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El reto de las vías en un país megadiverso

Si se hace de forma adecuada, desarrollar la infraestructura no implica atentar contra el medio ambiente. El desafío está en planificar ciudades y carreteras que tengan en cuenta los ecosistemas que atraviesan.

María Mónica Monsalve S.
18 de agosto de 2016 - 03:04 a. m.
Uno de los casos que más han desatado polémica en el país es la ampliación de la vía que conecta Barranquilla con Santa Marta, la única 4G del Caribe que no se ha podido concretar, ya que su construcción podría afectar uno de los complejos lagunares más grandes de Colombia: la Ciénaga Grande.
Uno de los casos que más han desatado polémica en el país es la ampliación de la vía que conecta Barranquilla con Santa Marta, la única 4G del Caribe que no se ha podido concretar, ya que su construcción podría afectar uno de los complejos lagunares más grandes de Colombia: la Ciénaga Grande.
Foto: Cienaga de Santa Marta

En Colombia, los enfrentamientos entre ambientalistas y encargados de proyectos de infraestructura se han convertido en un debate del día a día. La discusión sobre si se debe o no construir en la reserva Van der Hammen en Bogotá; la doble calzada entre el municipio de Ciénaga y Barranquilla, que pondría en jaque a la Ciénaga Grande de Santa Marta, y la desviación del arroyo Bruno para expandir la mina del Cerrejón, son solo algunos ejemplos que han tenido lugar este año.

Pero detrás de la situación, que no deja de mostrar tintes políticos, la discusión tiene una base de fondo y es cómo lograr que el país se desarrolle de manera sostenible. Es decir, que se reconozca que frente a los procesos de urbanización, el crecimiento acelerado de la población y la apuesta por un posconflicto que busca interconectar todas las regiones, es necesario apostar por los proyectos de infraestructura, pero sin olvidar que estos desafíos no pueden afectar de manera negativa los ecosistemas estratégicos que, a la vez, nos garantizan servicios tan básicos como la alimentación, el agua y el oxígeno. Como todo lo que tiene que ver con la sostenibilidad, la clave está en conciliar ambas partes.

Evitar el divorcio entre “el cemento” y “lo natural”, puede lograrse a través de la infraestructura sostenible, un concepto que busca que todos los sistemas de transporte, comunicación, alcantarillado y energía se planifiquen no sólo pensando en la prosperidad económica de un país, sino también considerando su riqueza ambiental y social.

Colombia, por ejemplo, tiene el reto de desarrollar su infraestructura en un país megadiverso. Si Colombia protege sus ecosistemas podrá adaptarse mejor a los fenómenos climáticos, que serán cada vez más intensos y frecuentes. Según el Departamento Nacional de Planeación, solo con el fenómeno de La Niña 2010-2011 se produjeron daños que alcanzaron los $11,2 billones, de los cuales el 38 % lo aportaron los daños en infraestructura.

Después de las fuertes lluvias de ese año, 92 puentes de la red nacional se impactaron, 53 tramos viales tuvieron que ser rehabilitados y 1.600 kilómetros de infraestructura vial, equivalentes al 9,7 % de la red primaria y al 0,9 % de la red concesionada, fueron afectados, según Cepal y el Ministerio de Transporte.

Por esto, hablar de infraestructura verde debe ir de la mano con la infraestructura resiliente. Es decir, debemos planificar vías, sistemas y construcciones que puedan soportar un aumento de la temperatura nacional entre 2° y 3° centígrados para el 2070, como lo ha pronosticado el Ideam, y que puedan adaptarse al cambio climático. De hecho, en Colombia ya se avanza en un Plan de Adaptación de la Red Vial Primaria para evitar que con el fenómeno de La Niña que se viene este año, la historia se repita.

¿Cómo lograrlo?

Aunque pensar en infraestructura sostenible implica pensar en varios sectores, los edificios y vías sostenibles pueden considerarse los dos pilares para empezar a cumplir con la apuesta de crecimiento verde del Plan Nacional de Desarrollo.

Durante los últimos años, los edificios inteligentes y la arquitectura verde han empezado a ganar terreno en el mundo de la construcción, pues se entendió que en el diseño de las ciudades y hogares hay múltiples métodos para ser energéticamente más eficientes y sostenibles. Las terrazas verdes, los paneles fotovoltaicos y el uso de materiales de construcción que tienen en cuenta los ciclos de vida empezaron a ser factores primordiales cuando se edifica una obra.

Con el tiempo han nacido varios certificados que no sólo se enfocan en el diseño de los edificios, sino en qué tanto cumplen los patrones ambientales. Uno de ellos, que cada vez crece más en Colombia, es el certificado LEED, un reconocimiento otorgado por el Consejo de la Construcción Verde de Estados Unidos, que legitima las construcciones cuando son pensadas para ser amigables con el medio ambiente: desde los bloques con los que se levantan, hasta la energía que consumen.

Según datos del Consejo Colombiano de Construcción Sostenible (CCCS), en Colombia, desde el 2008, 260 proyectos inmobiliarios han sido registrados en el listado oficial LEED, de los cuales 179 se encuentran en proceso y 81 ya han sido certificados. Lo que implica que en 41 ciudades y 19 departamentos del país se están construyendo de manera sostenible 5,1 millones de m².

A una escala mayor está la construcción de vías. Una herramienta que, indudablemente, le permite a un país garantizar que los servicios e instituciones lleguen no sólo a sus ciudadanos, sino que se pueda tener un buen comercio con otros países. La dificultad, como lo ha vivido Colombia, es que muchas veces su diseño no tiene en cuenta los ecosistemas que atraviesan, por lo que terminan convirtiéndose en una amenaza para el medio ambiente y las comunidades que dependen de este. Estos impactos, que muchas veces son graves e irreversibles, generan enormes costos para la economía del país.

Uno de los casos que más han desatado polémica en el país es la ampliación de la vía que conecta Barranquilla con Santa Marta, la única 4G del Caribe que no se ha podido concretar, ya que su construcción podría afectar uno de los complejos lagunares más grandes de Colombia: la Ciénaga Grande. El problema, como lo han advertido científicos como Sandra Villardy, profesora de la Universidad el Magdalena, y ambientalistas del calibre de Julio Carrizosa, no es la construcción de la vía, sino cómo desarrollar esta doble calzada de 64 kilómetros sin que se pierda el manglar y, por ende, la comunicación entre el agua dulce que llega del río Magdalena y la sal del mar, que mantiene la salud de este ecosistema.

De hecho, durante los años 50, cuando se erigió la actual carretera que interrumpió el flujo de agua entre el mar y la ciénaga, se perdieron alrededor de 30.000 hectáreas de manglar. Esto, sumado a las actividades ganaderas y la construcción de diques sobre el ecosistema, hipersalinizó el agua y llevó a que la pesca, principal actividad económica de la región, disminuyera.

Para que la Ciénaga, que recientemente fue declarada en calamidad pública, no termine por ser un lejano recuerdo, tendrá que pensarse en un diseño de vías híbridas, que incluyan viaductos o, incluso, se levanten como puentes y permitan recuperar la comunicación entre el agua dulce y la salada.

Por esto, según explica Sofía Rincón, especialista en Políticas Sectoriales de WWF, el Ministerio de Ambiente y el Ministerio de Transporte, en el marco de la agenda interministerial, lideran una mesa de discusión junto a la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), el Instituto Nacional de Vías (Invías), con el apoyo técnico de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible y WWF, para avanzar en la generación de lineamientos para la planificación, construcción, operación y mantenimiento de una infraestructura de vías sostenibles en Colombia.

 

Por María Mónica Monsalve S.

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