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Terrorismo, una herencia del 11-S

Los atentados en EE.UU. abrieron el mayor y más largo período de influencia y capacidad de acción del terror. Obama les pidió a sus ciudadanos no dejarse dividir por el miedo.

Carlos Alberto Patiño Villa*
12 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
Familiares de algunas de las 3.000 víctimas de los ataques de hace quince años en EE.UU. sostienen sus imágenes en el homenaje realizado ayer en Nueva York.  / AFP
Familiares de algunas de las 3.000 víctimas de los ataques de hace quince años en EE.UU. sostienen sus imágenes en el homenaje realizado ayer en Nueva York. / AFP
Foto: AFP - BRENDAN SMIALOWSKI

Desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos –simbolizados por las Torres Gemelas de Nueva York ardiendo, luego de que dos aviones se incrustaran en su interior y posteriormente implosionaran–, el mundo ha dado muchos giros inesperados, que sorprendentemente acabaron con las certezas de la década de 1990, así como con las de la Guerra Fría.

Entre las certezas que se arruinaron se pueden indicar tres: la religión retornó al escenario político, mostrando que la ilusión westfaliana de una política internacional laica y secular no era para siempre. Segundo, se derrumbó la ilusión de que una potencia, con discurso de unipolaridad, podía gobernar el mundo e incluso reimponer el orden internacional a su imagen, racionalidades y convicciones políticas.

Pero la certeza que con más agudeza fue destruida fue aquella que pretendía que el siglo XXI, iniciado luego de la implosión de la URSS en diciembre de 1991, sería un período de seguridad y estabilidad global, en el que muy difícilmente las guerras y diversas formas de violencia se asomarían por encima de los acuerdos internacionales y las gestiones diplomáticas.

De hecho, el siglo XXI se ha caracterizado por una geopolítica dinámica, con rupturas y transformaciones políticas fuertes, marcadas por la implosión de algunos estados, el surgimiento de otros más pequeños y la inestabilidad en gran parte de territorios disputados por estados con vocación de imperios. Pero estas geopolíticas dinámicas están marcadas por constantes estratégicas, de largo plazo e irrenunciables para varios centros de poder.

Sin embargo, más allá de las percepciones globales sobre las tendencias geopolíticas o las perspectivas estratégicas, el 11 de septiembre dejó abierto el mayor y más largo período de influencia y capacidad de acción del terrorismo, animado por diversos factores y discursos políticos, que no son ya solamente, o principalmente, ideológicos como durante la Guerra Fría, para dar lugar a discursos identitarios, de justificación religiosa o de diferenciación étnica.

En esta medida el terrorismo mantiene su carácter de táctica, según la definición que presenta Michael Burleigh, “utilizada ante todo por diversos agentes no estatales, que pueden constituir una entidad acéfala o una organización jerárquica, con el fin de generar un clima psicológico de miedo que compense su carencia de poder político legitimado”.

La diversidad de grupos terroristas contemporáneos va desde la ya legendaria Al-Qaeda, pasando por diversas organizaciones que se resisten a desaparecer, como el llamado Ira Auténtico, hasta llegar a grupos como Boko Haram en Nigeria, o el Frente Al-Nusra, que se creó y actúa en la guerra siria. Pero una de las organizaciones que más hna llamado la atención por su radicalidad, su proyección mediática y su impacto contra el orden internacional de forma directa, es el Estado Islámico, surgido con una larga trayectoria de militancia yihadista, y dentro del marco del salafismo contemporáneo (el intento de recrear a las sociedades islámicas originales dentro de las contemporáneas), y que se presentó al mundo con la proclamación pública del “nuevo califato”, dirigido por califa el Ibrahim, nombre escogido para el reinado por Abu Bakr Al Bagdadí.

En su discurso el califa Ibrahim definió que se proclamaba este nuevo califato para unir a todos lo musulmanes píos del mundo, en contra de la creencia herética del chiísmo, y en contra del orden internacional instaurado al final de la Primera Guerra Mundial, con base en los acuerdos territoriales y políticos del tratado Sykes-Picot.

Desde esta proclamación el Estado Islámico, más conocido con el acrónimo en inglés de ISIS, ha usado el terrorismo como una táctica que le permita la creación de su entidad política, que tiene la vocación de unificar a todos los musulmanes sunitas bajo una sola estructura de poder, por encima de las monarquías y los estados musulmanes actualmente existentes. En su uso indiscriminado de la violencia ha hecho la guerra teniendo como retaguardia sus dos capitales: Al Raqa en Siria y Mosul en Irak.

Ha actuado de forma directa con atentados en París, con las acciones contra la revista Charlie Hebdo, el ataque de Bataclan, los de Niza y muchos otros más. Pero el EI ha ejecutado acciones de exterminio de minorías étnicas y religiosas, algunas de las cuales parecen haber desaparecido definitivamente, a la vez que ha ejecutado acciones de eliminación de comunidades cristianas de Medio Oriente.

El terrorismo, más allá del EI, es una realidad que nos dejó abierta el 11-S, y que no parece que vaya a desaparecer, por ahora, cuando ha demostrado ser un arma eficaz para los grupos radicales.

*Profesor Universidad Nacional de Colombia.

Por Carlos Alberto Patiño Villa*

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