El Magazín Cultural

Paul Cézanne: el padre de la pintura y el rechazo

El documental “Cézanne, retratos de una vida" se proyectará hasta este domingo, 9 de diciembre, en Cine Colombia. Una oportunidad para profundizar en los retratos, bodegones y paisajes de un hombre que pintó la humanidad en su sentido más puro y real.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
08 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
Autorretrato de Paul Cézanne.
Autorretrato de Paul Cézanne.

Marie Hortense Fiquet cuidó de Paul Cézanne durante muchos años. Se casaron en 1884 y tuvieron un hijo. Alguna vez le preguntaron si sentía celos de las modelos que posaban para los cuadros de su esposo y respondió: “Mi única rival es la pintura”. Algunos críticos, debido a uno de los tantos cuadros que su esposo pintó inspirado en ella, dijeron que era probable que se hubiesen despreciado, ya que los gestos de Fiquet se veían duros, sin alma y aburridos. Nunca fue cierto y la explicación se aclara preguntándose por el tiempo que los modelos debieron permanecer en una inmovilidad absoluta. Para Cézanne no existía nada más importante que su obra y nunca entendió de mesura o consideraciones. Lo demostró despojándose de los lujos a los que pudo acceder desde que nació gracias a la holgada economía de su padre. Su rechazo a la vida social para concentrarse, su obstinación por continuar pintando a pesar de las bajas compras y del rechazo de la crítica, hablan de las convicciones de una mente dura y enfocada. Nació fuerte y murió como los árboles: de pie.

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El pintor nació el 19 de enero de 1839 en Aix-en-Provence, una pequeña ciudad francesa alejada de la intelectualidad y las pretensiones parisienses. Allí se iniciaron las dudas que lo mantuvieron atento, angustiado, hastiado. El primer estudio que instaló Cézanne fue en la casa de su padre, un banquero que lo presionó para que estudiara derecho. Cuando el pintor se inscribió a la facultad de leyes escribió una carta en la que dijo que le esperaban “tres años de tormento”. A pesar de saber desde muy joven que su vida terminaría con un pincel en las manos, lo que encontró enfrentando lienzos no fue felicidad. De hecho, nunca le interesó. No se veía a sí mismo como alguien especial, siempre dudó de su capacidad, y, en ocasiones, la insatisfacción lo llevaba a romper los lienzos con la ira en los puños. Sabía que con la pintura se condenaría al dolor, el rechazo y la pobreza. Lo eligió.

Aunque actualmente es considerado como el padre de la pintura moderna y sus obras establecieron las bases del cubismo y la resignificación del impresionismo, vivió ignorado y trabajó en medio del aislamiento, que lo protegía de la indignación que le generaban los críticos a los que “mandaba a la mierda” cada vez que se atrevían a comentar sus cuadros.

El documental Cézanne, los retratos de una vida, que se proyectará hasta mañana, 9 de diciembre, en las salas de Cine Colombia, profundiza sobre los cambios físicos y emocionales del pintor, quien, por medio de autorretratos, retratos, bodegones y paisajes, insistió en develar la esencia escondida en lo profundo. Con ese encanto se obsesionó y hasta el día de su muerte intentó “renovar su arte pese a las dudas”. Además de la voz en off que va leyendo las cartas escritas por Cézanne dirigidas a su amigo escritor Emile Zolá, su hijo Paul Cézanne, su esposa o su madre, el documental va mostrando las imágenes de la que fue su casa y su estudio. Una exploración fascinante por la intimidad de un hombre que fue investigado por Picasso, Modigliani, Derain y Braque. En su casa había cuadros, esculturas y libros. A medida que la cámara se va acercando a los utensilios cotidianos de sus estantes o sus mesas, la expectativa aumenta. Y es que en cualquier momento podría aparecer alguna rareza que explicara la genialidad, la diferencia o los privilegios con los que nació Cézanne, un hombre que partió en dos la historia del arte. Nunca se ve nada extraño, era una casa normal que aún conserva los viejos sombreros del pintor. Lo que diferenció a Cézanne del resto del mundo fue su fuerza, la voluntad de hierro con la que se despojó de todo aquello que no lo representara. De las imposiciones y los absolutos. De los que pensaron que no se podía vivir con 125 francos mensuales, ni quitarse las armaduras que limitaban su imaginación. Se apartó de las guías que le dieron en las escuelas de arte que frecuentó, en las que le dijeron que la representación solo podía hacerse de una forma y que las técnicas eran incuestionables. “Pintar al natural no supone pintar el objetivo, sino materializar las sensaciones propias”, dijo, cuando por fin entendió que lo que quería estaba lejos del dibujo y la perspectiva clásica. Despreciaba a todos los pintores, excepto a Renoir y a Monet, su mayor influencia, seguramente por las posibilidades que le abrió en su cabeza.

“Tengo que trabajar todo el tiempo, pero no para conseguir un resultado que coseche halagos de imbéciles. Tengo que hacerlo solo por la satisfacción de ser más sabio y auténtico”, dijo en una de sus cartas, intentando excusar las horas que pasaba a solas con las pinturas.

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Cézanne fue terco. Aunque dudó mucho, sus decisiones fueron radicales y no retrocedió. Desechó lo que consideró superfluo y le dio prioridad al color, que, para él, daba la forma. Su éxito fue póstumo y se paseó de rechazo en rechazo hasta el día de su muerte. Soñó toda su vida con un estudio en un cuarto piso de París y las pocas amistades que tuvo las enlazó fuerte y las cuidó con esmero, como la que entabló con Zolá, un escritor que por mucho tiempo fungió como su mecenas, girándole mensualmente dinero para que pudiese pintar con tranquilidad. Fantaseaba con el Museo del Louvre y, dos años antes de morir, el primer Salón de Otoño le dedicó una sala en la que solo se exhibió su obra.

El documental de Cézanne se convierte en una oportunidad de oro para comenzar a ver distinto los retratos, bodegones y paisajes de un hombre que pintó la humanidad en su sentido más puro y real.

 

Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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