El Magazín Cultural

Una nueva vida lejos de la droga

En la cima de su carrera, Alberto López de Mesa dirigió campañas publicitarias para TV, como aquella sobre salud sexual titulada “Sin preservativos, ni pío”. Pero tocó fondo y, durante 15 años, deambuló por las calles del Bronx debido a su adicción al bazuco. Hoy, rehabilitado, volvió a hacer títeres y se vale de la tecnología para preparar su trabajo.

Rafael Caro Suárez
13 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.
Burro Calixto y Tavo son algunos de los títeres del repertorio de López de Mesa.
Burro Calixto y Tavo son algunos de los títeres del repertorio de López de Mesa.

Evitar a toda costa dormir en cualquier andén de las gélidas calles bogotanas fue, durante años, una preocupación que desveló a Alberto López de Mesa Escorcia. “Si eran las diez de la noche y no había conseguido los seis mil pesos para el alquiler de una habitación, tenía que rebuscármelos como fuera”, recuerda este arquitecto samario, de 58 años, que cayó en las garras del bazuco en los años 90, lo que desencadenó su condición de indigencia entre 2003 y 2016, tiempo durante el cual deambuló por las calles del temido sector del Bronx.

La droga fue su condena: Alberto perdió el trabajo y la familia, y la poca autoestima que conservaba quedó reducida a su imagen de náufrago irredimible, con la barba enmarañada, el rostro demacrado y el cuerpo enjuto y desgarbado, como un testimonio crudo de los días de hambre e insomnio que padeció en la calle. “Al poco tiempo de empezar a consumir bazuco comenzó mi decadencia, porque esa sustancia lleva a sus consumidores al deterioro físico y al aniquilamiento social”, advierte.

Pero desde marzo del año pasado terminó la zozobra de vivir a merced del vicio y los peligros nocturnos, cuando el destino le brindó una segunda oportunidad para enderezar su camino. Hace año y medio decidió salir del agujero en que se hallaba postrado y desde entonces se mantiene sobrio y optimista. Todas las mañanas llega a trabajar en la zona wifi gratis del barrio Benjamín Herrera, cerca del populoso sector del Siete de Agosto, donde vive en una pequeña habitación. “Como no tengo oficina donde trabajar, aquí encuentro las herramientas necesarias para realizar mis investigaciones de dramaturgia y gestión cultural, que es lo que me gusta”, sostiene este hombre, que regresó del infierno.

Las zonas wifi gratis para la gente son espacios de conexión gratuita a internet que el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Mintic) pone a disposición de los colombianos en parques, plazoletas y otros sitios públicos de 363 ciudades y municipios de 25 departamentos, con el objetivo de masificar el uso de la tecnología. Actualmente hay más de 1.013 de estos espacios a nivel nacional y 56 en Bogotá.

Para López, este servicio ha significado la posibilidad de acceder a información de calidad para rehacer su carrera artística y mantenerse en contacto con conocidos y clientes: “No siempre tengo a la mano dinero para pagar un plan de datos, entonces vengo a la zona wifi para consultar tutoriales donde aprendo nuevas técnicas de elaboración de títeres, tendencias actuales de innovación de shows y todo lo requerido para coordinar la logística de mis espectáculos en teatros de la ciudad”, afirma, y añade que sus herramientas favoritas son el correo electrónico, Whatsapp, Youtube y Wikipedia.

Sin el bazuco, sus sórdidas noches se transformaron en luminosas mañanas. Todos los días llega, muy temprano, a la zona wifi y saca de su maletín al Burro Calixto y a Tavo, dos de sus títeres del repertorio. Es habitual verlo ahí, practicando sus nuevos actos en monólogos provistos de temáticas variadas, con diálogos llenos de chispa y humor. Luego se conecta a la señal wifi desde su celular, les envía a sus contactos correos electrónicos con propuestas de sus nuevos espectáculos y documentos con ofertas de talleres de artes escénicas y marionetas.

Así lo hizo durante casi tres meses, en los preparativos del musical El recreo, rimas y cantos para todos, que montó con el grupo Nueva Cultura en el teatro Casa Teatrova de Bogotá. Allí, el pasado 8 de octubre, las sillas lucieron abarrotadas de gente que llegó a disfrutar una jornada de música, cuentos y diversión familiar que, al final, le significó aplausos y vítores que fueron un bálsamo para su alma: se dio cuenta de que todavía tiene mucho talento para dar. “Los amigos de Alberto estamos muy contentos de verlo tan lúcido y creativo, como siempre lo fue. Espero que continúe así y que jamás regrese al oscuro agujero en el que estuvo sumergido”, opina al respecto el maestro César Álvarez, director del Teatro Libélula Dorada.

