fue puesta en 1934 por un fervoroso alcalde nazi en este pueblo de 750 habitantes en la región suroeste vinícola alemana.

Katrin Bennhold / The New York Times
08 de septiembre de 2018 - 10:00 p. m.
La campana que fue colgada en la Iglesia por un alcalde nazi.  / Lena Mucha / The New York Times
La campana que fue colgada en la Iglesia por un alcalde nazi. / Lena Mucha / The New York Times

En cuanto descubrió que había una esvástica en la campana de la iglesia, Sigrid Peters se rehusó a tocar el órgano durante los servicios.

La campana, fuera de la vista de todos y ubicada hasta la cima de una escalera de madera en la torre, sigue ahí desde que fue puesta en 1934 por un fervoroso alcalde nazi en este pueblo de 750 habitantes en la región suroeste vinícola alemana.

Es más pequeña que las dos campanas que la flanquean y está cubierta de polvo y excremento de paloma. Pero se alcanzan a distinguir fácilmente la esvástica y la inscripción: “Todo por la patria.- Adolf Hitler”.

Cuando Peters, una profesora jubilada de música, reveló la presencia de la “campana de Hitler”, desató furor. Organizaciones judías demandaron que fuera sacada, el consejo eclesiástico local prohibió que fuera repicada y un organismo regional incluso ofreció pagar por el remplazo.

Después una veintena de otros pueblos alemanes revisaron sus propias iglesias y encontraron campanas similares. Se deshicieron de ellas con rapidez.

En un caso, en el norte de Alemania, los residentes actuaron de manera directa al sentir que las autoridades estaban vacilando: irrumpieron en el campanario local y borraron la esvástica con un esmeril. En la puerta dejaron una nota: “Limpieza primaveral 2018”.

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Pero en Herxheim el pueblo está dividido. A Peters la han llamado traidora y le han dedicado palabras peores. Han hecho llamadas de broma a la pizzería local para pedir “pizza nazi”.

Muchos residentes se han atrincherado: quieren que la campana se quede, pese a —o quizá justamente por— que Herxheim ahora ha sido llamado “el poblado nazi”.

Welker, de 72 años y antes pastor del pueblo, quiere poner una placa en la entrada de la iglesia que explique la historia de la campana.

“Es un monumento de la historia”, dijo Welker, durante un recorrido reciente del pueblo. “No debemos olvidar esa historia o hacer como que no sucedió. Por eso la campana debe quedarse”.

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Sin embargo, esa historia es justamente la razón por la cual otros opinan que debe ser sacada de la iglesia.

Por mucho tiempo, Alemania ha enfrentado su pasado —un régimen que asesinó a millones de personas en campos de concentración y exterminio— con ojos bien abiertos. Sin embargo, el principal partido opositor en el parlamento ahora es de ultraderecha y con tintes neonazis, lo que ha complicado el panorama. Un líder de ese partido, Alternativa para Alemania, hace poco se refirió a la era nazi como un punto tan relevante como “una caca de pájaro” en la historia mundial y otro dijo que debe haber un giro “de 180 grados” respecto a cómo los alemanes piensan su historia.

A finales de agosto, una multitud, con personas que hicieron el saludo nazi, salió a perseguir a personas de tez oscura y a migrantes en la ciudad de Chemnitz, al este.

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Incluso en Herxheim, cuando el tema de la campana se hizo público, el entonces alcalde sugirió que no todo lo que hizo Hitler fue malo. “También creó cosas que usamos el día de hoy”, dijo. Fue forzado a renunciar.

Pero varios de los habitantes del pueblo comparten su opinión. Un grupo de residentes reunido en la plaza central hicieron una lista de infraestructura, como el tramo local de la autopista, o autobahn.

Welker, el alcalde y exlíder estudiantil de izquierda, ha hecho sus propias declaraciones polémicas. Hace poco dijo que los “ciudadanos alemanes” también fueron víctimas del nazismo, con lo que pareció sugerir que los judíos asesinados no eran ciudadanos. (No fue su intención, a decir suyo).

“Estas son personas que conozco”, dijo Bettina Heberer, bióloga y escritora que dijo estar alarmada por algunas de las declaraciones “como de ultraderecha” de sus vecinos. “Ahora me pregunto: ‘¿Me podré sentar junto a ellas en el próximo festival vinícola?'”.

Aunque el hallazgo de la campana con la esvástica fue una novedad para Peters, varios en el pueblo sabían desde hace años que ahí estaba. Welker, cuando aún era pastor en los años ochenta y noventa, con frecuencia llevaba a los adolescentes que hacían su confirmación a verla.

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Uno de ellos, Eric Hass, ahora es trabajador vinícola e historiador aficionado. En 2005 preparó una exhibición para el sesenta aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial que incluía una fotografía de la campana. Pero dijo que pocos la notaron o pensaron que merecía ser debatida.

Hass cree que esa respuesta quizá se debe a que ese periodo histórico parecía tan alejado que una reliquia como la campana no parecía tener mucha importancia simbólica. Alternativa para Alemania ni siquiera existía; ahora es el tercer mayor partido del país.

Algunos quieren mantener la campana por los vínculos emocionales; se casaron con su repique o sus hijos fueron bautizados debajo de ella.

Dora Jotter ha vivido en Herxheim toda su vida. Tenía 12 años cuando llegó la campana, en 1934, y escribió un ensayo escolar sobre el momento.

Ahora de 96 años, Jotter dice que fue un evento “significativo” de su niñez. Tanto así que quiere que doble esa campana durante su funeral; se lo pidió personalmente al alcalde.

El pastor de la iglesia, Helmut Meinhardt, cree que el debate ya ha degenerado en histeria, como cuando Peters acusaba que “escuchaba la voz de Hitler” cada vez que repicaba la campana.

Cuando a Meinhardt le preguntaron si él también lo oía, respondió que solo escuchaba un do.

“Al día siguiente, en línea me acusaron de ser el ‘pastor nazi'”, recordó.

En medio del encono, algunos habitantes han cambiado de parecer sobre la campana. Heberer, la bióloga, antes creía que lo mejor era dejarla en la iglesia y poner una placa. “Pero las víctimas y familiares de las víctimas de los nazis no la quieren y eso es más que suficiente”, dijo.

“Tenemos que sacarla. Es nuestra obligación moral”.

Por Katrin Bennhold / The New York Times

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