Los guardianes encargados de salvar el Atrato

Un grupo de 14 líderes de todo el Chocó representarán a las comunidades en el proceso que busca rescatar ese afluente. Aunque ya empezaron a hacer intensas tareas de pedagogía, insisten en que hace falta compromiso del Gobierno.

Sergio Silva Numa / @SergioSilva03
16 de noviembre de 2017 - 04:42 a. m.
La cuenca del Atrato tiene 3’781.000 hectáreas y reúne 33 municipios. / Fotos El Espectador
La cuenca del Atrato tiene 3’781.000 hectáreas y reúne 33 municipios. / Fotos El Espectador

El 31 de agosto hubo un acto simbólico en Quibdó. En el auditorio principal de la Universidad Claretiana se reunieron la mayoría de representantes de las comunidades chocoanas. Fue una ceremonia breve. Se leyeron algunos poemas para homenajear al río Atrato, se cantaron algunos versos en su nombre y a 14 líderes se les dio un bastón de mando. El grupo también recibió una camiseta que les recordaba cuál sería su misión de ahora en adelante: ser los guardianes de esa extensa corriente de agua antes de que quede reducida a una cloaca. Ellos la llaman “la columna vertebral del Chocó”.

Desde que fueron nombrados oficialmente como guardianes del río Atrato, estas 14 personas se han tomado muy en serio su trabajo. Han ido a cientos de comunidades que bordean la cuenca para extender un mensaje de protección. “Intentamos hacer pedagogía para evitar que sigan botando residuos”, dice uno de ellos. “Hemos tratado de construir memoria en torno a los ríos que forman nuestro territorio. Estamos rodeados de agua. El río es nuestra vida, nuestra madre”, replica otro.

Lo que quieren, en el fondo, es que la sentencia que hace unos meses emitió la Corte Constitucional, ordenando salvar ese afluente, no se quede en un simple papel. Que el tribunal hubiese declarado al Atrato como sujeto de derechos también es histórico para ellos, pero saben que el ritmo para cumplir fallos en Colombia no suele funcionar muy bien. “Si no empezamos a movernos nosotros mismos, nadie más lo va a hacer”, asegura un guardián. “Varios alcaldes ni siquiera están enterados de lo que dice el documento y nos parece lamentable que Luis Gilberto Murillo (el ministro de Ambiente), ni siquiera haya venido a respaldarnos. Él es del Chocó”, remata uno más. Otro lo complementa: “Además, ese ministerio puso al frente del proceso a personas sin poder de decisión. A la institucionalidad no le importa”.

Sus inquietudes las manifestaron hace poco más de una semana en el mismo lugar donde fueron nombrados guardianes. Aunque son 14, siete hombres y siete mujeres, representantes de siete organizaciones, a la capital chocoana llegaron más de 40 líderes afros y una indígena. Algunos viajaron varias horas por río. Otros lo hicieron por tierra. Se juntaron en unas jornadas agotadoras en las que, apoyados por la organización Tierra Digna, discutieron el rumbo que deberían tomar ahora que nadie parece ponerles mucha atención.

¿Qué hacer con la minería de oro? ¿Cómo frenar la deforestación? ¿Cómo evitar que sigan arrojando desechos médicos al río? ¿Cuál es la mejor estrategia para socializar la sentencia?

Ponerse de acuerdo para responder esos interrogantes no es fácil. La cuenca del Atrato tiene 3’781.000 hectáreas y reúne 33 municipios (el 31 % de Antioquia). Es, más o menos, un territorio equivalente a 123 veces el área urbana de Bogotá. Eso quiere decir que siempre existirán posiciones diversas en torno a diferentes temas. Los del norte, por ejemplo, no suelen hacer minería de oro. Los de un poco más al sur se han acostumbrado a hacer una de tipo artesanal.

Son diferencias que han logrado atajar. Todos comparten la necesidad de salvar el Atrato, pues en torno a él giran sus vidas y sus economías. Si no suman esfuerzos que apunten a un mismo lado, saben que va a ser difícil rescatarlo. Por eso, después de esas intensas reuniones, llegaron a un acuerdo para mostrarle al Ministerio de Ambiente y sentarse a planificar estrategias. Mientras esperan una respuesta, estos guardianes chocoanos insistirán en continuar con su tarea pedagógica en las comunidades. “Pero lo que queremos es que todo el país se comprometa con nosotros”, señala un líder de Bojayá. “No tenemos las herramientas para hacerlo solos y por eso todo el país debe convertirse en un guardián”.

Vanesa Rivas

A Vanesa, que hace parte del Foro Interétnico Solidaridad Chocó, le gusta definir su nuevo rol con una frase: “Como el río Atrato no habla, a nosotros nos toca hablar por él”. Tiene 30 años y vive en Murindó (Antioquia), un municipio a unas cinco horas y media de Quibdó. Sabe que el proceso que acaba de empezar no será fácil. La negligencia del Estado le preocupa, pero ha aprendido a sortearla. “Esta es una lucha más. Es una forma de unirnos para defender algo que nos pertenece. El río es una guía, es el motor que nos conduce. Es la única entrada y salida a nuestro territorio. Salvarlo es una tarea difícil. Pero si no lo intentamos nosotros, ¿entonces quién? Vale la pena luchar”.

