El Magazín Cultural

La moda y el lujo sí incomodan

" La moda está abierta y es posible a todos, pero el lujo no equivale propiamente al buen gusto aunque siempre requiere recursos para pagarlo", afirma el autor de este texto que cita a Lipovetski para reflexionar sobre las diferencias entre la moda y el lujo en la sociedad actual.

Freddy Santamaría Velasco
28 de septiembre de 2019 - 05:30 p. m.
Para el filósofo francés, Gilles Lipovetski, los humanos solemos caer en las manos del último producto para consumir, si no “no estamos a la moda” y por lo mismo no contribuimos al sistema.  / Cristián Garavito
Para el filósofo francés, Gilles Lipovetski, los humanos solemos caer en las manos del último producto para consumir, si no “no estamos a la moda” y por lo mismo no contribuimos al sistema. / Cristián Garavito

Hace un par de años en la Universidad Pontificia Bolivariana tuve la oportunidad de escuchar la conferencia “El nuevo mundo de lujo” del filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky. En ella, el autor francés dejó clara la diferencia que hay entre la moda y lo que es propiamente el lujo, este último, muy común entre las personas más adineradas, al menos (en esto hizo bastante énfasis) hasta la mitad del siglo XX. La moda es la
 de estar buscando constantemente novedad, sin límite alguno. En dicha experiencia, las emociones y la voluntad humana se encuentran atrapadas en un ciclo en el que, por ejemplo, un individuo trata de estar al día con el último perfume, traje o bolso que se lanzó en la pasarela de Milán. Eso es estar a la moda.

Para Lipovetsky solemos caer en las manos del último producto para consumir, si no “no estamos a la moda” y por lo mismo no contribuimos al sistema. Sistema que con su bien planificada obsolescencia programada está pronto a complacer nuestras reales necesidades y frugales deseos. Estamos encadenados en un círculo que da la vuelta entre deseo, satisfacción y más deseo. Una y otra vez, deseo tras deseo por satisfacer, condición dolorosamente humana que el huraño y sabio Schopenhauer ya había avizorado para nuestros tiempos. Por su parte, el lujo remite a la exquisitez y exclusividad  y gustos estéticos que una minoría, una élite puede darse. El lujo muestra más que la satisfacción de deseos, una estratificación social. Efectivamente, solo accede al lujo quien puede pagarlo.

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Ahora bien, puede que esta sea una verdad patente y aplicable a una sociedad capitalista y específicamente, europea. Al menos en Colombia, la cosa se mezcla de manera horrorosa.  La moda está abierta y es posible a todos, pero el lujo no equivale propiamente al buen gusto aunque siempre requiere recursos para pagarlo. Recientemente Maluma, entre lágrimas presumió de su nuevo y personalizado jet privado, afirmando que era uno de sus sueños anhelados y que además todos lo que soñaran algo similar lo podrían lograr, pues los sueños de acceder al lujo se cumplen según el cantante paisa. Maluma es el perfecto ejemplo de que basta con que se tenga una buena chequera para que se puede acceder a los lujos y hasta sueños que unos solo pocos pueden tener. El ejemplo patente de la “democratización” del lujo es lo que sucede en Bogotá o Medellín en sus respectivos San Andresito o El Hueco. En dichos comercios se puede acceder con poco dinero a las últimas camisas o tenis de marca y con ello sentirse miembros de una elite, que sin jet privado también puede presumir.

Es cierto que las personas de los estratos más sencillos, como los altos, son presas de las marcas conocidas y costosas, o de aquellas –replicas o chiviadas- que aparentan serlo. Pero los lujos, los verdaderos lujos, que son para pocos según Lipovetsky, son cosas exóticas que pueden obtener quienes coloquialmente llamamos “burgueses” o grandes capitalistas y que tienen el dinero de sobra para mostrar y gastar su poder económico y que son, desafortunadamente, los mismos que constantemente vemos gritar “¿usted no sabe quién soy yo?”. Esos mismos que compran el carro más colorido, llamativo y ruidoso. Y que pueden dar los regalos más fantásticos y exóticos, tales como un unicornio. Sí, un unicornio (¿no les parece sorprendente que en Colombia hayan intentado frankensteinizar un pobre pony para satisfacer los deseos de una niña al que su “padre amoroso” quiso regalarle un unicornio?). Si tal equino con cuerno en la frente hubiese sido posible no solamente hubiese sido todo un lujo sino más bien un milagro.

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Comprendo que Lipovetsky tenga muy clara la caracterización de la moda y el lujo en una Europa capitalista e ilustrada, pero no sé si en Latinoamérica, al menos el contexto colombiano, en el que se amalgaman la ostentación, el dinero, la indiferencia y el mal gusto en nuestras calles, pueda ser un ejemplo más para el autor francés. La moda sí incomoda, igual que lo es la desigualdad social. Pues pensemos en  aquel que mágicamente consigue dinero y desea “restregarle” en la cara su riqueza a los vecinos por medio de excentricidades, tales como: súper autos que pueden alcanzar 300 km/h que en las trochas colombianas y trancones que no andan a más de 20 kilómetros, o búsquedas de belleza a través de cirugías estéticas cuya exageración dejan patente la pobre educación que tenemos. Es verdad, que lo que triunfó sin lugar a dudas fue el capitalismo con sus muchas e índoles caras. El autor de La era del vacío es optimista, yo no. Creo que las diferentes versiones del capitalismo lo que muestran es una nueva versión del mito del progreso en donde el progreso moral como bien podría advertir Kant es primero que los muchos lujos con que adornamos nuestra vida. Falso optimismo liberal.

Por Freddy Santamaría Velasco

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