El Magazín Cultural

La Tatacoa: Arena tallada bajo las estrellas

El desierto de La Tatacoa se encuentra en la zona centro-sur del país, en el departamento del Huila, a 45 kilómetros de Neiva. Llegar allí es el inicio de una aventura inolvidable.

Natalia Méndez Sarmiento
20 de febrero de 2018 - 03:02 a. m.
La Tatacoa fue llamada El Valle de las Tristezas por Gonzalo Jiménez de Quesada.
La Tatacoa fue llamada El Valle de las Tristezas por Gonzalo Jiménez de Quesada.

Viajar por acumular sellos en el pasaporte se convirtió casi en un hobby, desde que comenzaron a hacerme muchos la misma pregunta: “¿cuántos países llevas?”. Dos, tres cuatro, catorce… Empecé a planear el número quince lejos de casa, tan lejos que nos regresaría en meses, tan lejos que mientras acá dormían, yo estaría tomando el sol en la playa; tan lejos que sólo valdría la pena regresar con veinte sellos más. Pero la vida misma va dictando el curso de los acontecimientos y volví a viajar, pero cerca. Tan cerca que podría regresar en pocas horas a Colombia, tan cerca que parece mi casa, tan cerca que ya lo conozco. El hobby de acumular sellos se terminó, y ahora los estoy repitiendo: Ecuador, Perú, Bolivia… el conteo se paralizó en catorce países recorridos.

No olvidé el objetivo de conocer otros continentes, más bien acepté que para disfrutar se necesita ser flexible a las circunstancias, así que volví a mirar al continente americano y aquí estoy. Ya han pasado tres meses desde que salí de Bogotá hacia Ecuador, con la vista puesta en el fin del mundo: Ushuaia. Me he propuesto un objetivo: describir la ruta para ustedes, para quien la quiera seguir, porque no vale quedarme con lo que veo para mí, porque quiero compartir los paisajes que estoy conociendo, y no reservarme anécdotas que con el tiempo irán muriendo. Así que este primer escrito es acerca del primer destino elegido: el desierto de La Tatacoa.

A principios de noviembre, la ruta Panamericana estaba cerrada por un paro indígena en el Cauca, así que la carretera a tomar no podría ser la de siempre, la común. Desde ese primer momento entendí que los países son inabarcables y siempre hay algo por conocer, de manera que realmente no estaba repitiendo lugares. La otra ruta posible para avanzar hacia el sur era por el Huila y posteriormente Putumayo. Tanto calor que ni la sombra ni el agua lo apaciguan, así recuerdo los días en La Tatacoa. Ni una pizca de brisa, ni la esperanza de un ligero viento frío que permitiera caminar. Todo allí parece detenido en el tiempo. Las altas temperaturas obligan a todos a permanecer inmóviles, personas y animales. Es como si el día sólo esperara a que llegara la noche. Cuando el sol se oculta, el calor permanece. Acampar en este desierto es un desafío: el sleeping se pega a la piel y la sed no permite un sueño continuo. Aun con tan descabelladas temperaturas, es un destino de aquellos que llaman “imperdibles” en Colombia.

El desierto de La Tatacoa se encuentra en la zona centro-sur del país, en el departamento del Huila, a 45 kilómetros de Neiva. Llegar allí es el inicio de la aventura. Soy de caminos de ripio y jeeps destartalados que saltan con las piedras y bambolean las mochilas en el techo, si también le gustan, va a gozar la ruta. Desde Neiva tomamos un jeep así, viejo, que nos llevó directamente al desierto.

Este lugar es un inmenso terreno árido de diversos colores en la arena, que se extienden por zonas, en las que se encuentran innumerables riscos y formas esculpidas por el tiempo y el clima. A pesar de ser un terreno árido, crecen algunas plantas, como los cactus altos y pequeños, estos últimos, al nivel del suelo, producen pequeñas pitahayas que refrescan al caminante. Las zonas distinguibles son El Cuzco y Los Hoyos. La primera, es el lado rojo del desierto que cambia de tonalidades según la posición del sol. En la segunda, se pueden apreciar formaciones de arena grisácea, donde brota una piscina natural del subsuelo para aliviar el sofoco. Allí, también han encontrado cientos de fósiles, así que es un destino para los amantes de la arqueología.

Al calor del día se puede tomar un guarapo refrescante en la tienda de la “Reina del desierto”, una cabaña rústica empotrada en uno de los senderos principales, atendida por una mujer que saca el jugo de la caña en un trapiche que tiene en el patio de su casa. A este le agrega jugo de limón y una manotada de hielo, porque sabe que quienes se atreven a caminar largas distancias por La Tatacoa, necesitan rehidratarse y ocultarse del sol para continuar la jornada.

En las noches el espectáculo cambia, y ya no es la diversidad de tonos en el suelo la que sorprende, sino la bóveda celeste. Al ser un lugar alejado de las luces artificiales, cuando cae el sol, las estrellas brillan con todo su esplendor si el cielo está despejado. Allí, en medio del desierto, se levanta un observatorio astronómico, al que acuden cada noche los turistas para ver y entender el firmamento, con los inmensos telescopios y las explicaciones del astrónomo. Acostados sobre un gran manto en el suelo, los asistentes lo escuchan hablar de movimientos estelares, ciclos lunares, planetas lejanos que parecen estrellas desde la Tierra y hasta signos zodiacales en el firmamento.

De manera que en un lugar tan apasionante como caluroso, de riscos arenosos, estrellas titilantes y jugo de caña, comenzó este nuevo viaje que pienso seguirles contando, para que se animen a conocer Suramérica y las anécdotas se vuelvan propias.

Por Natalia Méndez Sarmiento

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