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'Parábola del retorno' del padre Diego

Recién premiado por su trabajo en pro de la educación, el padre Diego Jaramillo volvió a su natal Yarumal (Antioquia), tierra de beatos, poetas y expresidentes. Crónica de una visita solemne.

Óscar Domínguez G.
30 de diciembre de 2013 - 07:48 p. m.
Mosaico de Iván Darío Gil  en Yarumal (Antioquia) con seis de los grandes personajes del pueblo: Epifanio Mejía, el beato Marianito Euse, Francisco Antonio Cano, Rubén Piedrahíta Arango, Gil J. Gil y Benjamín de la Calle. / Óscar Domínguez
Mosaico de Iván Darío Gil en Yarumal (Antioquia) con seis de los grandes personajes del pueblo: Epifanio Mejía, el beato Marianito Euse, Francisco Antonio Cano, Rubén Piedrahíta Arango, Gil J. Gil y Benjamín de la Calle. / Óscar Domínguez

Porfirio Barba Jacob, de Santa Rosa de Osos, escribió la Parábola del retorno. Su vecino de Yarumal, el padre Diego Jaramillo, prefiere vivir esa parábola. Hace poco volvió a su terruño donde estuvo desatrasándose de nostalgias infantiles.

Visitó la llamada Sultana del norte antioqueño tres días antes de que el Ministerio de Educación lo distinguiera por su vida y obra al servicio de la educación desde la Organización el Minuto de Dios, a la que está vinculado desde 1967.

Tanto a Barba como al padre Diego (cumple 82 años en mayo de 2014) los reclama el vecino municipio de Angostura. No hay tal. Son de donde queda dicho. Lo que sí es cierto es que Jaramillo Cuartas, hijo de Gabriel y Carmen Julia, estuvo conociendo en Angostura, terruño de su padre, el mosaico de cara más grande del mundo. Tiene 44 metros cuadrados y es del beato Marianito Euse, quien asistió a la boda de sus taitas. El mosaico es obra del dibujante-mosaiquista yarumaleño Iván Darío Gil Bolívar.

Como la nostalgia entra por el estómago, la primera escala gastronómica del padre Diego y sus compinches, entre los que me contaba, fue en Santa Rosa, tierra productora de obispos, poetas y pandequesos. Tuvimos oportunidad de practicar el quinto pecado capital (la gula, según el catecismo del padre Astete) despachando una buena dosis personal de pandequesos. La dieta del padre “Minutico” Jaramillo consiste en comer de todo “con cierto ritmo y en cierta proporción” (los demás lapsus capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia y pereza no figuran en la agenda de este monje citadino).

El paseo incluyó fiambre pluscuamperfecto con todo el colesterol posible y chicharrón pecaminoso abriendo plaza. Hubo audición de las 240 voces del coro del tabernáculo Mormón que nos deparó “Grande eres tú, Señor”.

Tan pronto pisamos Santa Rosa, hicimos el tránsito del canto gregoriano a las delicias poéticas del profano Barba Jacob, 27 de cuyos poemas recogió su paisano Bernardino Hoyos, en un CD que grabó la Emisora de la Tadeo (Hoyos y el padre Diego son colegas de radio: Hoyos lo hizo al final de sus días como director de la emisora; Jaramillo es el Sánchez Cristo de Dios en la Emisora del Minuto. Sintonícenlo de 6 a 7 de la mañana en los 107.9 FM).

Cuando el transeúnte Rogelio Echavarría, otro santarrosano de primera fila, empezó a recitar Parábola del retorno, el predicador Diego sacó a relucir su vena de declamador y le hizo la segunda desde su memoria privilegiada. Con la variante de que nos aclaró dónde quedaba “la granja que fue de Ricard”, de la que habla el poema. Hoyos prestó su voz de locutor eterno de la BBC de Londres para leer Cancioncilla, y Darío Jaramillo Agudelo, otro santorrosano consentido por las musas, se dejó venir con Carta a la abuela.

Que no falte visita de papa al Seminario Conciliar de Santa Rosa, donde estudió bachillerato (1945-1950). La parábola religiosa terminó con su ordenación el 17 de agosto de 1958. Su gurú, el padre García-Herreros, a quien le dedicó el premio que le confirió el Mineducación, fue su padrino de ordenación, en 1958. El flechazo de amistad y colegaje entre los dos eudistas fue tal que desde el vamos de esa complicidad, el padre Rafael vio en el yarumaleño a su delfín.

Obligada visita a la Capilla Sixtina santarrosina, obra del maestro Salvador Arango, levantada en tiempos de monseñor Miguel Ángel Builes, ante quien Jaramillo Cuartas se quita el sombrero.

La idea era que el padre que dirige el programa de televisión más viejo del mundo, 58 años al aire, pasara inadvertido. Pero es más fácil que un elefante o un rico pasen por el ojo de una aguja.

Tanto en Bello, primera escala para ver los imponentes mosaicos del presidente Marco Fidel Suárez, obras de Gil Bolívar en la estación del metro, como en Santa Rosa, Yarumal y Angostura, quedó de bulto que el padre Diego es más conocido que el papa Francisco (los murales están inspirados en una caricatura de Rendón y en una plumilla de Francisco Morales).

