México, ¿avanza por la izquierda?

Todas las encuestas, auténticas o falsas, auguran que Andrés Manuel López Obrador, candidato de centro-izquierda, será elegido este domingo como nuevo presidente de México. De darse este triunfo, Andrés Manuel podrá cerrar el ciclo que empezó hace 18 años: el del eterno candidato presidencial.

Margarita Solano Abadía
01 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
El candidato Andrés Manuel López Obrador, del partido Morena, es el favorito para ganar la Presidencia de México. / AFP
El candidato Andrés Manuel López Obrador, del partido Morena, es el favorito para ganar la Presidencia de México. / AFP
Foto: AFP - RONALDO SCHEMIDT

Hace seis años, cuando Andrés Manuel López Obrador (AMLO) compitió y perdió contra el actual presidente, Enrique Peña Nieto, también había comenzado como puntero en las preferencias. Hace 12, cuando apareció por primera vez en la boleta presidencial, fue derrotado por el derechista Felipe Calderón con un apretado margen que nunca aceptó como derrota.

En su tercera postulación, Andrés Manuel logró transitar su campaña como en caballo de hacienda: no hubo contendiente que le generara sombra, ni escándalo que hiciera mella a una aspiración que hoy le pone medio cuerpo dentro del Palacio Nacional.

El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido que postula a López Obrador, supo leer muy bien el momento por el que pasa un México que evoca a la Gran Bretaña del Brexit, a la Francia de Macron y al Estados Unidos de Donald Trump.

No importa que para llevar al triunfo a su movimiento se sume a morenistas, expriistas, experredistas y expanistas, junto a marxistas leninistas, maoístas, demócratas cristianos, ultraconservadores evangélicos, juchistas (simpatizantes de Corea del Norte), junto a la cantante Belinda, la Sonora Margarita y el virtual gobernador de Morelos, el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco.

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Un domingo que marcará historia

Emma Román es una profesora jubilada que se declara abiertamente “amlover” desde que López Obrador se postuló a la Presidencia por primera vez. De sangre caliente, como su familia originaria del acapulqueño estado de Guerrero, confiesa su devoción por López Obrador; dice que “es el único que le habla a un país empobrecido”. Cuando en redes sociales lo ponen en entredicho, los millones de simpatizantes de AMLO, como Emma, salen al rescate en una ola de fervor digital. Ella dice haber ido a los mítines —sin recibir alimentos, ni dinero— sólo porque “creemos en él”.

Este domingo parece que la fiesta electoral mexicana está a favor de AMLO, quien llega de puntero en las preferencias de intensión de voto, alejado hasta por 25 puntos del reñido segundo lugar que disputan el Partido Alianza Nacional (PAN) y el Partido Revolucionaria Institucional (PRI).

El triunfo de este domingo, sea o no para López Obrador, lo hará ganador y dejará una profunda cicatriz en la historia política de México, acostumbrada a la alternancia entre los partidos tradicionales.

Lo hará ganador, primero, por el crecimiento indiscutible de Morena, un partido que con tan sólo tres años de haber sido fundado se convertirá en la primera fuerza electoral del país, rebasando a la derecha y también al tradicional PRI, que gobernó México durante más de siete décadas.

Morena, fundado por López Obrador y un cerrado círculo de políticos de izquierda, es la revelación de este proceso electoral que llega a las elecciones con posibilidades reales de ganar, no sólo la Presidencia, sino cuatro de nueve gobernaciones que hoy se eligen: Ciudad de México, Chiapas, Tabasco y Morelos, Jalisco, Guanajuato, Yucatán, Puebla y Veracruz; en las cuatro primeras, el partido de “la esperanza de México” podría resultar con carro ganador.

También es muy probable que, además de ganar la Presidencia, AMLO y su partido tengan la mayoría en el Congreso de la Unión, que hoy renueva 500 diputaciones federales y 128 senadurías, o por lo menos eso indican los nuevos influencers de la percepción, mal llamados encuestadores.

Si las mediciones no fallan, Morena tendría el 39 % de la preferencia electoral en el Congreso, por encima del PAN y el PRI, que concluye su administración el 1º de diciembre de este año. La pregunta ahora es cómo quedarán los equilibrios en el Congreso y si éstos le darán carta blanca a un político que anunció en su cierre de campaña “un cambio radical” para el pueblo de México.

Y cuando se habla de cambios radicales originados desde la voluntad popular en un régimen con un Congreso a su favor, hay ciertos fantasmas que suelen aparecer.

