Más mortal que Manchester

El ataque terrorista en Kabul fue uno de los más mortíferos de los últimos años en un país destrozado por una guerra que aún no termina.

Angélica Lagos Camargo.
01 de junio de 2017 - 03:45 a. m.
El ataque terrorista en Kabul, Afganistán, ha sido uno de los más graves de los últimos tiempos en el país. Los destrozos son inmensos. / AFP
El ataque terrorista en Kabul, Afganistán, ha sido uno de los más graves de los últimos tiempos en el país. Los destrozos son inmensos. / AFP
Foto: AFP - WAKIL KOHSAR

Un gigantesco cráter en la avenida donde estalló un pequeño camión repleto de explosivos en la zona diplomática de Kabul evidencia la magnitud del más reciente ataque terrorista: 80 personas murieron y la cifra de heridos ya escala a los 500, por cuenta de la potente onda expansiva que sacudió gran parte de la ciudad, causando pánico y rompiendo puertas y ventanas en edificaciones ubicadas a varias cuadras a la redonda. Grave. Gravísimo y además muy sangriento.

Pero estos muertos son solo cifras de un país que parece habernos acostumbrado a estos reportes. El año pasado, Afganistán registró números récord de víctimas civiles: 3.498 muertos, 923 de ellos niños, y 7.920 heridos, de acuerdo con datos de Naciones Unidas. Lo grave es que, contrario a lo que pasa cuando los ataques terroristas ocurren en otras latitudes, acá no hay caras ni historias propias; tampoco dolientes ni familias ni huérfanos del terror. Los 90 muertos de Kabul de ayer, así como los otros 715 que se ha cobrado el terrorismo en Afganistán en el primer trimestre de este año, quedarán en un mero registro en la prensa internacional; que ayer apenas registraba la noticia. La misma prensa que hace apenas unos días dedicaba páginas enteras a los ataques (tan graves, absurdos y condenables) en Manchester. ¿Por qué no nos importan estos muertos?

En un reciente artículo en este diario, el periodista Juan David Torres, recordaba the hierarchy of death (la jerarquía de la muerte), una especie de guía de criterios editoriales, a la hora de hablar sobre víctimas. De acuerdo con ésta, se tienen en cuenta dos aspectos: primero, la proximidad (la cercanía geográfica del hecho con respecto a los lectores o a la audiencia); segundo, la calidad de la información (el número de fuentes al que es posible acceder en el lugar donde ocurrió el hecho). “La jerarquía de la muerte —con todo y su sentido tétrico— ofrece una hoja de ruta práctica: en un mundo donde suceden atentados en frecuencia diaria, lo más sano es determinar sobre quiénes se hablará y por qué”, recordaba Torres.

Pero Afganistán debería importarnos. Y mucho, porque lo que viven es consecuencia de una sangrienta guerra que no provocaron y que cambió la dinámica y el destino de un país que era ejemplo en la región.

El profesor Abdul Lalzad, exdecano de la Universidad de Kabul, recordaba en el periódico The Guardian cómo Afganistán fue alguna vez un país viable, moderno y pacífico.

Antes del régimen talibán, relataba el académico, había un sistema educativo moderno, que estableció la educación en 1903 para niños y en 1923 para niñas.

“La Universidad de Kabul se estableció en 1932. El número de estudiantes era de 6.000 (15 % mujeres) con 1.000 profesores afganos y extranjeros en 1970. Este número creció a 15.000 estudiantes (60 % mujeres) en 14 facultades con 1.000 profesores (40 % mujeres) a finales de los 90”, escribió.

Las mujeres afganas, hoy blanco principal de la violencia, eran miembros del Parlamento, doctoras, profesoras, escritoras, abogadas, cantantes, jueces y poetisas hasta antes del régimen talibán, escribía Abdul Lalzad.

Sobre Kabul (supuestamente la ciudad más segura del país) rememoraba que era en los 60 una ciudad cosmopolita. “Se abrió la primera tienda de una cadena internacional (Marks & Spencer) de todo Asia Central en los 60 y en 1967 se inauguró el Zoológico de Kabul”.

Después del 7 de octubre de 2001 (menos de un mes después de los ataques terroristas del 11-S), Estados Unidos decidió que con un ataque rápido —llamado Justicia Infinita— acabaría con el régimen de los talibán (aliados suyos en otras épocas). Hoy lo que se convirtió en una sangrienta guerra —le cambiaron el nombre a Libertad Duradera— continúa y el régimen talibán sigue.

Una guerra sin fin, como demostró el ataque terrorista en Kabul, a la que se le suman más actores. Los talibán, que buscan reinstaurar el régimen islamista previo a 2001, negaron la autoría en el ataque, a pesar de que el grupo se encuentra en plena “ofensiva de primavera”.

Entonces, las miradas apuntan a los mismos que atacaron Manchester, París, Niza, Londres, etc.. El Estado Islámico (EI) en la Provincia de Jorasán, como se autodenomina la filial del ISIS en Afganistán, que suele atribuírse rápidamente sus acciones, esta vez guardó silencio.

El Directorio Nacional de Seguridad (NDS) afgano responsabilizó a la red Haqqani, grupo ligado a los talibán con apoyo de la inteligencia paquistaní. “Los terroristas probaron una vez más que no representan ninguna religión”, dijo el NDS.

El presidente afgano, Ashraf Ghani, calificó el ataque como un “crimen contra la humanidad”. Y agregó: “Incluso en este mes de Ramadán, que es un mes de oración, virtud y bendiciones, los terroristas no tienen intención de parar de matar gente inocente”.

El sangriento ataque quedará en los registros como uno de los más mortales que han sacudido al país. ¿A quién le importa?

Por Angélica Lagos Camargo.

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