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Relato de un sobreviviente

Hace 25 años, el viernes 11 de noviembre de 1988, los paramilitares de los hermanos castaño atacaron Segovia (Antioquia) y mataron 46 personas. el auge y la victoria electoral de la unión patriótica fue la razón de la masacre. un testigo y sobreviviente de esos hechos recuerda aquellos días de impunidad.

Catalina González Navarro
10 de noviembre de 2013 - 09:00 p. m.
Después de la masacre, la gente rayó las paredes en forma de reclamo por sus muertos. / Archivo
Después de la masacre, la gente rayó las paredes en forma de reclamo por sus muertos. / Archivo

En los años 80, la zona del nordeste antioqueño era uno de los fortines políticos del dirigente liberal César Pérez García. Pero a partir de la creación del movimiento político Unión Patriótica (UP), en 1985 comenzó a perder su poder. En marzo de 1988, en desarrollo de la primera elección popular de alcaldes, dos de los municipios de la región, Remedios y Segovia, escogieron a dirigentes de la UP: Elkin Martínez y Rita Ivonne Tobón. Dos meses después, Martínez fue asesinado en Medellín y la elegida en Segovia empezó a recibir amenazas. Ni la clase política tradicional ni el paramilitarismo estaban dispuestos a permitir que la UP gobernara en sus feudos.

De hecho, la antesala de la posesión de Rita Ivonne Tobón en Segovia fue crítica. A los asesinatos del alcalde electo de Remedios y de otros líderes de la UP, las comunidades respondieron con la realización del llamado paro del nordeste antioqueño. Duró tres semanas. Luego hubo paro nacional y desde entonces las balaceras se hicieron comunes en Segovia, un pueblo que entonces producía más del 90% del oro del país, pero que seguía sumido en la pobreza y el abandono estatal. La novedad era el inevitable final de la hegemonía política liberal, pues además de la alcaldesa, nueve de los 13 concejales del pueblo pertenecían a la UP.

En aquellos días, Noé Montaña*, oriundo de Segovia, ejercía como docente. Hoy recuerda cómo se fue agravando la situación después de que la UP tomó las riendas del municipio. El 30 octubre, por ejemplo, él refiere que un comandante guerrillero fue acribillado en una tienda del municipio y en la balacera resultaron heridos dos adolescentes. Al día siguiente nadie salió a celebrar la fiesta de los niños. Se sentía miedo y los presagios señalaban que algo grave estaba por suceder. Sin que la Fuerza Pública lo impidiera, los jefes paramilitares y sus secuaces se reunían en el parque principal.

El viernes 11 de noviembre llovió desde las tres de la tarde. Por eso la mayoría de la gente de Segovia estaba en sus casas. Hacia las 6:45 aparecieron unos camperos en el parque principal y en 15 minutos sus ocupantes desataron una tragedia. Armados hasta los dientes empezaron a recorrer las calles del pueblo disparando a diestra y siniestra. Otros se encaminaron hacia casas específicas para asesinar a sus habitantes. Hubo dos objetivos claros, las familias Restrepo Cadavid y Gómez, con algo en común: habían sido simpatizantes del Partido Liberal, pero algunos de sus miembros ahora apoyaban a la UP. Algunas de las víctimas no tenían intereses políticos.

“Ese día iba a encontrarme con unos amigos. A 20 metros de mi casa, cuando mi madre oyó los primeros tiros, escuché sus prevenciones y me devolví”, recuerda Noé. El ataque duró más de hora y media. Las mayoría de los habitantes de Segovia ni se asomó a las ventanas y se acostó sin saber la magnitud de lo sucedido. Los medios decían que era una toma guerrillera. Incluso, el entonces capitán de la Policía, Jorge Eliécer Chacón Lasso, salió a decir a la radio que él y sus hombres habían defendido a la comunidad de la guerrilla. Pero nadie vio agente alguno en las calles durante el ataque ni la estación de Policía sufrió daño alguno.

A las 6 de la mañana del sábado 12, al clarear, empezó el conteo de las víctimas: 43 personas murieron, más de 50 quedaron heridas. Noé Montaña salió de su casa a encontrarse con la muerte. Los cuerpos sin vida de algunos de sus amigos y conocidos. Algunos pensionados de la minería, uno que otro mendigo, sus compañeros de conversación. Pronto los ataúdes no dieron abasto. No hubo levantamientos y los cadáveres fueron apilados en volquetas. El Ejército acordonó el parque. Al otro día domingo, todo el pueblo salió a la calle. “El parque, los balcones de las casas , la iglesia, todo se volvió repleto. Hasta salió el sol a lamentar lo sucedido”, recuerda Noé.

