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Guillermo Cano: periodista desde el colegio

A los 12 años hizo primero de bachillerato, tuvo que habilitar Francés y tuvo calificaciones sobresalientes en Historia y Trabajo Manual. Le criticaron la letra y la ortografía.

Jesús Mesa
13 de septiembre de 2016 - 02:42 a. m.
1936: Quinto Decroly. Parados de izquierda a derecha, el tercero es Guillermo Cano. Su amigo, Tito Cuellar, es el último. / Cortesía
1936: Quinto Decroly. Parados de izquierda a derecha, el tercero es Guillermo Cano. Su amigo, Tito Cuellar, es el último. / Cortesía

La familia Cano tenía lazos familiares con los fundadores del Gimnasio, los Nieto Caballero. El rector Agustín Nieto contrajo matrimonio con Adelaida Cano, hija del fundador de El Espectador. A su vez, Luis Cano se casó con Paulina Nieto. En esas condiciones, la familia Cano Isaza inscribió a sus hijos en el colegio, que contaba con profesores como Ernesto Bein, Tomás Rueda Vargas, Isabelita Holguín y el suizo -y muy serio- “Monsieur” Yerly. (Lea: 30 años sin Guillermo Cano)
 
Uno de los mejores amigos de Guillermo Cano en el colegio fue Eduardo “Tito” Cuellar, quien hoy tiene 90 años. Se conocieron cuando tenían 11 y hasta el día del grado de bachiller fueron “uña y mugre”. “Guillermo era buen compañero, muy sencillo, echaba sus chistes”, recuerda. Tenían vocación distinta. Cano optó por el periodismo y Cuellar por la medicina. “Nos gustaba mucho la literatura, pero él tenía mejores aptitudes para las letras”, recuerda. (Le puede interesar: El Gimnasio Moderno y la Familia Cano)
 
La pasión que las letras despertaban en Guillermo Cano hizo que, como suele suceder a los que se dedican a escribir, las matemáticas fuesen un dolor de cabeza. No solo en los tiempos del bachillerato sino especialmente en los días de primaria. Eduardo “Tito” Cuellar recuerda que alguna vez vieron clase con la profesora Anita Quiñonez Trujillo, a quien llamaban señorita Anita, y el obstáculo fueron los números. (Vea las calificaciones de Guillermo Cano)
 
Guillermo Cano y "Tito" Cuellar tenían 11 años cuando la señorita Anita los rajó en matemáticas y los puso a punto de habilitar la materia. “Era increíble. Éramos juiciosos y dedicados, pero no se nos dieron los números”, rememora "Tito". “El problema era que en ese momento el colegio estaba enfocado en la formación en matemáticas”. De hecho, de su promoción, solo “Cano” y “Tito” optaron por carreras distintas a Arquitectura, Administración o Ingeniería.
 
Con la angustia pero al tiempo la creatividad que caracteriza a los niños, sobre todo al saber que perdían la materia, Guillermo y “Tito” tuvieron una idea desinteresada. “En el último examen, el que necesitábamos para aprobar, le entregamos dos poemas a la señorita Anita, que ambos escribimos. Estaban inspirados en ella”, cuenta riéndose. Le sacamos lágrimas y, gracias a eso, nos subió la nota por encima de tres y ganamos el año”.
 
En cambio, la afición por las letras acompañó siempre a Guillermo Cano.  Su aproximación a la poesía quedó advertida en tercero de primaria. En cuarto de bachillerato, acompañado de sus compinches “Tito” Cuéllar, Gustavo Wills y Gonzalo Mallarino, conformaron el grupo literario “Nuestras Locuras Caldaícas”, nombrado en honor al botánico neogranadino Francisco José de Caldas. Además, por petición expresa de “Tito”, a quien le apasionaba además de la literatura, la biología.
 
Los jueves y sábados, los “jóvenes rebeldes”, como los evoca Cuellar, se iban caminando hacia la quebrada La Vieja, en los cerros de Chapinero, a declamar poemas y a recitarlos de memoria. El repertorio tuvo los mejores versos de José Eustacio Rivera, Federico García-Lorca, Pedro Calderón de la Barca o Jose Asunción Silva. “Nos los sabíamos de memoria, aunque Guillermo era el mejor para declamar poemas larguísimos. Tenía excelente memoria”.
 