Alexánder Rodríguez

Alexánder es abogado y tiene claro que la sentencia y su rol como “guardián” no sólo giran en torno a la descontaminación del río. “De lo que se trata es de una lucha campesina, de una lucha por reconocer nuestros derechos”, dice. Vive en Quibdó y se sabe de pe a pa la sentencia que le otorgó derechos al río Atrato. ¿La razón? “Este fallo va a ser un salvavidas para los pueblos étnicos. Es la gran posibilidad para que el Estado responda por todos los daños que le ha causado al Chocó tras décadas de omisión”. Sabe que será un camino lleno de baches, pero confía en el poder de su comunidad. “Nos estamos articulando y vamos a actuar de par a par con el Minambiente. Acá nada se va a hacer sin participación”. Es guardián del Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomacia).

Alba Quintana Achito

Alba es la representante indígena de los guardianes del Atrato. Es embera y en 2003 tuvo que desplazarse a Quibdó por el conflicto. Llegó de Juradó, cerca a la frontera con Panamá. Hoy hace parte de la Mesa Departamental Indígena del Chocó y está a punto de terminar derecho. Sus luchas han estado enfocadas en abrirles un espacio a las mujeres. Dice que quiere empoderarlas y por eso ayudó a organizar el Primer Congreso de Mujeres Indígenas del Chocó el año pasado. “Nos reunimos 400 mujeres sin el apoyo de nadie. Al final, los hombres no tuvieron más remedio que felicitarnos”.

Para ella, la contaminación del Atrato ha cambiado muchos hábitos indígenas y por eso es contundente con la solución: no más tala, no más oro.

Abid Manuel Romaña

A Avid Manuel no le gustan los periodistas. Les habla serio y con desconfianza. Dice que han puesto palabras en su boca que no pronunció y eso le ha traído problemas. Tampoco le gusta que hablen de Chocó como si fuera un bicho raro: el más pobre, el más abandonado, el olvidado. Es el coordinador del Foro Interétnico Solidaridad Chocó (Fisch) e hizo parte del grupo que discutió el tema étnico en el Acuerdo con las Farc. Tiene 38 años y lleva 20 trabajando como líder comunitario. Es de Bojayá, pero vive viajando por Chocó. Desde que empezó a estudiar licenciatura en ciencias sociales tuvo claro que la historia de los afros es otra: “Nuestra colonización fue mucho más brava”, dice. Confía en que la organización social es el mejor medio para combatir la desidia estatal y por eso tiene fe en el proceso para salvar el río Atrato. ¿Por qué? “Porque una comunidad empoderada puede derrotar un batallón de mil hombres”, responde.

Ingris Asprilla


Para llegar a Tagachí, hay que navegar el Atrato durante unas ocho horas. De allá es Ingris. Los 38 años que ha vivido en el Pacífico le han enseñado dos cosas claves: una, que la organización de las comunidades es el único camino para poner en orden al Chocó. La otra tiene que ver con la conexión entre las mujeres y el río. “Nosotras tenemos un vínculo especial. Las tareas del hogar suelen estar en nuestras manos y el río es esencial para eso. Bañar a nuestros hijos, cocinar, lavar. Dependemos de él y por eso es importante sanarlo”, dice. Pero le preocupa que los recursos para convencer a todos los pobladores aún sean escasos. Mientras tanto, como representante de Cocomacia, el consejo comunitario más extenso (tiene el 18,7 % de la cuenca del Atrato), seguirá insistiendo en hacer pedagogía en las escuelas. “Los niños”, dice, “deben ser la prioridad de este proceso”.

Bernardino Mosquera


Hay un tema en particular que inquieta a Bernardino. En su territorio (Río Quito), hay desde hace mucho un problema contra el que es muy difícil luchar: la minería ilegal. Desde finales de los noventa, varias dragas empezaron a irrumpir en su territorio y ocuparon espacios de mineros artesanales. Desde entonces, todo cambió. Como presidente del Consejo Comunitario de Paimadó, cabecera municipal, ha intentado frenar esa práctica, pero los esfuerzos han sido en vano. Hoy bordea los 40 y cree, sin embargo, que ser guardián es una oportunidad más para salvar su territorio.

 

Fausto Palacios

En octubre de 2003, los más de cien consejos comunitarios afros del Bajo Atra0to decidieron organizarse. Lo hicieron bajo el nombre de Asociación de Consejos Comunitarios y Organizaciones del Bajo Atrato (Ascoba). Fausto Palacios fue uno de sus fundadores. Por eso se sabe de memoria la lista de barreras para proteger su río. Vive en Río Sucio, a siete horas en lancha de Quibdó, y lleva 20 años de líder comunitario. Tiene 39 y varios diplomados encima. Confía en el trabajo de los guardianes, pero tiene una cosa clara: “Nada vamos a hacer si los ministerios no cumplen las órdenes. Ellos son los demandados”.

Por Sergio Silva Numa / @SergioSilva03

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