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El heredero indescifrable

Daniel Scioli, el candidato del oficialismo, ha sabido esperar su turno para llegar a la Casa Rosada. Según las encuestas, es el que más probabilidades tiene de convertirse en el sucesor de Cristina Fernández de Kirchner.

Nicolás Cuéllar Ramírez, BUENOS AIRES
25 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.
 La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, junto a Daniel Scioli, durante la campaña presidencial. / AFP
La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, junto a Daniel Scioli, durante la campaña presidencial. / AFP

No existe en Argentina una encuesta que dude de la victoria de Daniel Scioli en las elecciones presidenciales que se llevan a cabo hoy en el territorio austral. El triunfo del candidato del Frente para la Victoria lo dan por descontado también sus principales rivales, Mauricio Macri y Sergio Massa, quienes el jueves anterior, en pleno cierre de campaña, hicieron un último llamado a sus electores buscando arañar la suficiente cantidad de votos que los habilite a disputar con el candidato oficialista en una segunda vuelta. Lo que no se atreven a pronosticar los sondeos es si habrá o no una segunda vuelta, el próximo 22 de noviembre, la primera vez que se elegiría presidente en una segunda ronda electoral en democracia.

De no suceder algo extraordinario, todo indica que será Daniel Scioli, reconocido exdeportista, exempresario y explayboy, el siguiente ocupante de la Casa Rosada a partir del próximo 1° de enero, cuando reciba de manos de Cristina Fernández de Kirchner el bastón presidencial y la banda albiceleste.

A sus 58 años, el sucesor de los Kirchner es un hombre relativamente joven en la política argentina y una persona que se ha encargado de escribir su historia hoja por hoja. Nadie cercano a su entorno dice algo de él, sin contar con su aprobación.

Heredero de una familia de empresarios reconocida en Argentina, creció codeándose con la farándula local por los pasillos del Canal 9, del que su padre era accionista. Ganó fama tras convertirse en campeón de motonáutica y haciendo que este deporte tuviera una inédita cobertura televisiva, en un país en el que el fútbol es Dios y ley. En 1989, durante una carrera en el río Paraná, perdió el brazo derecho en un accidente. Con una prótesis decidió no retirarse del deporte. Conquistó ocho campeonatos mundiales envuelto siempre en la bandera albiceleste, ganándose así el reconocimiento de todos los argentinos y convirtiéndose en una especie de héroe nacional.

Lo único que no puede hacer solo es atarse los cordones. Volvió a aprender a comer solo, a hacerse el nudo de la corbata y a escribir, ahora con la mano izquierda. “Me caí y me levanté muchas veces”, ha dicho Scioli en incontables entrevistas. El deporte le enseñó a competir. Sabe esperar el momento indicado para ponerse en la delantera y, dicen quienes lo acompañan, que desde hace una década mantiene una meta clara: llegar a la Casa Rosada.

Tras dejar el deporte, y luego de intentarlo como empresario (fue el representante de Electrolux en Argentina), llegó a la política impulsado por Carlos Menem. El entonces presidente argentino quería en sus filas personalidades que le sumaran votos y le ayudaran a refrescar su imagen. Daniel Scioli aceptó el reto, pero no quiso nada regalado. “Voy primero a las internas”, le contestó a Menem. Se afilió de urgencia al Partido Justicialista, aun cuando su padre y su familia eran cercanos al radicalismo de Alfonsín. Fue elegido como diputado al Congreso en 1997.

En medio de la crisis política y económica de 2001, Adolfo Rodríguez Saá, el tercer presidente en 72 horas tras la renuncia de Fernando de la Rúa, le ofreció la Secretaría de Turismo y Deporte. La presidencia de Rodríguez duró una semana y luego de la llegada de Eduardo Duhalde a la primera magistratura, fue el único al que el nuevo presidente no le pidió la renuncia.

Apostó entonces por un desconocido gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, quien necesitaba un personaje mediático para ganar popularidad. La fórmula funcionó. En 2003 fue elegido como vicepresidente de la República. Cuatro años después fue elegido como gobernador de la provincia de Buenos Aires, el fortín electoral más grande del país, cargo para el que sería reelegido en 2011 con un amplio respaldo: el 55% de los votos.

A pesar de ser hoy el candidato oficialista, su relación con los Kirchner no siempre ha sido la mejor y se ha caracterizado por ser una montaña rusa de amores y desamores. Y es que, dicen en el interior de la campaña, Scioli es un espécimen extraño en el mundo kirchnerista.