Quienes estudiaron con él lo recuerdan como un alumno normal. No era de los mejores, pero cuando se esforzaba lograba buenos resultados. A los doce años hizo primero de bachillerato, tuvo que habilitar Francés y tuvo calificaciones sobresalientes en Historia y Trabajo Manual. Le criticaron la letra y la ortografía, pero reconocían su interés y esfuerzo por el deporte. Y aunque Guillermo Cano tenía facilidad para la literatura, tanto su letra como su ortografía eran preocupaciones constantes de sus profesores. Además, por su disciplina, se ganó varios regaños, aunque lo consideraban “muy inquieto y vivo, pero controlable”. 
 
Tímido en público pero dicharachero entre sus amigos. Su pelo, siempre bien peinado, era motivo de burla -o envidia-. En la sección de humor de El Aguilucho, revista estudiantil del colegio, quedó escrita la sugerencia a la comunidad estudiantil para tener éxito con las mujeres: que se peinaran como Cano. Los amigos decían que parecía un anuncio ambulante de fijador de cabello. “Mírenlo y péinense como él, así pueden lucir como Clark Gable”. Gable era el protagonista de “Lo que el viento se llevó”, la película más taquillera de todos los tiempos.
 
En 1943, la revista de El Aguilucho era muy leída por la comunidad estudiantil. Dos años atrás, Luis Gabriel Cano, hermano mayor de Guillermo, había integrado su comité editorial e incitó a su hermano a participar. De esta manera, Guillermo Cano, en cuarto de bachillerato ingresó a la redacción de El Aguilucho. En sexto bachillerato fue su Jefe de Redacción, y quedó a cargo de la selección de los textos de la revista y la escritura de los editoriales.
 
En las páginas de El Aguilucho, entre sus principales contribuciones quedaron reseñados dos artículos con su firma que dejaron ver sus aficiones juveniles. A Guillermo Cano le gustaba más escribir sobre deportes que practicarlos. Su compañero Hernando Reyes, conocido por sus amigos como “Pelo”, lo recuerda como deportista de poco talento pero muy entusiasta. “Le gustaba mucho el fútbol. No era muy bueno pero jugaba”, señala su amigo.
 
En una de las ediciones de 1942 escribió un editorial reclamándole a las directivas mejor instrucción en gimnasia y deportes. Meses después celebró, con un relato, la llegada de Numael Hernández, “don Numa”, como nuevo profesor de Educación Física. Un personaje que “marcó época” en el colegio porque contribuyó a “levantar el espíritu deportivo del colegio después de grandes dificultades, y otra cantidad de obras dignas de elogio”.
 
Eso sí, en lo que concuerdan quienes lo trataron en su días de colegial fue su interés por la tauromaquia. En una de las ediciones de El Aguilucho, Guillermo Cano firmó el texto “La mujer y la fiesta brava”, con un saludo entusiasta a la presencia femenina en las corridas de toros. A sus 17 años de edad, era un conocedor de la fiesta brava. “Se apasionó a las corridas de la noche a la mañana”, cuenta Pelo, quien recuerda a Guillermo hablando de capotes, tendidos y toreros.
 
Los últimos años en el Gimnasio Moderno fueron de muchos amigos para Guillermo Cano. Continuó escribiendo sobre toros, echando versos con sus amigos y comiendo bizcochos en el café Palace de la Avenida Chile. En el ocaso de 1943, cuando los bachilleres llegaron al final de su vida escolar y empezaron a definir destinos, Guillermo Cano siempre tuvo claro que su lugar en el mundo no estaba en una universidad. Estaba en un periódico. En el de su familia.
 
Por eso, al día siguiente de recibir su diploma de bachiller, Guillermo Cano ingresó a la sala de redacción del periódico El Espectador, donde se mantuvo hasta el día de su muerte, 42 años después. Allí empezó escribiendo de un tema que no podía ser otro: de toros y deportes. Era como si realizara el empalme entre su mundo colegial y el universo periodístico. Muy pronto llegarían a su vida los retos difíciles.
 

Por Jesús Mesa

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