Un agujero llamado droga

Los años 80 y 90 fueron prolíficos para López de Mesa. En 1982 se ganó una beca de residencia adjudicada por Colcultura (el extinto Instituto Colombiano de Cultura), que le permitió viajar por muchos países para conocer los más prestigiosos maestros titiriteros. Aprendió las técnicas de escuelas como la Wayang Kulit, en Balí (Indonesia); del teatro japonés Bunraky en Tokio (Japón), los musicales con muñecos del británico Andrew Low Weber en Londres (Reino Unido), las marionetas gigantescas del italiano Salvatore Gatto en Roma (Italia), las creaciones vanguardistas del francés Philippe Genty en París (Francia) y las coreografías míticas de Jim Henson, creador de la Rana René, en Orlando (EE.UU.).

Estas experiencias lo convirtieron en uno de los referentes de la dramaturgia colombiana y eso no se olvida, tal como asegura su colega Camilo Cuervo, director de la fundación Guiño del Guiñol: “Sigue siendo un creador incansable, sin duda uno de los grandes dramaturgos que ha dado el país. Sus textos, dotados de un gran poder de síntesis, siempre tienen unos arranques capaces de atrapar al público hasta el final”.

No tardaron entonces en venir los tiempos del éxito para López de Mesa. Como titiritero forjó una carrera alrededor de la publicidad en televisión, en la que dirigió comerciales de gran impacto para las audiencias que admiraron sus títeres, en campañas como “Sin preservativos ni pío”, y Alpinito. Amasó importantes sumas de dinero y ganó prestigio, dos activos tan efímeros como esquivos que, en un descuido, se esfumaron: “Se sabe que en el mundo de la TV y la publicidad hay mucha bohemia, y la droga está a la orden del día”, asegura. Los excesos de la rumba y las malas amistades le pasaron una factura muy cara.

López duró 15 años perdido en ese laberinto de imágenes borrosas e ideas descuadernadas en que lo sumergía la droga, y ya era muy tarde para arrepentirse por haber dilapidado dinero, reputación y familia.

Esas andanzas callejeras le llevaron a contraer una anemia que casi lo arrastra a la muerte, episodio que se convirtió en el detonante que lo hizo recapacitar. Se refugió entonces en un hospital, decidido a abandonar el vicio y la calle. En archivos de prensa reposan los titulares de las noticias que registraron su paso por el Bronx: “El creador de 'Sin preservativos, ni pío', el habitante más famoso del Bronx”, es uno de ellos, en un diario de circulación gratuita; mientras en un portal web se lee la historia “El inquilino más famoso de la calle del Bronx”. Ambos textos relatan su drama, el derrumbe de sus tiempos de gloria y el ocaso de una carrera.

La tecnología como tabla de salvación

Hoy, sin embargo, se levanta de las cenizas para iniciar una nueva versión de sí mismo. Vive tranquilo, aunque con pocas pertenencias, pero eso sí: con sueños y esperanzas de sobra. Deja claro que la zona wifi le devolvió la fe en la vida: “Gracias a esta zona le agarré más cariño a Bogotá, porque siento que en esta ciudad no todo es hostilidad y peligros. El caos tiene su tregua en espacios como este, donde uno se puede sentar tranquilamente a trabajar”, afirma.

Les recomienda a las personas que tienen cerca de su casa una zona wifi que la aprovechen, tanto para emprender sus proyectos económicos y laborales, como para estudiar y comunicarse con familiares y amigos. Alberto es una evidencia de que, con disciplina y esfuerzo, cualquiera puede salir de la olla. “Ese discurso de que la droga es un camino sin retorno, es una falacia”, afirma, y aclara que, en su caso, el apoyo de los amigos lo ayudó a rehabilitarse. Por eso es un firme creyente de que con acompañamiento social se puede solucionar cualquier problema, pues la soledad es el origen de las peores desgracias.

Trabajo no le falta: actualmente escribe libretos y guiones para grupos de teatro como La Pepa del Mamoncillo, Guiño del Guiñol, y obras de teatro como Claustrofilia. También realiza talleres como el que recientemente dictó en su natal Santa Marta, donde propuso las artes escénicas como herramienta de sanación para las víctimas del conflicto, o en teatros como Libélula Dorada en Bogotá; y también coordina proyectos para entidades públicas.

Uno de esos proyectos fue Acciones Culturales en Calle, que realizó para la Secretaría de Integración Social del Distrito Capital, en el que buscando el rastro de artistas callejeros se encontró con talentosos músicos caídos en desgracia, que habían tocado con agrupaciones legendarias como Niche y Guayacán. Así conformó una orquesta de salsa con la que produjo una canción llamada Soy callejero, en cuyo video, que circula en Youtube, se observan sus marionetas como protagonistas de la historia.

Alberto sonríe mientras observa desde su celular un tutorial del titiritero alemán Michael Meschke, donde aprende a imprimirle realismo y similitud al rostro de sus muñecos. En su cabeza se cocinan ambiciosos proyectos, como dirigir campañas de prevención al consumo de drogas y recuperar su espacio en la dramaturgia colombiana.

Por Rafael Caro Suárez

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