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"¡La indemnización que ordenó la Corte Interamericana es una miserableza!"

Pese a ser torturado por el Ejército luego de la retoma del Palacio de Justicia, Matson pide que los militares involucrados sean indultados, con la condición de que le cuenten la verdad al país.

María Flórez
13 de diciembre de 2014 - 02:33 a. m.
La Corte IDH determinó que 10 personas salieron con vida del Palacio de Justicia y posteriormente fueron desaparecidas.
La Corte IDH determinó que 10 personas salieron con vida del Palacio de Justicia y posteriormente fueron desaparecidas.

En 1982, Eduardo Matson llegó a Bogotá. Recién se había graduado de bachiller en un colegio de Cartagena cuando decidió trasladarse a la capital del país para estudiar derecho en la Universidad Externado. Tres años después, junto a su compañera de carrera Yolanda Santodomingo, se encontró tirado en el segundo piso del Palacio de Justicia, agobiado por el ruido de tanques de guerra y tiros de fusil, y asustado por la bola de fuego en la que se convirtió la sede del Poder Judicial el trágico 6 de noviembre de 1985.

La influencia política de su familia le permitió salir con vida del Batallón Charry Solano, a donde fue llevado y torturado por militares que lo acusaban de pertenecer al M-19. Preso del pánico, regresó a Cartagena y, tras culminar su carrera, ingresó a la rama. Desde entonces se desempeñó como oficial de instrucción criminal, auxiliar, secretario, técnico judicial y fiscal local, seccional y delegado ante tribunal.

Veintinueve años después del holocausto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) condenó al Estado colombiano por las torturas de que fueron víctimas él y Yolanda Santodomingo, en una sentencia histórica que reconoció, además, la desaparición de otras 10 personas y el homicidio del magistrado Carlos Urán a manos de agentes estatales. En entrevista con El Espectador, Matson revive las crueldades a las que fue sometido y cuestiona la idemnización que le concedió la Corte IDH.

¿Qué opina de la sentencia que emitió la Corte este miércoles?

Es el cierre de un ciclo para las familias de los desaparecidos. En mi caso, los militares ocasionaron un daño irreparable que no tiene estimativo. ¡La indemnización que me correspondió es una miserableza! La Corte fue benévola con Colombia y los dineros que ordenó no reparan integralmente los padecimientos sufridos por las torturas ejecutadas por miembros de las Fuerzas Armadas. El dolor y los traumas que padecimos Yolanda y yo, además de nuestros familiares, no fueron demandados para obtener indemnizaciones irrisorias, sino unas que satisficieran el daño sufrido.

¿Cree que el fallo fue muy suave con el Estado?

El Estado fue el verdadero ganador. Haber admitido parcialmente su responsabilidad le ayudó a evadir un gran golpe económico. Sin embargo, valoro la decisión porque contribuye a que no se vuelvan a cometer errores de esa índole en el país y demuestra que sí desaparecieron y torturaron personas luego de la retoma.

¿Qué hizo ese 6 de noviembre de 1985 antes de ir al Palacio?

Estaba en la cafetería de la Universidad Externado cuando llegó Yolanda Santodomingo y preguntó quién tenía que hacer algo en la Corte Suprema de Justicia. Le dije que yo debía ir hasta allá a trabajar en una investigación. Ya en el Palacio, como Yolanda tenía cistitis, fuimos a un baño de la cafetería. En ese momento se presentó una balacera; pensé que era un tiroteo entre esmeralderos, que en esa época era normal. Pero salió una señora del mostrador, vestida de sastre azul, y gritó: “¡Esto es una toma guerrillera!”.

¿Cómo reaccionó ante ese anuncio?

