El Magazín Cultural

Carlos Delgado: vida desde el lienzo

Semblanza del pintor colombiano, cuya obra ha tenido repercusión y se ha consolidado en Canadá.

José Hoyos
10 de noviembre de 2018 - 02:26 a. m.
Carlos Delgado nació en Cali hace 38 años y se crió desde niño en el corregimiento Bonafont, de Riosucio (Caldas). Ahora está radicado en Toronto.  / Cortesía
Carlos Delgado nació en Cali hace 38 años y se crió desde niño en el corregimiento Bonafont, de Riosucio (Caldas). Ahora está radicado en Toronto. / Cortesía

Carlos Delgado (Riosucio, Caldas, 1980), artista gráfico y muralista. Reside entre Colombia y Canadá. Ganador de la residencia de artistas Power Plant Gallery de Toronto (2015), ganador del premio Art Access Award de la Toronto Arts Foundation (2016), dos veces finalista del Toronto New Foundation Artist Newcomer Award (2014, 2015). Le ha sido otorgada la Beca de la Comunidad del Concejo de las Artes de Toronto (2017) por su proyecto de arte comunitario “In Our Shoes” y la pasantía en la Lohme Gallery de Malmö, Suecia (2017), cuyo resultado es la exposición “Rostros del Sistema”. Ha participado en las comisiones de arte en vivo de Ontario Culture Days (2016) y Pan Am Games (2015). Sus obras hacen parte de colecciones privadas en Europa, Asia y Norteamérica.

El artista camina muy atento mirando aquí y allá en busca de rostros, formas, trazos, expresiones... Pasa todo por el filtro del pensamiento a ver si sirve, si puede volverse presencia sobre lienzo, tinta sobre papel, pintura sobre un muro. Clasifica y selecciona, ensaya, replantea, descarta, cambia de ángulo, intenta con color, con sombra, prueba líneas y posturas, hasta que da con lo que busca. Por eso las obras de Carlos Delgado están llenas de vida. Cuando le preguntaban a García Márquez por la novela que tenía en remojo, decía: “Ya está lista, solo falta escribirla”. En la cabeza se encuentra el más laborioso taller de cualquier artista. Allá se cocinan las ideas y las imágenes. Es el sitio donde sucede la verdadera alquimia. Lo que se traslada al lienzo al momento de pintar es un destilado: la almendra, una gema ya pulida que solo necesita volverse tangible mediante óleo y carboncillo.

Los trazos de Carlos Delgado —riosuceño de pura cepa— han madurado hasta dar con un estilo propio y volverse obras y las obras invadieron Toronto, ciudad donde vivió los últimos ocho años, pintando a toda marcha, ganando concursos de Art Battle, creando el mural que decora la Union Station (la estación más grande del metro de Toronto), ubicando sus lienzos en las paredes de coleccionistas privados de Sídney, Berlín, Singapur, Dublín, Londres y París, y exponiendo en la Westland Gallery y en la 133 Gallery. Después estuvo haciendo una pasantía en Malmö (Suecia), en la Lohme Gallery, cuyo resultado fue la exposición “Rostros del Sistema”.

Delgado posicionó su obra en Europa y Norteamérica mientras sigue a la espera de que Colombia le eche un vistazo. Mantiene la disciplina de trabajo de los que se hacen solos, toma distancia de las teorías recalentadas (es mejor saber hacer una cosa que saber cómo se llama una cosa) y es fiel seguidor de las coordenadas que él mismo se traza. Sigue pintando solo por el placer de pintar; es decir, tiene clara la frontera entre el arte y el mercado, lo que no tiene por qué significar un distanciamiento entre lo uno y lo otro. Dibuja porque para eso nació, dibuja para vivir.

Las tensiones entre el ser humano y el sistema han ocupado gran parte de sus inquietudes. Cualquier sistema humano es un sistema complejo. Cuanto más grande es, más pequeño hace ver al individuo. Delgado consigue captar esa pequeñez bastándose solo de miradas y posturas, de colores y tonos, de emociones que encuentran salida por medio del semblante. Vivir en una enorme ciudad deja cierta pesadez, una angustia por la fría distancia que separa a las personas. El método de Delgado es en parte simple: desplazarse en metro o en bus y ver rostros agotados de mirada perdida y tomar una instantánea mental para trasladar esa sensación a una tela blanca de 3 x 3 que consiga convencer al espectador de que ahí hay un drama, un matiz, una emoción. Más difícil que dibujar —o escribir— es sentir: dejar que el peso de la realidad se le venga encima a uno, aguantarlo en hombros y salir corriendo para el taller, cosa que haya el menor tránsito posible entre el detonante y la obra.

¿De qué color es el asombro? Un niño o un artista podrían dar respuesta porque todavía conocen la importancia de jugar. “El mundo ordinario” o “La gris realidad” son expresiones que hacen pensar en ausencia de interés. Pero a los ojos del pintor nada es ordinario, porque el mundo es nuevo cada instante. En la cotidianidad está la clarividencia que diferencia al artista. Hay quienes nacen con el don del asombro. En los rostros de la calle hay una clave sobre la firmeza del trazo de Carlos Delgado. Cinco trazos endiablados de precisión moldean un boceto que, horas después, se volverá un calco de la realidad. De a poco va apareciendo una sombra, un chorro de luz, un movimiento, un gesto, un airecito. El uso de los dedos para suavizar el trazo del pincel, el aprovechamiento de las gotas de tinta que escurren, dejar que el cuchillo de paleta se mueva y aparezcan las capas de colores, son divertimentos de su proceso creativo: solo la mano que sabe jugar sabe dibujar.

Angustiadas, vibrantes, frías, inquietas, amargas, felices, enigmáticas, tajantes, esquivas, agitadas, serenas: la pintura de Carlos Delgado está llena de personas. Todas transmiten una actitud frente al sistema que las contiene. Todas testimonian la fuerza del instante. Todas están ahí para recordarnos lo extraordinario de las actitudes ordinarias. En un rostro puede caber el pasado. Apresados en un telar de 3 x 3, los rostros no se mueven de su sitio, pero lo persiguen a uno adonde vaya; lo mismo que el pasado. Una imagen —no solo un óleo sobre lienzo— puede llegar a ser tan desgarradora como la misma realidad. Los rostros conmueven por su carga de evocación y pasado irrecuperable, pues en ellos convergen la presencia y la ausencia. Si la literatura ensancha, porque nos deja ver que hay más vida de la que podemos abarcar, la pintura resume, porque plantea que, de toda esa realidad que nos abruma, basta con un rostro viéndonos desde un lienzo para conocer la esencia que aviva la condición humana.

Por José Hoyos

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