“A México la pandemia lo sorprendió pobre, corrupto y dividido”: Carlos Juárez

Antes de que el coronavirus llegara a México, y contagiara a cerca de 47.144 personas, el país estaba enfermo de violencia y desigualdad. Carlos Juárez, director en México del Instituto para la Economía y la Paz (IEP), habla del difícil futuro que se avecina.

Nicolás Marín Navas / @nicolasmarinav
18 de mayo de 2020 - 02:03 a. m.
Carlos Juárez, director en México del Instituto para la Economía y la Paz, habla de la violencia y la pandemia.  / Cortesía
Carlos Juárez, director en México del Instituto para la Economía y la Paz, habla de la violencia y la pandemia. / Cortesía

La situación de México durante la pandemia es tan similar a la de otros países de la región como preocupante. El coronavirus, a diferencia de Europa o Estados Unidos, llegó a una región pobre, desigual, corrupta y llena de problemas estructurales, como la violencia, en todas sus formas. A esto se suman las cuestionadas decisiones del presidente Andrés Manuel López Obrador, como ser de los últimos en activar la cuarentena y los bajísimos números de pruebas para detectar el virus: 0,4 pruebas por cada mil habitantes. Desde este lunes 18 de mayo se ordenó una reapertura gradual y voluntaria de algunos sectores de la economía.

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El panorama no es fácil, teniendo en cuenta que el país ya suma más de 47.144 contagios y cerca de 5.045 muertes por coronavirus. De nuevo, se pone sobre la mesa el debate entre la economía y la vida, o, más bien, entre la economía y la necesidad. Carlos Juárez Cruz, director en México del Instituto para la Economía y la Paz (IEP), organización que publicó recientemente el informe “Índice de paz México 2020”, conversó con El Espectador sobre los retos inminentes de México y el resto de Latinoamérica para enfrentar la pandemia.

¿Por qué las cifras de violencia siguen en aumento en el país en plena pandemia?

La violencia y la paz son fenómenos muy complejos y obedecen a diversos factores, no son lineales. Para el caso de México, lo que estamos viendo es la degradación de los indicadores. Están proliferando distintas formas de violencia, hemos identificado cuatro. Son tan diferentes entre ellas que merecen abordajes diferentes. Hay una violencia entre carteles, que es quizá la más impactante, la más espectacular, la que recibe más atención, por el impacto. Son altos niveles de violencia, de homicidio, un despliegue de mucha fuerza por parte de grupos criminales, pero no es lo único. Hay otra criminalidad en manos de delincuencia común, que llamamos violencia oportunista. Cuando las cifras de impunidad en México llegan al 97 % en algunos delitos, pues parece una invitación a los criminales para que delincan, puesto que hay altas probabilidades de que no los arresten.

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También está la violencia interpersonal, que tiene que ver con las interacciones cotidianas de los mexicanos y las mexicanas. Ahí vemos un incremento en la violencia sexual, sobre todo contra mujeres y grupos muy específicos de hombres, y también un aumento muy significativo en la violencia familiar. El cuarto grupo de violencia es la política. Hay una creciente violencia contra actores de la vida política o partidista. Esta parte es preocupante, porque lo que vemos es que ciertos grupos de crimen estarían buscando cooptar a las instituciones y los gobiernos. Sobre todo a escala local, municipal y estatal vemos que hay mayor vulnerabilidad.

En conjunto estas cuatro violencias nos plantean un panorama bastante complejo y abrumador en cuanto a que son formas de violencia que suceden en diferentes ámbitos y diferentes niveles y entonces estamos hablando de un crecimiento generalizado en la violencia del país.
 

¿Cómo ha afectado la pandemia esas violencias?

Es interesante ver los efectos de la pandemia en el desarrollo de la violencia en México. Lo único que por el momento podríamos hacer es pronosticar. Hemos creído, por ejemplo, que la violencia familiar podría crecer, puesto que las mujeres y los niños, que son víctimas frecuentes de este tipo de violencia, están encerrados en cuarentena con los agresores.

No tenemos datos todavía, algunos estudios ya empiezan a mirar a las llamadas de denuncia. Otros impactos de más alto nivel tienen que ver con el cierre de las rutas comerciales entre países. Vemos cómo algunas mercancías que venían de Asia y Suramérica ya no están llegando a México; ese cierre para productos legales e ilegales por vías legales e ilegales se vuelve un factor que estresa la dinámica de varios grupos.