Si Andrés Manuel gana la Presidencia y tiene mayoría en el Congreso, ¿México podría convertirse en Venezuela?

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“Ningún país puede convertirse en otro de la noche a la mañana”, responde Bernardo Bátiz y suelta una franca sonrisa. Bátiz, quien fue procurador de justicia con López Obrador cuando gobernó la Ciudad de México y es el decano de sus asesores, además de exlegislador y expresidente del Comité Ejecutivo del PAN, partido al que renunció en 1992, imagina un país apegado a la Constitución, donde se garanticen los derechos humanos y las libertades, si es que gana su candidato. También cree que va ser una presidencia “difícil”, porque imagina la resistencia de “la mafia del poder” con un presidente que tendrá que erradicar los males enquistados en la administración pública federal.

La izquierda, de fiesta

Con todo y el encono que ese júbilo resulta en otros millones de mexicanos que ven un peligro latente con la llegada de López Obrador al máximo escalón del poder. México está polarizado y el lenguaje entre unos y otros ha subido de tono en redes sociales. La violencia y la mano del crimen organizado enlutan una fiesta democrática donde 130 candidatos y aspirantes a puestos de elección popular estarán en la boleta pero no llegarán a ningún escaño o alcaldía, simplemente porque fueron amenazados; otros asesinados.

El nuevo presidente, sea o no López Obrador, recibirá un México donde la narcopolítica echó raíces y en el que en muchos municipios del país impera la ley de plomo o el pago de extorsión. “La pregunta es si el nuevo presidente podrá combatirla en un contexto en el que la delincuencia decidió este domingo quién estaba y quién no en la boleta electoral de esas zonas donde quien manda es el crimen organizado”, se cuestiona Ivonne Melgar, periodista y analista política.

“El éxito de nuestro candidato se debe a que es un hombre que conoce cada rincón del país con un proyecto de nación equilibrado que promete lo que en México no se ha tenido en 30 años: justicia social y una mejor distribución de la riqueza”, asegura Bernardo Bátiz Vásquez, quien dice que lo que enfrentarán este domingo “es un triunfo esperado”.

Para los detractores de Andrés Manuel, su proyecto de nación es obsoleto y, lejos de fomentar un México moderno, recuerda lo más autoritario del priismo de los años 70, cuando los derechos humanos quedaron atropellados por el régimen de un presidente otrora todopoderoso con un Congreso a modo. Sus propuestas evocan un México oxidado que llevó al país a lo que se conoce como “la docena trágica”, un doble período presidencial que sumó a México en una de las crisis más profundas de las que se tenga memoria.

El problema de AMLO, o “Amlove”, como se lee en millones de perfiles de sus detractores en Facebook, es que se propone derogar la reforma energética y educativa aprobadas y aplaudidas por la comunidad internacional. Quiere dar apoyos económicos a jóvenes, adultos de la tercera edad y madres cabezas de hogar sin decir de dónde sacará el dinero, y dio paso a políticos detractores del actual régimen acusados de corrupción y secuestro. Cuando le preguntan al candidato los cómos en torno a sus propuestas de refundación del régimen político mexicano, su respuesta es recurrente: con el combate a la corrupción.

Sin embargo, y de manera irónica, López Obrador es el único priista genéticamente puro que utilizó en su discurso de manera exitosa la misma fórmula que mantuvo al PRI vigente durante varias décadas: un nacionalismo revolucionario aglutinador de todas las causas sociales y defensor de una visión binaria, simple y sin matices. Parece que AMLO fue el único que entendió cómo funciona la estructura mental del nacionalismo mexicano.

El joven maravilla

Cuatro candidatos, ninguna mujer, aparecen este domingo en la boleta electoral para competir por la Presidencia de México. La lucha por el segundo lugar está entre Ricardo Anaya Cortés, del partido de derecha Acción Nacional, y José Antonio Meade, del Revolucionario Institucional.

Anaya, más conocido como el “joven maravilla”, tiene 38 años y compite por la Presidencia en una coalición partidista nunca antes vista en el país azteca: la derecha de PAN, una fracción de la izquierda que se ubica en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC).

Antes de la elección, Patricia Bolaños no sabía quién era Ricardo Anaya, aunque dice que votará por él. Panista desde los noventas, cuando el albiazul era oposición y planteaba un cambio de régimen gracias a la “creación de ciudadanía”, Bolaños reconoce que con lo que más se identifica son las propuestas de Anaya. El discurso del joven también se centró en un férreo combate a la corrupción bajo el amparo de un fiscal autónomo que no dependa del presidente de turno, al tiempo que asegura, de manera contradictoria, meter a la cárcel al presidente Enrique Peña Nieto.

