Gambia: relato sobre un presidente que se quedó solo

Los más recientes informes aseguraban que el expresidente Yahya Jammeh, que llevaba 22 años en el gobierno, entregaría por fin el poder. Más de 45.000 personas salieron del país, atemorizadas por un posible enfrentamiento civil.

Redacción Internacional
21 de enero de 2017 - 08:26 p. m.
Yahya Jammeh durante un mítin en Brikama en noviembre de cara a las elecciones de diciembre. / AFP
Yahya Jammeh durante un mítin en Brikama en noviembre de cara a las elecciones de diciembre. / AFP

Gambia vivió una semana de indecisión y tambaleos. El expresidente Yahya Jammeh, que parecía tan firme y vigoroso cuando dijo que no le entregaría el poder a Adama Barrow —ganador de las elecciones presidenciales en diciembre—, dio este viernes un paso atrás, según fuentes cercanas a él, y decidió ceder su puesto. Llevaba 22 años allí y de pronto se vio solo: su gabinete lo abandonó, sus votantes prefirieron eludir una batalla campal, el Ejército —que en principio le juró lealtad— aceptó que Barrow era el presidente y toda la situación se decantó por el ejemplo democrático.

La inestabilidad, sin embargo, produjo la huida de 45.000 personas del país. Hubo fuertes operativos en las calles y algunas revueltas menores. Pese a todo, Gambia salió bien parado y Jammeh demostró que su dominio de 22 años resultó insuficiente a la hora de amarrarse al poder. Su argumento para resistirse a la entrega era sencillo: hubo irregularidades durante el proceso de votación, aunque la Comisión Electoral ya había declarado como ganador a Barrow. Cuando salieron los resultados, Jammeh se había mostrado resignado y respetuoso de las normas comunes: aceptó su derrota y dijo que trabajaría con su sucesor para el bien general. Una semana después, cambió de opinión: ya no entregaría el poder, dijo, y si tenemos que defendernos, nos defendemos.

Los primeros intentos fueron diplomáticos. Los presidentes de la Unión Africana, sobre todo los mandatarios de Nigeria, Senegal y Mauritania, quisieron convencerlo por la buena vía de que era torpe e innecesario quedarse en el poder. Hasta este viernes, mandatarios vecinos visitaron Bajul, la capital, para intermediar. Puesto que la conversación sucinta obtuvo poco efecto, Senegal amenazó con atravesar la frontera con sus tropas y expulsar a Jammeh. Jammeh gritó, en declaraciones breves y casi clandestinas, que defendería su patria, su nación y sus valores. Nadie pareció escucharlo. Sus seguidores eludieron el llamado, sus ministros se arrastraron silenciosos hasta la fuga total y entonces Jammeh, que llevaba dos décadas gobernando y anulando la libre expresión y persiguiendo a las minorías sexuales, debió de darse cuenta de que no era un dios sino el mero polvillo incidente que queda después de limpiar la casa.

El viernes, en el aeropuerto de la capital se extendió un tapete rojo para la presunta recepción de Barrow o para la rendición de Jammeh. Su insistencia en conservar el poder se amilanó, redujo, constriñó, desaceleró y enflaqueció en cuestión de días. Quizá alimentó la valentía necesaria para amenazar con una respuesta militar cuando ciertos generales, y sobre todo el comandante Ousmane Badjie, se plegaron a su voluntad. Cuando ya no estaban de su lado, cuando Barrow tuvo que ser investido como presidente en Senegal, un presidente en tierra ajena, Jammeh se debilitó: ya no había nadie de su lado. Nadie. Las tropas de Senegal entraron por la frontera, más para formular una suerte de advertencia que para abrir fuego, y entonces Jammeh, con los pocos colaboradores que le quedaban, debió de sentir la temerosa decrepitud del mito: ser un presidente y luego ser olvidado, aplastado, finiquitado por la franca indiferencia del pueblo que tantos discursos nutrió.

El viernes, al verse cercado, Jammeh pidió una extensión del plazo para salir del país. En la tarde, cuando debía cumplirse su salida, Adama Barrow aseguró que se había llegado a un trato y que el presidente se iría. Su discurso final sucedería en el aeropuerto, tras transitar sobre la carpeta roja con un destino desconocido, un asilo en un país foráneo que tiene como propósito alejarlo de posibles amenazas, contribuir al orden público y, en un plano más singular y aun hipotético, permitirle a Jammeh superar el duelo de su propio exilio.

Los países vecinos se vieron preocupados desde un principio por las consecuencias de tal terquedad. Senegal tiene grupos independistas que podrían aprovechar un conflicto para capitalizar sus intenciones. Un conflicto conllevaría, además, numerosos desplazamientos, y una emergencia humanitaria se alzaría en los países vecinos. Los intereses políticos se ocultan, en ocasiones, en actitudes humanitarias.

Por Redacción Internacional

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