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Habría que ver si hay diversificación de actividades, si se agudizan las manifestaciones de violencia o si puede haber una reducción. Al disminuir la economía y el consumo de productos, incluidos los ilegales, puede haber una caída en la delincuencia. Francamente no tenemos elementos para saber qué va a pasar, pero sí tenemos elementos para preocuparnos por el aspecto económico. Al haber menor empleo, menor dinamismo económico, hay una caída en el ingreso y entonces se corren riesgos de que algunos sectores brinquen a actividades ilegales.

La violencia contra la mujer es un problema creciente y marcado en México. ¿Cree que el debate se ha debilitado en el país?

Los datos son alarmantes, no solo en el feminicidio, sino en la violencia sexual, que en los últimos años creció 60 %. Hace dos meses veíamos en el mundo y en México las calles llenas de mujeres exigiendo justicia, denunciando la violencia que sufren, y ahora con la pandemia pareciera, yo estoy seguro de que no, pero pareciera que la conversación se ha pospuesto y que se ha apagado esta revolución. Ojalá que no. Ahora, estamos frente a una forma de violencia cultural, porque se construye a partir de prejuicios, a partir de ideas y narrativas sociales desde las que se pone a la mujer en un segundo plano, y esto va construyendo instituciones, estructuras, legislaciones, prácticas, empresas y modelos económicos en los que se margina a la mujer y pasamos a una violencia estructural.

Todo esto son violencias invisibles, arraigadas en la cultura. Para cuando esta violencia se manifiesta de una manera directa, es decir, física, psicológica, emocional, o en un feminicidio, quiere decir que ya hubo décadas, incluso siglos de construcción y justificación dentro de la argumentación de esta violencia. Para erradicarla necesitamos tener un pie en el corto plazo y otro en el largo plazo. En el primero hay que garantizar mecanismos de protección, de denuncia segura y de cuidado hacia las víctimas de estas violencias. De manera que el sistema de justicia no termine protegiendo a los agresores sino a las víctimas. Por otra parte, en el largo plazo hay que trabajar en desactivar estas violencias, que empiezan desde que el hombre nace y la van reforzando con la idea de que tiene derecho a ser violento contra los demás, en especial contra las mujeres.

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Lo que falta en México muchísimo son programas educativos, cultura de paz desde las empresas, desde los medios de comunicación; revisar todos los contenidos que están circulando tanto en redes sociales como en la televisión, la radio, los deportes y los libros de texto de la escuela. Es una construcción cultural.

¿Por qué los índices de paz en Sinaloa, bastión de uno de los carteles más violentos, son tan positivos?

Nuestro reporte destaca que Sinaloa es uno de los estados que más mejoró en términos de paz en los últimos cinco años. Lograron reducir un 8 % sus homicidios , pero si vemos las tendencias es una curva que llegó a un máximo en 2017 y ahora viene decreciendo.

Lo que vemos es que no ha disminuido la presencia de crimen organizado, pero sí han disminuido los homicidios, los delitos con violencia y esto nos habla del trabajo de coordinación que han tenido las instituciones. En Culiacán, principal ciudad de Sinaloa, hemos encontrado que hay grupos de sociedad civil trabajando muy duro para construir paz, pero también, quizá, uno de los puntos claves es que se han logrado poner de acuerdo las fuerzas militares, la policía estatal y policía municipal.

Se sientan cada semana a trabajar juntos, comparten sus estrategias. Muchas veces como testigos de buena voluntad o como mediadores está la sociedad civil, algunos grupos empresariales muy comprometidos también. Esta combinación de actores, de colaboración y de una confianza que se ha ido construyendo poco a poco, ha permitido tener estos resultados.

En otros estados lo que hemos visto es que el ejército o la marina llegan a un territorio y lo que hacen es desplazar a las fuerzas de seguridad pública locales. No confían en la policía estatal ni en la municipal, porque son muy débiles, porque están infiltradas o porque no tienen capacidades. Con esta falta de confianza es complicado tener estrategias coordinadas. Entonces vemos a las fuerzas militares dando palos de ciego, tratando de perseguir a un enemigo que conoce mucho mejor el territorio que ellos.

¿Cómo está afectando la pandemia la economía mexicana?

Nos encontramos en medio de la crisis, y aunque es difícil saberlo, no hay buenas perspectivas. Estamos hablando, por lo menos para Latinoamérica, de la peor crisis de que se tenga registro. En México se esperan altos números de desempleo, caídas en la inversión y una pérdida de actividad económica muy significativa. Habría que ver. Estamos pensando. Muchas voces del sector privado están sugiriendo planes de recuperación económica, que hasta la fecha no quedan claros y no parece que haya acuerdos entre el sector privado y el público.

¿Es acertada en este momento la reapertura de la economía de López Obrador?

