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El colegio donde habitan 245 especies de flora

El capitanejo, un bagre que se creía extinto en Bogotá, vive en este campus, donde 60 % de su espacio es bosque nativo.

Mariana Rolón Salazar
29 de octubre de 2016 - 03:58 a. m.
Dueños de canteras han ofrecido grandes sumas por este predio para explotarlo y volverlo más rentable. / Fotos: Mauricio Alvarado
Dueños de canteras han ofrecido grandes sumas por este predio para explotarlo y volverlo más rentable. / Fotos: Mauricio Alvarado
Foto: MAURICIO ALVARADO

En medio de ladridos de perros, silbidos de pájaros y sonidos de patos, están los gritos de los niños que corren para entrar a clases. Antes de haberse constituido como un colegio, el lugar donde actualmente queda el Claustro Moderno era una inmensa finca con una solitaria flora y fauna. Hoy, el campus está rodeado de profesores, personal administrativo y niños que tienen un objetivo en común: la conservación de la maravilla natural que los rodea.

El compromiso de cuidar esa esquina del mundo nació cuando los fundadores de la institución, Carlos Medellín y Susana Becerra, se percataron del deterioro ambiental que imperaba en los años 60 en la ciudad. Por eso la misión del Claustro ha sido inculcarles a los niños, los próximos guardianes del mundo, la importancia de la preservación ambiental y el respeto por la vida. El proyecto pedagógico de formación busca impactar a tres generaciones de manera simultánea: los niños, sus padres y sus futuros hijos.

De allí que el mayor legado que les dejan a los estudiantes es el reconocimiento de las especies que habitan el campus. Cuando los niños aprenden sobre la flora y la fauna, comienzan a respetar y a comprender el significado que tienen para su entorno. Es por esto que hace diez años los alumnos hicieron una tarea de reconocimiento de todas las especies de flora que hay en el colegio.

“Identificamos 245 especies diferentes, reconocidas y le asignamos una especie a cada niño para que fuera como el amigo y responsable. La idea es que el alumno sepa exactamente todas las implicaciones y posibilidades que tiene relacionarse, respetar y aprender con una especie”, cuenta Jorge Medellín Becerra, rector del colegio.

“El mejor profesor del Claustro es la finca”, decía su fundador, Carlos Medellín. Además de ser determinante en la relación que los estudiantes tienen con el medio ambiente, también les enseña sobre el comportamiento que deben tener hacia ellos mismos.

El impacto que ha tenido la finca Zaraus, como se llama la sede, se mide en las actitudes que tienen los niños entre sí. “Yo puedo ser muy sensible con una flor pero muy insensible con un compañero. Tú lo mides a través de la intimidación que hay en el colegio, como el bullying. Lo mides a través de la formación de los niños, a través de su conducta, de su comportamiento y de su socialización”, agrega el rector.

Entre los logros ambientales que tiene el colegio están haber incrementado los nacimientos de agua de tres a cinco, mantener la pureza del agua con revisiones periódicas, proteger las especies nativas en peligro de extinción y sembrar especies de flora.

Este trabajo ha permitido que el colegio sea estación de paso para aves migratorias como las aves de rapiña y las garzas. Además, con la plantación de especies nativas en la parte baja de la montaña, lograron que este espacio se llenara de mariposas y colibríes. Como afirma Germán Estrella, jardinero de la institución desde hace 11 años, su felicidad es ver crecer los árboles que un día plantó y trabajar en un campo inmerso en la ciudad.

“Durante el tiempo que llevo acá se ha trabajado en la reforestación, más que todo, y en la implementación de las especies nativas. Aquí hemos sembrado una gran cantidad de árboles, por ejemplo, el arrayán, el cedro y el mano de oso”.

El Claustro también se ha enfrentado a obstáculos en sus esfuerzos por la conservación ambiental. Durante los primeros 35 años de su creación, las canteras hacían explotaciones con dinamita dos veces por semana. Según Medellín, aunque las explosiones no iban a afectar al colegio directamente, sí estaban cerrándole el camino a la vida: hacían que en épocas de invierno llegaran avalanchas de lodo y mugre.

A pesar de las dificultades, el Claustro se ha consolidado como un proyecto ambiental en sí mismo, donde cangrejos, truchas, pavas andinas, jazmines, sauces, saucos y hasta fósiles, escondidos entre las piedras, conviven en un solo espacio.

Por Mariana Rolón Salazar

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