“México se juega hoy el futuro a partir de dos proyectos distintos”, asegura Fernando Doval, vocero de Ricardo Anaya. “El primero inspirado en el populismo latinoamericano de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua. Un proyecto que pretende regresar al pasado en ese México de hace 30, 40 años. Por otro lado está el proyecto de Ricardo Anaya, para combatir el autoritarismo, la corrupción, donde se establezcan políticas públicas para superar la pobreza, para abatir la violencia”.

Al igual que Doval, millones de seguidores del llamado Frente por México están esperanzados en que el segundo proyecto sea el ganador este domingo, después de haber sufrido “una guerra sucia” por parte del gobierno de Peña Nieto.

¿Cuál es el la mayor debilidad de Ricardo Anaya?

“Su partido”, responde convencida la panista Patricia Bolaños.

La derecha llega fracturada a la elección presidencial por dos factores: el primero es que Anaya se apoderó del partido y arrebató a toda costa la candidatura presidencial a los demás contendientes, incluida la esposa del expresidente Felipe Calderón. El segundo fue la alianza electoral antinatura con un proyecto con el que el PAN siempre estuvo enfrentado: la izquierda representada por el Partido de la Revolución Democrática.

El más preparado es impopular

José Antonio Meade camina y habla pausado. Lo suyo no es la controversia, ni echar culpas con o sin razón. Las finanzas públicas y el cuidado de los recursos. Suele viajar en clase económica y manejar su Toyota Prius cada vez que le es posible.

Emanado del área financiera de la administración pública, llegó a ser primero secretario de Energía y posteriormente de Hacienda y Crédito Público al final del gobierno del panista Felipe Calderón. Caso extraño en la época de la alternancia, repitió cargo en el gabinete, pero con el priista Enrique Peña Nieto, si bien al principio en Relaciones Exteriores, pasó después a Desarrollo Social y en la segunda oleada de cambios en la administración llegó nuevamente a Hacienda.

Pesa en su contra lo que para algunos puede ser una de sus fortalezas: no milita en partido político alguno y no se ha desligado de un régimen acusado de corrupción. Hay quienes lo señalan como un priista de clóset y otros como un panista cercano a sus figuras más notables.

(Lea: México: Las cartas contra López Obrador)

La debilidad de Pepe Meade, como le dicen de cariño, radica en la lealtad que le guarda al PRI que lo postuló y que tiene en su haber varios gobernadores implicados en casos de corrupción, desvío de dinero y saqueo de las arcas públicas. Y aunque el parricidio político entre presidente y candidato es una vieja tradición del régimen priista, Pepe Meade no sólo se negó a seguirla, sino que defendió el gobierno de Enrique Peña Nieto en uno de los momentos más difíciles.

En 2017, Pepe Meade fue el único funcionario que dio la cara ante la liberación de los precios de la gasolina, hecho que causó disturbios y protestas principalmente en la Ciudad de México. Sus compañeros de gabinete habían recibido la autorización para salir de vacaciones decembrinas en el entendido de que la molestia por el aumento de los precios de la gasolina sería eventual.

El pronóstico fue totalmente equivocado y la Ciudad de México vivió una ola de saqueos, algo que no ocurría desde 1915.

A pesar de su lealtad, otros ven a Pepe Meade como un recaudador fiscal con puño de hierro, pese a lograr reducir los índices de pobreza en su paso por la Secretaría de Desarrollo Social, insensible a las necesidades económicas de los sectores más desprotegidos.

El PRI, ¿oposición?

Para Mauricio López, uno de los intelectuales priistas más renombrados, la victoria de Meade no es algo imposible: “Si México le pudo ganar a Alemania, Meade también ganará la elección”, asegura en entrevista para El Espectador.

Pero si eso no ocurre, su partido tendrá que ser una oposición “socialmente útil, que esté de lado de las causas de la sociedad, que evite provocaciones y fortalezca la nación. Los triunfos no son para siempre, las derrotas tampoco, en democracia se gana y se pierde”, concluye.

