El Magazín Cultural

Ahora olvido

Solía tener una memoria de la que me sentía orgullosa. Tenía, sobre todo, una memoria fotográfica: podía repasar una clase cerrando los ojos y ver el tablero tal y como había quedado.

Juliana Londoño
19 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
Carlos Fuentes, autor de “Aura”, “La muerte de Artemio Cruz” y “La región más transparente”. / Getty Images
Carlos Fuentes, autor de “Aura”, “La muerte de Artemio Cruz” y “La región más transparente”. / Getty Images

Ahora, mi memoria parece más una casa vacía. Recuerdo pocas cosas y casi todo suele estar inadvertido. Entonces, me pregunto varias veces y varias noches si acaso sufro de un tipo de amnesia prematura o si es que cada vez me place menos recordar qué tenía dentro.

Ahora olvido de qué se trata una película. Olvido los diálogos de mis libros electos. Olvido lo que escribo y en qué cuaderno lo hago. Olvido nombres. Olvido frases. Olvido —con frecuencia— fechas históricas, personajes emblemáticos y en un intento desesperado por no quedar vaciada, me levanto temerosa en la madrugada a que Google me entregue la fórmula del recuerdo. Por supuesto, cuando tengo de nuevo los datos, los noto cercanos, estaban ahí, en un limbo, en un pantano seco que vuelve a humedecerse cuando lo invito a ser terreno.

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En otro intento —desesperado también— comienzo a preguntarle todo tipo de cosas a mi memoria, rogándole que no falle. Le pregunto dónde es que aparece esa frase mutiladora que dice “Eres las ruinas del hombre más noble”. Le pregunto por la trama de Aura, de Carlos Fuentes, que tanto me envolvió. Le pregunto, también, por el año en que nacieron mi mamá, mi papá, por alguna anécdota de cuando fueron tan niños como cualquier niño. Le pregunto por la historia de cada amuleto que tengo sobre mi biblioteca. Le pregunto por el año en que Ethel Gilmour, invadida más de lo natural de arte, pintó El Guayacán y del tiempo en el que Sabina se sintió en el infierno de Dante mimetizándose con londinenses. Le pregunto por los viajes por carretera que hicimos juntos.

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Sin ningún tipo de estrategia, le pregunto a mi memoria lo que quiero recordar. Lo que quiero que permanezca, aun cuando de tableros y clases no se trate la vida. Le pregunto insistentemente para que la respuesta sea discreta y ruidosa. En efecto, lo es: mi memoria recuerda poco de fechas, poco de tramas, poco de exactitudes. Pero bien conoce de huellas, del rastro, de la sensación, del abismo, de la huida, del cielo. Cargo con una memoria sensorial, que se pregunta a sí misma lo que se rehúsa a soltar, que cree —en su defensa— que ha olvidado, pero lo que hace es apostarse a ella misma. Cargo con una memoria sensorial, que recuerda cómo el mar me hace de dichosa y cuán triste estuve aquella vez, pero olvida que la sal quema y llorar agota. Cargo con una memoria que exige recordar lo sustancial y olvidar lo transitorio.

Por Juliana Londoño

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