Parece que ese es un dilema en todo el mundo. Queremos proteger las vidas, por supuesto, queremos que se cuide la salud de las personas, que el número de muertos por COVID-19 se reduzca al mínimo posible, pero al mismo tiempo no se quieren tomar medidas económicas que sean tan duras, en donde acabe siendo más dura la medicina que la enfermedad. Los pronósticos dicen que para junio se regresará a la normalidad en la mayor parte del país, pero eso no está muy claro.

¿La crisis ha dejado expuesta, de la forma más cruda, la desigualdad?

La pandemia, específicamente en México, lo que ha hecho es poner en evidencia a muchas de las estructuras de nuestro sistema vigente. Lo primero que se pone a prueba es el sistema de salud. Pero creo que también se ha puesto a prueba el sistema económico. Vemos, por ejemplo, empresas de gran tamaño, de mucha reputación y de aparente solidez financiera y económica quebrando al mes de haberse iniciado la pandemia o despidiendo empleados como primera medida. Uno esperaría que el recurso humano fuera el último, el que más se debería cuidar.

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Esto es interesante, porque todos los mercados especulativos han estado sufriendo y cuando se empiezan a nombrar cuáles son las actividades indispensables para una sociedad, las primeras son las que tienen que ver con la comida y la producción agropecuaria, por ejemplo. En México, durante las primeras semanas de crisis, un empresario salió a decir que la economía no podía parar, porque habría mucha gente que no tendría qué comer.

Mientras escuchábamos esas declaraciones asentíamos, pero en algún otro foro yo proponía que reflexionáramos un poco más sobre esto, porque el hecho de que un empresario, con miles de millones de pesos pueda decir que la gente se va a morir de hambre si no trabaja, es decirles de alguna manera: “Yo no voy a compartir nada de mi dinero, no voy a sacrificar ninguna de mis actividades ni por los empleados ni por la gente ni por nadie”. Estos son síntomas de la grave desigualdad que se vive en nuestro país. Incluso las estructuras familiares se están poniendo a prueba. Este confinamiento está haciendo que las dinámicas de convivencia se pongan a prueba.

En nuestro país esta pandemia nos toma diabéticos, hipertensos, pobres, corruptos, como una sociedad dividida, con una polarización social tremenda. Venimos de unas elecciones llenas de odio y así nos toma la crisis.

El empleo informal en México y la región es muy grande. ¿Qué pasará con este sector tras las cuarentenas?

Vemos que hay un altísimo porcentaje de personas que trabajan en la informalidad, lo cual no les proporciona ningún tipo de prestación laboral ni de beneficios legales que deberían tener, como seguridad social, y estos son los primeros que están sufriendo los efectos de la crisis.

Cuando se pide a las personas de nuestro país que se queden en casa, algunos podemos decidir hacerlo, pero otros no tienen opción, porque viven al día o porque no tienen mecanismos de protección, porque no tienen redes sociales de cuidados o de acompañamiento, y pedirles que se queden en casa es pedirles que se queden sin comer.

¿Cuánto tardará la recuperación?

No lo tengo claro, lo que podemos prever es que cuando la crisis de salud pase nos vamos a quedar con otras crisis, como la económica que se está gestando ahora, pero también nos vamos a quedar con la otra epidemia, que es la de violencia. Esa ya estaba en México antes del COVID-19 y que no solo se va a quedar en el país sino que puede que se vaya a agudizar.

¿Qué reflexiones le ha dejado la crisis?

Yo creo que a escala global esta pandemia exhibe nuestra fragilidad como especie. Nos hemos organizado globalmente de tal forma que la decisión que tomó una persona en un mercado en China terminó por afectar a todas las personas del mundo y nos mandó a cuarentena por meses.

Entonces esto también plantea una conversación para la globalización y decir cómo es que hemos estado organizándonos. Yo espero que esto sirva como una reflexión para abrir conversaciones, para ver dónde están puestos los capitales para la producción. Se reduce a la salud, a la comida, pero también vemos cómo algunas tecnologías nos permiten seguir operando y seguir comunicándonos en medio del aislamiento.

Propondría dos cosas: que las cosas que condicionan la paz en el largo plazo, la paz positiva, se parecen mucho a los factores que generan resiliencia en un país, en una sociedad durante una pandemia. Vale la pena construir resiliencia, porque esto nos protege de la violencia y del crimen organizado.

Por otra parte, creo que cada país, cada ciudad, familia y sector debería estar preguntándose cómo llegamos a este punto de vulnerabilidad, qué decisiones se tomaron, qué supuestos deberíamos cuestionar y, sobre todo, qué vamos a hacer después.

Por Nicolás Marín Navas / @nicolasmarinav

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