Le dije a Yolanda: “¡Corre!”, y la agarré del brazo. Salimos volando hacia la escalera, pero nos dispararon por los vitrales. Llegamos al segundo piso, nos tiramos al suelo y vimos que desde una azotea estaban disparando francotiradores. Entonces decidimos pasarnos a otra zona del pasillo. Recordé que cuando era niño, a mi padre le hicieron un atentado. Tendría yo unos 5 o 6 años. Él nos dijo que nos tiráramos al piso, contra la pared. En la toma hice exactamente lo mismo. Como por ahí no había balacera y nosotros no representábamos ningún peligro, el Ejército nos rescató. Es más, yo mismo los llamé. Les grité: “Señores, somos estudiantes”.

¿A qué se refiere cuando dice que los rescataron?

A que nos sacaron de la balacera, del peligro.

¿Pero no los metieron en un peligro peor?

No sé qué fue peor, si la balacera o los interrogatorios y los vejámenes a los que nos sometieron más tarde. Ambos fueron horribles.

Después de que los sacaron del Palacio, ¿qué hicieron los militares con ustedes?

Nos preguntaron quiénes éramos. Les respondimos que estudiantes y nos llevaron a una oficina. Cuando íbamos saliendo del Palacio dijeron que Yolanda, otra persona y yo éramos “especiales”, porque supuestamente todo lo que salía de ahí olía a guerrilla y nosotros éramos jóvenes. Después nos trasladaron a la Casa del Florero. Ahí nos interrogaron y nos pusieron en cuclillas mirando hacia la pared. Me dieron patadas en los testículos y me golpearon con la antena de un walkie talkie. Nos acusaron de guerrilleros, dijeron que nos habían visto en la toma de la Embajada de República Dominicana en 1980 y nos averiguaron la vida entera.

Luego fueron trasladados a la Dijín. ¿Qué pasó allí?

Nos echaron parafina calientísima en las manos para saber si habíamos disparado. Todo salió negativo y, como a las 9 de la noche, nos llevaron al Batallón Charry Solano. Pensé que nos iban a matar. Me quitaron la chaqueta, me vendaron los ojos y prendieron residuos para asfixiarme o asustarme. Luego me esposaron y me obligaron a cargar un madero pesado y a girar varias veces, para desorientarme. Pensé que ahí sí me iban a pegar el tiro y a echar al vacío. Después me amarraron a una cama estrecha sin colchón y me siguieron interrogando.

¿Qué le decían los militares?

Inventaban cuentos. Decían que Yolanda había confesado, que me habían visto con (los jefes guerrilleros) Andrés Almarales y Jaime Bateman, que tenían fotos de esos encuentros y que mi familia era guerrillera. Preguntaron que quién podía dar referencias nuestras. Les dije que mi papá había sido magistrado, que mi tío, Arturo Matson, era el gobernador de Bolívar, y que Miguelito Maza, el hijo del general Maza Márquez, era mi amigo. Se interesaron en ese nombre y al rato regresaron, nos pidieron disculpas y nos liberaron. Nos dejaron en el barrio San Victorino y ahí nos recogió un taxi que conducía un miembro de Inteligencia Militar. Él nos dejó en la casa de Yolanda, en el barrio Polo. Fue un milagro.

¿Cuál cree que hubiera sido su suerte de no haber tenido esos contactos?

Estaríamos muertos.

¿Y cómo lo afectó psicológicamente haber sido sometido a esas torturas?

Recuerdo que un 31 de diciembre hice meter debajo de la cama a toda mi familia, porque en la calle tiraron unos totes. Todos me tenían lástima, me veían como al que se le rayó el disco. A veces mi mamá dice: “No le paren bolas, que él está así desde que salió del Palacio de Justicia”. Es tanto, que una vez, cuando cenaba con mi esposa y explotó un transformador, tumbé platos, vasos, comida, todo. Otro día iba caminando por el centro de Cartagena y pasó lo mismo; me volví un gato, subí paredes, corrí. No puedo escuchar disparos, ruidos fuertes, ni se me puede hablar por detrás. Nadie sabe lo que uno sufre.