Cuando el sacerdote terminó su primera homilía dominical se revivió el caos. No se sabe por qué pero alguien gritó “¡volvieron!”, sonó un tambor y se formó una estampida. La gente empezó a correr, las sillas de la iglesia quedaron desperdigadas. Unos se tiraron al piso, otros se arrodillaron a rezar. Noé Montaña cuenta que cuando se impuso la calma la gente se refugió en sus casas. Muy pocos fueron al cementerio. El miedo impuso un toque de queda voluntario. A las 6 de la tarde Segovia era un pueblo desierto. Sin embargo, en el interior de algunas casas, con armas artesanales, muchos habitantes se alistaron por si regresaban los asesinos a completar la masacre.

Noé Montaña se quedó en la calle a ayudar a las víctimas. Lista en mano empezó a ubicar familias y heridos y alcanzó a contabilizar 85 damnificados. Fueron muchos días tratando, con amigos y autoridades, que Segovia recobrara su normalidad. Nunca fue lo mismo. La violencia siguió enseñoreada en la región y los grupos paramilitares a los que les daban forma los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño terminaron imponiendo su imperio criminal. Fueron además tiempos de impunidad absoluta. La omisión de las autoridades de Ejército y Policía no tuvo suficiente castigo y la UP siguió contando muertos entre sus dirigentes políticos o simples simpatizantes.

Desde entonces, Noé Montaña no ha dejado de participar en las conmemoraciones que cada año recuerdan ese lamentable viernes 11 de noviembre de 1988. En particular no olvida la de 1995. “Ese noviembre hicimos una peregrinación, pero todos los organizadores recibimos amenazas. Al sacerdote de la época lo llamaron y le dijeron que le iban a faltar muchas tumbas para todos los muertos que tendría el pueblo. Lo mismo hicieron en el hospital. Todas fueron llamadas anónimas”. A pesar de que ya habían transcurrido siete años, hasta las memorias de la masacre de Segovia sufrieron las consecuencias de la impunidad y el olvido.

No muchos recuerdan, por ejemplo, que el 22 abril de 1996 hubo una segunda masacre. Murieron 13 personas en dos barrios periféricos. Mientras el paramilitarismo de los Castaño estuvo vigente, con sus complicidades oficiales a bordo, no pararon las amenazas. Noé Montaña salió finalmente de Segovia y se radicó en Medellín, pero siguió enterándose del destino adverso de su municipio. Hoy rememora cuando supo que en enero de 1997 llegó un nuevo grupo de autodefensas reivindicando sus métodos extremos o la manera como el miedo volvió cuando bajo el mando de Rafael Echavarría, exguerrillero del cuarto frente de las Farc, operó una temible Convivir.

Sólo en 1999 volvió a Segovia, pero por corto tiempo. Rápidamente el bloque Metro de las autodefensas lo puso en su mira por hacer parte del proyecto Nunca Más, que recopiló información sobre los días en que el paramilitarismo hizo de las suyas en varias regiones del país, entre ellas el nordeste antioqueño. Corrieron rumores de que en el techo de la casa de sus padres se ocultaban guerrilleros y su propia vivienda fue tiroteada. Su decisión de no dejar perder la memoria de la masacre de noviembre de 1988, y de otros tantos hechos de violencia a lo largo de dos décadas, lo convirtió en testigo de excepción y también sobreviviente.

Hoy tiene claro quiénes mancharon con sangre la historia de su pueblo hace 25 años, y cómo después la impunidad logró que todo quedara sin su justa sanción. Sólo sigue vivo el poder de la memoria, aunque las nuevas generaciones de Segovia saben que el exterminio no ha parado. El informe Silenciar la democracia: las masacres de Segovia y Remedios (1982 a 1997), elaborado por el Centro de Memoria Histórica, lo admite. Según investigaciones de la Fiscalía, hasta septiembre de 1997 el paramilitarismo había asesinado a 170 personas en Segovia y Remedios. Ayer su gente recordó aquel viernes 11 de noviembre en que empezó su tragedia.

Por Catalina González Navarro

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