¿Puede perder el supuesto ganador? A pesar de que sus adversarios no pudieron frenar la percepción del carro ganador a lo largo de la campaña, la derrota de López Obrador parece poco probable, pero no es imposible. De hecho, ya ocurrió en dos ocasiones anteriores. En los procesos de 2006 y 2012, tanto PRI como PAN operaron de manera conjunta para evitar el triunfo de AMLO, sacrificando días antes de la elección al tercer lugar en las encuestas.

El triunfo de Felipe Calderón y el de Enrique Peña Nieto se dieron gracias al efecto de una segunda vuelta anticipada y a un acuerdo de continuidad en la alternancia, si es que algo así puede existir. En atención a que la segunda vuelta no existe formalmente en el régimen democrático de México, el pragmatismo político decidió al final de la contienda que los priistas votaran por el PAN en 2006 y los panistas por el PRI en 2012.

Pero en esta ocasión el pragmatismo sólo estuvo del lado de AMLO y de la cantante Belinda, quienes llenaron el estadio Azteca, el más grande del mundo, durante el cierre de campaña.

Si Ricardo Anaya hubiese apelado a la unidad y no a la confrontación al interior de su partido y contra el régimen de Peña Nieto, quizás no estaría tan alejado del primer lugar y podría revivir una alianza ganadora con el PRI.

Pero ha sucedido todo lo contrario. Tocado por los aparatos de inteligencia que ubicaron una serie de operaciones irregulares en varios paraísos fiscales, hoy pesa contra Anaya una acusación por lavado de dinero de la cual no pudo desmarcarse de manera categórica. Se trata de otra ironía del proceso, sobre todo si se considera que es el mismo Anaya quien pide una investigación de un fiscal independiente contra el presidente Peña, pero no contra sí mismo.

El escenario hace que el voto antilopezobradorista no sepa a dónde dirigirse y que el pacto que permitió las dos derrotas de López se vuelva inoperante. El rebase de Pepe Meade no es descabellado y quizás pueda convencer que lo menos peor del PRI es mejor que seis años de una “república amorosa”.

En unas horas terminará la fiesta electoral mexicana con el anuncio del nuevo presidente. Al día siguiente, México se jugará el pase a cuartos de final contra Brasil en el Mundial de Rusia 2018. América Latina y el mundo sabrán en próximas horas si los mexicanos saldrán a festejar en el Ángel de la Independencia o si serán capaces de contender una furia disfrazada de euforia.

Side Bar. México Bronco

El cuarto contendiente presidencial de México es el rey de las redes sociales: Jaime Rodríguez Calderón, el “Bronco”, quien tiene la imagen de mexicano de telenovela setentera: botas bien puestas, amante de los caballos de buena monta y sombrero bien amarrado a la cabeza son característicos de un político de lenguaje coloquial.

Tras 30 años de militancia en el PRI, es el primer gobernador independiente en la vida moderna de México. Fue diputado local, diputado federal y presidente municipal de Galena, Nuevo León, y rompió con su partido al no verse favorecido con la candidatura a la gubernatura de Nuevo León.

Aprovechando una reforma legal se presentó como el primer candidato a gobernador bajo la figura de candidato independiente, ganando con el 48,8 % de los votos en un estado en que el bipartidismo entre Acción Nacional y el Revolucionario Institucional hacían poco probable el escenario.

Para que los candidatos independientes lograran aparecer en la boleta de este domingo tuvieron que recolectar alrededor de 900.000 firmas que avalaran su candidatura. El “Bronco” las consiguió, pero el Instituto Nacional Electoral detectó que el candidato utilizó un esquema ilegal en el que se utilizaron millones de pesos en compra de firmas, y lo sacó de la contienda. Tres semanas más tarde, el Tribunal Electoral falló a su favor y lo encaminó a la elección para presidente, donde se espera que tenga una votación de entre el cinco y el siete por ciento.

Mediante una ágil campaña en redes sociales, el candidato independiente pudo conectar con el pueblo en general en un lenguaje llano y directo, poco acartonado, que lo alejaba de los políticos tradicionales de los otros partidos. Logró en particular conectar con los votantes que no eran parte de las estructuras partidistas o poco interesados en la política tradicional.

El “Bronco” se ha viralizado en todo el país por frases célebres como “hay que mocharle la mano a quien robe”, “creo tanto en el matrimonio que me he casado tres veces” o “las nuevas preparatorias que abriremos serán militarizadas”.

Si las encuestas no se equivocan, Jaime Rodríguez será el cuarto lugar de la contienda, no sin antes lograr más de 1’800.000 sufragios.

Por Margarita Solano Abadía

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