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Los dolores del pueblo barí

Se advierte una crisis sanitaria en esta etnia ancestral, por la falta de atención médica. Hace 25 años los visitó por última vez un médico.

Giovanni Mejía Cantor
18 de octubre de 2015 - 07:17 p. m.
Los dolores del pueblo barí

Tras un desplazamiento de unos 40 minutos desde Ocaña (Norte de Santander) hasta el municipio de Convención por carretera pavimentada, se toma un carreteable en precaria condición cuyo serpenteante y ondulado recorrido llega luego de cuatro horas al corregimiento La Trinidad. Dos horas más adelante aparece la vereda Honduras, con un centro poblado donde hay un puesto de salud que no está en servicio por falta de personal médico, dicen sus habitantes. Rodeados de la majestuosidad del paisaje del Catatumbo se llega al límite de la civilización con la tierra barí para hacer un desplazamiento de una hora a pie hasta llegar luego de ocho horas de viaje al único bohío que se levanta resistiendo el embate de la colonización.

La muerte por desnutrición el pasado mes de julio de dos niños de tres y cinco años y la de un joven de 18 por tuberculosis, una enfermedad ya erradicada, es la evidencia que presentan con indignación los caciques, quienes decidieron permitirnos el acceso a esa comunidad para que se comprobara la forma como lentamente se están muriendo de hambre y otros males. Algo novedoso, pues entre sus costumbres está el vivir aislados y poco es el “blanco” al que le permiten llegar hasta el centro de su resguardo.

Los barís no conocen de reclamos, no les interesan las estadísticas ni reportan muertes y pasan a enterrar sus muertos en medio de sus pompas tradicionales. Los padres guardan silencio ante la pérdida de sus seres queridos, pues prefieren que el primer cacique, Antonio Asindosara Asara, su máxima autoridad, sea el que exprese el dolor que están sintiendo.

Este, quien a sus 70 años no habla el español, dijo, a través de la profesora del resguardo María Kakaina Dochimanu, que “nunca vienen los médicos, mando notas (al hospital de Convención) para que vengan a ver a los enfermos de tuberculosis y leishmaniasis, nos prometen la visita de los médicos y no nos cumplen”.

Lubdy López, una mujer que representa en su lucha por los derechos a los barís y quien se ha ganado su confianza, afirma que también los indígenas sufren los efectos del sistema de salud que poco llega a sus usuarios. “Los indígenas cuentan con una EPS, Cafesalud, que como en el mundo de los blancos también brilla por su ineficiencia”. La vocera de los indígenas, junto con la Cruz Roja Colombiana, han presentado un sinnúmero de solicitudes y derechos de petición para que se lleve hasta el resguardo una jornada de salud, pero el Instituto Departamental de Salud de Norte de Santander “se ha mostrado indiferente”.

El Espectador intentó obtener respuesta de la EPS, pero no fue suministrada. Entre tanto, el gerente del Hospital Nororiental, John Alexánder Álvarez Bayona, respondiendo un derecho de petición, autenticado por la huella del cacique y fechado el 7 de abril, anota que la brigada de salud se haría en los meses de mayo o junio aportando un millón de pesos en desparasitantes y multivitamínicos. Se haría con el apoyo de la Gobernación de Norte de Santander y la Cruz Roja Colombiana. Además, Cafesalud entregaría los insumos para la jornada, que hasta ahora no se ha efectuado.

López piensa entutelar el derecho a la salud de los indígenas para que de esa forma se ordene la visita al territorio con una misión médica que llegue hasta esa zona con una brigada que les ha sido esquiva por 25 años. Este es el lapso que los separa de la última visita de un médico que tuvieron en su resguardo.

En ese entonces fueron las Misioneras Lauritas las que les llevaron médico a través de una brigada sanitaria. Además, los ayudaban en sus cultivos y les enseñaron a sembrar arroz, el cual vendían en Convención. No estaban tan copados por la civilización y la salud no era problema. Así lo recuerda el enfermero jefe Viviano Angarita, coordinador de la Cruz Roja Colombiana capítulo Ocaña, quien siendo muy joven e iniciándose en la profesión, hizo parte de esa comitiva. Algunos indígenas entrados en años aun lo recuerdan.

Ashidora Astacayara, líder de la etnia, reconoce que, ante el silencio de la medicina moderna, la comunidad barí sigue apelando a su medicina tradicional con sus ritos ancestrales y rezos como única opción para proteger la salud de cada uno de sus miembros. “Hay 102 personas entre adultos y jóvenes, 51 niños y seis mujeres embarazadas”, asegura Astacayara. Es enfático al manifestar que “si no van con jornada de salud, nadie entra”.

Todo esto se da en medio de lo paradójico que resulta tener dentro de sus predios una infraestructura que fue concebida como un puesto de salud y que nunca entró en funcionamiento. Hace diez años, la Gobernación de Norte de Santander, Ecopetrol y el Instituto Departamental de Salud aportaron para construir tres habitaciones para consultorios y las dotaron de camillas y lámparas, que están empezando a consumirse con el óxido. Y, lo que es peor aún, hay una millonaria dotación de equipos que reposan empacados sin estrenar, mientras que los niños barís se están muriendo. “Aquí hay autoclaves, instrumental, balanzas, pesas, patos orinales y coprológicos, algodoneras, básculas pesabebés; equipos que están nuevos sin desempacar”, explica el jefe Viviano Angarita, quien regresó al lugar con el fin de comprobar la condición de los indígenas.

Alumbrados solo por el relámpago del Catatumbo, los barís siguen esperando que el Estado les agilice una cita con el médico que ha tardado un cuarto de siglo en llegar.

Por Giovanni Mejía Cantor

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