“Daniel habla con todos”

Fue precisamente su disposición a hablar con empresarios, al comienzo del mandato de Néstor Kirchner en 2003, lo que congeló sus relaciones con el presidente. Pero Scioli registraba bien en las encuestas, y fue por ello -a regañadientes de Cristina Fernández- que el kirchnerismo decidió que fuera su candidato en la provincia de Buenos Aires.

Como gobernador ha enfrentado acusaciones directas tanto de funcionarios de la Presidencia como de la misma Fernández, quien desde su época de congresista menospreciaba el trabajo de su colega. Criticaba que alguien sin carrera política llegara a ocupar cargos públicos por el simple hecho de ser mediáticamente reconocido.

Un programa de televisión recreaba el año pasado la figura de Scioli como un gran Buda al que no le molestaban las pullas que recibía desde el ala más ortodoxa del kirchnerismo.

Y como ha hecho durante toda su vida política, Scioli, que es poco amigo de la confrontación, supo esperar. En 2012 hizo públicas sus intenciones de llegar a la Casa Rosada. Los recelos que despertó en el círculo cercano a la presidenta le cobraron factura y provocaron una distancia aún mayor con Fernández.

El gobernador de Buenos Aires dejó pasar el tiempo y volvió a postularse cuando ya el camino estaba despejado. Con encuestas en mano, la presidenta no tuvo más remedio que elegirlo -a regañadientes al igual que en 2003- como su heredero.

En un mundo político que despierta tantas pasiones como el argentino, sus críticos le reprochan su “indefinición y falta de carácter”. Scioli, dicen, juega a todas las bandas. Incluso, sus opositores rescataron de los archivos una vieja entrevista en la que, recordando el secuestro de su hermano en 1975, defendía las acciones del general Videla.

Pero sus colaboradores creen que precisamente ha sido carácter lo que nunca le faltó a Scioli. “Dijo que quería ser presidente, dijo que había que escuchar a la gente que protestaba en los cacerolazos, dijo que había que atender a la inflación. ¿Quién dentro del oficialismo se ha atrevido a tanto?”, señala uno de sus más cercanos colaboradores en la Gobernación. Y es que incluso, en esta campaña, Scioli ha sido el candidato kirchnerista que volvió a abrir las puertas al periódico Clarín. Cristina sólo ha atinado a pedir que continúe con el modelo. Desde la campaña de Scioli confirman que éste no va a romper sus relaciones con la presidenta. “Él siempre nos dice que nunca ganó una carrera hundiendo la lancha de al lado, sino corriendo más rápido”.

Para Pablo Ibáñez y Wálter Schmidt, quienes escribieron el libro “Scioli secreto, el próximo mandatario argentino”, “entendió que su valor político era ser un sujeto electoral, un actor del escenario político que mide bien y logra descifrar y expresar el ánimo de las mayorías”.

El más probable próximo presidente argentino sabe esperar y ha sabido salir triunfante de todas sus batallas. Quería ser alcalde de Buenos Aires, pero Kirchner lo obligó a competir por la Gobernación. Cristina Kirchner le cortó los fondos de la provincia, lo humilló en actos públicos, hizo que el kirchnerismo hablara de él como “el candidato de los fondos buitre”. Y él aguantó.

“Voy a gobernar a mi manera”, ha repetido una y otra vez durante la campaña electoral. Pero al mismo tiempo ha prometido fidelidad a los principios básicos del modelo K. Después de ser el único candidato en negarse a asistir al primer debate presidencial en la historia argentina, Scioli revirtió la atención mediática en otra página de su historia. Tras varios años de haber abandonado la carrera, obtuvo su grado como profesional de marketing. “No quería llegar a la Presidencia sin este logro”, dijo.

Daniel Scioli vive en una quinta en Villa La Ñata. Allí, en la vera del delta del Paraná, todos los sábados viste de cortos y remera naranja. Juega de 9 en un equipo de fútbol sala que él compró y llevó a primera división. Es allí, en el deporte, el momento en que deja que sus pasiones afloren, en el que libera tensiones, en el que muestra el cuero del que está hecho. A veces no juega, a veces no marca ningún gol, a veces no gana. Pero aun así, espera. Allí esperará su triunfo de este domingo, para vestir luego de traje y dirigirse al Luna Park a declararse vencedor.

Por Nicolás Cuéllar Ramírez, BUENOS AIRES

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