El Magazín Cultural

La Nacho, mi universidad

A propósito de los 150 años de la Nacional, rememoramos las luchas del movimiento estudiantil de 1971.

Diego Betancur
16 de octubre de 2017 - 02:13 a. m.
El 1° de marzo de 1971 los estudiantes de la Universidad Nacional acordaron la realización de un paro. En ese momento comenzaron las marchas y los enfrentamientos entre estudiantes y fuerza pública. / Archivo El Espectador
El 1° de marzo de 1971 los estudiantes de la Universidad Nacional acordaron la realización de un paro. En ese momento comenzaron las marchas y los enfrentamientos entre estudiantes y fuerza pública. / Archivo El Espectador

En estos días he tenido la oportunidad de leer diversos artículos sobre el sesquicentenario de la Universidad Nacional, mi universidad: separatas en revistas reconocidas y prestigiosos columnistas. Han sido 150 años de aportes a la investigación; cuna de institutos y academias, con una pléyade de egresados prominentes desde sus comienzos.

Sin embargo, no he hallado mención alguna al movimiento estudiantil, que se precipitó en Colombia en la década de 1970, y a sus repercusiones en la Nacional. Hagamos un poco de memoria.

Tres años antes, los estudiantes habíamos seguido de cerca las hazañas de “Daniel el Rojo” (Daniel Cohn-Bendit), el alemán que lideró la revuelta estudiantil en Europa, especialmente en Francia en mayo de 1968, poniendo en jaque al gobierno francés.

Al mismo tiempo, en nuestro país, con la consigna de “la tierra para quien la trabaja”, los campesinos se movilizaron contra el esquema agrario semifeudal que imperaba, agrupados en la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), esquema que impedía el libre desarrollo de las fuerzas productivas y del capitalismo nacional, favoreciendo los apetitos del imperio del norte.

Asimismo, los indígenas dispersos por la geografía nacional pero organizados en el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca), siempre guiados por el líder ancestral Quintín Lame en los años treinta, defendían sus derechos; y los estudiantes de las universidades públicas, nos movilizamos por calles y plazas, en apoyo al movimiento campesino e indígena. Pronto, amplios sectores de las universidades privadas se sumaron a aquella causa.

* * *

Yo acababa de acompañar a mi padre en su aspiración presidencial, el 19 de abril de 1970. Apoyo mío no como conservador, ni liberal; belisarista, sí, ya que en nuestra casa mi padre nos inculcó el principio lógico de que sus hijos no teníamos por qué seguir su partido, sino que cuando fuéramos mayores de edad y con conocimiento de causa, tomáramos la decisión política que quisiéramos. Mi madre sí heredó lo liberal de su familia paisa. Ya en 1982 mi padre fue elegido presidente, en franca lid, con las banderas de la paz.

***

En 1971, la mayoría de mis compañeros de la universidad eran llegados de los rincones más apartados y con escasos recursos; los egresados del Colegio San Carlos, como yo, y de otros colegios privados, éramos una ínfima minoría. Pero en mi caso me sentía preparado para todo: “curado de espantos”, como dicen en Antioquia, presentía a lo que me iba a enfrentar. Y así fue. La izquierda me recibió con un panfleto mimeografiado que decía: “Ha llegado el ‘retoño’ de Belisario”. Por cierto, mote muy apropiado para el pénsum de agronomía, la carrera que cursé en la Nacional de Bogotá.

Ante el arrasador empuje del movimiento estudiantil, el gobierno, a través del Ministerio de Educación, se vio precisado a convocar elecciones democráticas para un nuevo Consejo Superior, elegido por los diferentes estamentos de la comunidad universitaria, sustentadores del “Programa Mínimo”, que exigía la representación paritaria de profesores y estudiantes en el llamado “cogobierno de la universidad”. Esta gran mayoría, con excepción de la llamada “plaga” (para los “millennials”, son los que echan las papas bombas hoy), anarquistas como siempre, que se atraviesan a toda iniciativa seria. Así fue como la izquierda y sectores democráticos elegimos el nuevo Consejo, conformado de la siguiente manera: un representante del Ministerio; tres de los decanos; dos de los estudiantes; dos de los profesores y uno de los exalumnos; para un total de nueve, lo que aseguraba una mayoría a favor de nuestro ideario. Y tomamos medidas en apoyo de la soberanía nacional; defendíamos la autonomía universitaria ante las pretensiones del ejecutivo de imponer textos y programas sin consensuar con la comunidad estudiantil.

Por ejemplo, rechazamos los convenios firmados entre la UN y algunas fundaciones norteamericanas, que amarraban el pénsum a esos intereses.

Los estudiantes de agronomía –yo, entre ellos– denunciamos la PL 480 (Ley Pública USA), que obligaba al país a importar los excedentes de maíz, arruinando al campesinado, ya que Colombia hasta ese momento era autosuficiente. Los gobiernos desestimularon la producción nacional del maíz, trigo, cebada y otras gramíneas, y de rebote desmantelaron el ICA, que contaba con agrónomos Ph.D dedicados a la investigación de nuevas variedades de cultivos para diferentes pisos térmicos, colegas especializados en las mejores universidades del mundo: ¡Por fortuna, ahora Corpoica está volviendo por sus buenos tiempos!

Así le propinamos un duro golpe al establecimiento bipartidista en la UN; pero la dicha no duró mucho, porque el rector de turno decidió cerrar la sede de Bogotá. Por lo cual, tocó irnos en masa a Palmira, Valle. Muchos tuvimos la fortuna de recibir clases del profesor emérito Hernando Patiño Cruz, agrónomo, fitopatólogo, biólogo, entomólogo, ecólogo, el primero en introducir en Colombia la cátedra de Ecología en el pénsum de Agronomía; además, fundador del gremio (ver libro “Ecología y Sociedad”, de Hernando Patiño Cruz, q.e.p.d., de Tercer Mundo Editores). ¡Uno de los precursores de la Ecología, premonitorio de la catástrofe ambiental que se cierne sobre nuestro territorio y sobre el planeta!

A tales estudios me dediqué desde entonces, en universidades norteamericanas, europeas, australianas, ya como independiente, sin filiación política; indiferente no, pero activista sí. Y, además, apliqué a reflexionar y experimentar en defensa de “la Casa Común”, del medio ambiente, con brillantes personalidades nacionales de la ciencia.

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La anterior fue una época de hervidero político sustancial a la UN; luchamos con denuedo por la financiación estatal de la universidad pública para la ampliación de cupos destinados a más estudiantes de provincia, a fin de que no se recorte el presupuesto para la investigación, según advierten eminentes científicos como Moisés Wasserman, dos veces rector de lujo de la UN; como el sabio Rodolfo Llinás, y muchos otros.

Para terminar, he aquí el Centro de pioneros e innovadores; algunos de los más destacados son: Manuel Ancízar, primer rector de la UN; José María Samper, quien presentó en 1864 un proyecto de ley en el Senado y propuso crear la UN de los E.U. de Colombia; Alberto Urdaneta, fundador de la Escuela Nacional de Bellas Artes, pionero en la enseñanza de artes plásticas y arte gráfico en el país. ¡Y tantos más!

¡Qué tiempos! ¡Qué frustraciones! ¡Qué rectificaciones! Qué ilusión para nuestra brillante y formidable Universidad Nacional de Colombia.

¡Feliz cumpleaños, querida “Nacho”!

*Ingeniero agrónomo de la UN, Palmira.

Por Diego Betancur

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