Al principio la gente lo ve, pero no cae en la cuenta. Luego algo se mueve en el disco duro que los hace reconocer al visitante. En seguida vendrá el pedido de bendición, abrazo y foto para la vanidoteca. El nuevo Telepadre siempre dice sí. Y como los curas nacen con las bendiciones contadas, en esta correría dejó buena cantidad.

En Santa Rosa la noticia del antiguo seminarista se regó como verdolaga en playa entre el clero. En cuestión de minutos hasta el obispo Ossa estaba a su lado. El padre Diego quedó reducido a “Diego” para sus pares en el evangelio. El colegaje permite esas familiaridades. Que no falte la lectura, en la sonora voz del obispo, todo de negro hasta los pies vestido, de un texto reciente del papa Francisco, extraído de internet, en el que llama al orden y a la austeridad a la Iglesia toda. “Volvé, Diego”, es la recomendación. Por supuesto, quedó tiqueteado para dirigir unos ejercicios espirituales. La fecha se fijará después.

El tiempo corre aun para personas como el tauro Diego, acostumbrado a meterles la mano al bolsillo a los ricos en favor de los pobres. Sabe que un rico más son decenas de pobres menos. Los platudos, pragmáticos, saben que “a Jehová presta el que da a los pobres” (Proverbios). En Medellín presidió un primer banquete del millón. Los paisas estuvieron tímidos para el gasto esta vez. Fue la primera piedra de futuros eventos similares. Tranquilo todo el mundo.

En la veloz gira pude constatar que los tauros como Jaramillo Cuartas son sensibles, alegres, trabajadores, impresionables, soñadores, mamagallistas, sencillos, espirituales y místicos. Saben escuchar, son capaces de ver todas las de los problemas, ven el gusano donde otros no ven la res y son solidarios a morir. Su verbo preferido es el mismo del emperador Adriano: Servir.

Tal vez le queda tiempo para todo por el hecho de que es enemigo personal del celular. Parece una herejía para los tiempos que corren, pero no carga ese cachivache. Prefiere vivir. Nada de tabletas en su hoja de vida. Su patrón, San Juan Eudes, ni la imaginó.

El des-orden del día nos lleva a Angostura. La escala gastronómica para despachar el fiambre servido en hojas de bijao se suerte a la sombra del mosaico del padre Marianito, quien hace fila para trepar a los altares. Gil Bolívar, otro discreto tauro que prefiere definirse como dibujante, con humildad y sencillez de cartujo, explica cómo llevó a cabo la obra de 44 metros cuadrados. La alcaldía puso el muro; Yarumal aportó al padre Marianito. Él y su arte se encargaron del resto. El mosaico obra el diario milagro de ser tan visible tanto a la entrada como a la salida del pueblo.

Es obligada la visita a la cripta donde reposan los restos del padre Marianito. Vimos sus huesos por debajo de los ornamentos. El ordinario del lugar, o párroco que llaman, se encargó de saciar la curiosidad del ilustre visitante y le regaló copia de la partida de bautismo de su padre. Y de la partida de matrimonio de sus progenitores, asentada con letra del futuro santo. Si Roma no se pone difícil.

El plato fuerte está al final. La cereza en la copa es la visita a Yarumal, donde los sorprendidos caminantes se atropellan para saludar al curita. No pueden creer que el hombre que habla por la televisión de lunes a viernes, en horario triple A, sea el paisano que tienen ante sus barbas.

Los pasos nos llevan ante el imponente mosaico de Iván Darío Gil, localizado a un costado de la plaza principal. Allí están los seis de los principales de este pueblo feo, faldudo y frío, los pa mostrar, los que sacan la cara por esa tierra llena de yarumos, de donde deriva su nombre.

Jaramillo y Gil se turnan para hablar de los protagonistas del mosaico: el padre Mariano de Jesús Euse (la versión criolla del cura de Ars, dice el artista); Epifanio Mejía, poeta, autor de la letra del himno antioqueño; Francisco Antonio Cano, pintor; el vicealmirante Rubén Piedrahíta Arango, uno de los quíntuples de la junta militar que reemplazó a Rojas Pinilla; el médico Gil J. Gil, el “bisturí de oro”, y Benjamín de la Calle, fotógrafo.

Pecado mortal sería no visitar alguna comunidad religiosa de las tantas que hay en Yarumal, donde monseñor Builes fundó el seminario de misiones. De allí sería expulsado el expresidente Betancur por componer versos cojos en latín contra uno de sus profesores. La lotería de la visita se la ganó un convento de monjitas de clausura, las concepcionistas, tan felices con la visita del padre Diego y de Iván Darío, que el papa Francisco se puede quedar en ciudad del Vaticano. Y nos dejan mirar desde lejos el mural del padre Soto, obra de Gil, claro, otro santo en capilla que tampoco tiene afán. Nos regalan hostias, sonrisas y oraciones para el regreso.

La parábola del retorno, del padre Diego, a la ciudadela el Minuto de Dios en Bogotá empieza a acosar. “El tiempo de Dios es perfecto”, pero es mejor no arriesgar. Han sido 15 horas relajadas en la vida del padre Diego Jaramillo. Al final de la jornada era el más fresco de todos. Puede ser por un milagro del padre Marianito, o del padre García-Herreros, quien ya puede contar con mosaico hecho por Gil Bolívar en el barrio que lo vio ejercer su apostolado en favor de los que llevan del bulto. Tarea en la que lo reemplazó el padre que vino del frío de Yarumal.

ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

Por Óscar Domínguez G.

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