¿Qué pensó cuando lo acusaron de ser guerrillero?

En esa época yo era de ultraderecha; eso era lo que más me dolía, que los señalamientos no tenían razón de ser. Yo pertenecía a las juventudes conservadoras, mi familia era de estirpe conservadora. Les decía a los militares: “¡Pero si mi familia es de la línea del presidente Belisario Betancur!”. Me parecía un contrasentido que si nosotros éramos pro Estado, los agentes del Estado me hubieran maltratado. Era una incoherencia.

¿A qué se dedicó después del holocausto?

Le dije a mi papá que en Bogotá no me quedaba por nada del mundo. Es que la guerrilla en esa época andaba suelta, era una vaina impresionante, tenía loco al Ejército, se burlaba de él. Por eso el Ejército llegó al Palacio a matarlos, a arrasarlos a todos. Como yo tenía miedo de que un episodio así volviera a ocurrir, me fui a estudiar derecho a la Universidad de Cartagena. Me involucré con las juventudes conservadoras de Bolívar y llevé a Álvaro Gómez Hurtado a la universidad, donde había puros izquierdistas. De alguna forma yo me radicalicé en el conservatismo para que no me relacionaran con la guerrilla.

¿En su época de estudiante cómo veía el auge del movimiento guerrillero?

Pensaba que había que combatirlo. Nunca estuve en contra de la actuación del Ejército, en cuanto a combatir a la guerrilla se refiere. Lo que sí censuro es que el Ejército no estuviera preparado para un embate de esa índole. Se volvieron locos, no tuvieron en cuenta a la población no combatiente, ni siguieron los protocolos. En todo caso, aclaro que yo solo respondo por lo mío, no sé si el Ejército se extralimitó con otras personas.

Quién es responsable del holocausto, ¿el M-19?, ¿el Ejército?, ¿ambos?

Yo eso lo tengo claro. La guerrilla fue la que originó ese caos. El Ejército la combatió y lo hizo bien. El problema fue el manejo que se le dio a la retoma. Yo estoy de acuerdo con que el Ejército haya ingresado y haya combatido a la guerrilla. El inconveniente fueron los procedimientos del combate.

¿Estuvo en desacuerdo con el proceso de paz con el M-19?

No me gustó ni cinco. Pero fíjese que ha dado resultado, porque ellos abandonaron las armas y tomaron otra conducta. Ahí están Gustavo Petro y Antonio Navarro Wolff, el mejor gobernador de Colombia.

¿Cree que los militares también deben ser indultados?

Sí, pero tienen que contar la verdad de por qué sucedieron todas esas situaciones que la justicia, la prensa y el país han censurado. ¿Quién dio las ordenes, de dónde vinieron?, ¿qué pasó con el presidente Betancur? Si habla Betancur, se aclara todo.

¿Cómo ve la labor que ha desempeñado la justicia colombiana para esclarecer el holocausto?

Ha avanzado, y esos avances se los debemos en parte a los fiscales Ángela María Buitrago y Mario Iguarán, y a los jueces que tuvieron el coraje de decidir, porque en Colombia no todos se atreven. De todas maneras, en este proceso hay muchos intereses. La justicia, durante muchos años, fue inoperante. Solo de un tiempo para acá los procesos se han movido. Si no hay un compromiso por parte del Gobierno para que se descubra la verdad, no va a haber sanciones para nadie.

¿Volvió a Bogotá?

Diez años después. Otros diez años más tarde regresé a la Casa del Florero, donde me torturaron. Tenía que enfrentar ese miedo, porque no puedo vivir con temores ni con recuerdos oscuros. Después fui varias veces más. La última fue el 21 de octubre de este año, cuando llevé a mis hijos al Palacio de Justicia y a la Casa del Florero, y volví a llorar.

 

mflorez@elespectador.com

@elenaflorezr

 

Por María Flórez

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