Café para curar las heridas de la guerra

Johana Ochoa Isaza sufrió varios hechos victimizantes en medio del conflicto armado, pero asumió su reparación e invirtió su indemnización económica en concretar sus metas.

-Redacción Política
08 de octubre de 2018 - 12:00 p. m.
Hace un mes Johana Ochoa y su esposo Juan David Moncada inauguraron la tienda de café excelso.  / Juan Carlos Monroy Giraldo
Hace un mes Johana Ochoa y su esposo Juan David Moncada inauguraron la tienda de café excelso. / Juan Carlos Monroy Giraldo

Con una sonrisa y su marcado acento paisa, Johana da la bienvenida a quienes entran a su tienda atraídos por el aroma del café fresco. Los clientes llegan con sus afanes, se lo toman y se van sin saber que más que un negocio que recién comienza, cada taza de café, tibia o granizada, tiene detrás el esfuerzo y la pasión de una mujer que no se rinde. Una que convirtió el dolor de haber sido víctima del conflicto en un emprendimiento.

La tienda de café excelso que Johana Ochoa Isaza y su esposo Juan David Moncada inauguraron hace un mes, en el municipio antioqueño de Bello, crece día a día, no solo en clientes sino en profesionalismo. Sus dueños han pasado las últimas semanas en una intensa capacitación con los mejores baristas de la región. Aprenden la mezcla exacta de los ingredientes, las diferencias en los aromas, en las preparaciones.

Johana prepara un capuchino y con delicadeza de relojero lo sirve y adorna. Cuando lo lleva a la mesa siente la tensión entre la expectativa por la satisfacción del cliente y la felicidad del trabajo cumplido a conciencia. “Ha sido muy duro comenzar, pero esto es un proyecto de vida y de familia, que está empujado por el amor y los sueños. Cuando comenzamos, por momentos creímos que no lo lograríamos, porque a veces uno se niega a las oportunidades y duda de sus capacidades, pero la vida nuestra nunca ha sido fácil”, explica.

Y como no. Llegar a esto le costó a Johana un largo camino de superación y aprendizaje. Siempre le gustó el café. Le recuerda la finca de Guarne, donde creció. Evoca las tardes de conversar un café con su mamá. “Era un rito diario”, agrega. Una tradición que interrumpió la guerra en 1995, cuando guerrilla y paramilitares incursionaron en el oriente antioqueño para disputarse el territorio.

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“La violencia se extendió por nuestros campos. Empezaron a llegar a la finca, pasaban los unos y los otros. Nos pedían que les hiciéramos comida, que les diéramos agua, pedían información. Entonces empezaron a acosarme. Una mañana les dijeron a mis padres que venían por mí. Yo me negué a irme con ellos y ese día empezó mi tragedia”.

Atemorizada ante el riesgo inminente del reclutamiento forzado, tuvo que huir y dejar a sus padres y hermanos, siendo apenas una adolescente. Primero se desplazó al Carmen de Viboral, pero allí volvió a encontrase con los hombres que la asediaron en la finca. Entonces se fue a San Vicente, donde estuvo cuatro meses en un convento. Convertirse en religiosa se le presentó como una opción para encontrar protección. “Tenía la idea de ser monja, aunque, la verdad, fue por esconderme”, puntualiza.

Momento de reparación

En el 2015, Johana decidió aceptar su condición de víctima y dos años después participó, junto a 35 mujeres, en la estrategia de reparación y recuperación emocional implementada por la Unidad para las Víctimas en Antioquia. Al final de la actividad, escribieron los sentimientos negativos que habían vivido en sus vida para después arrojarlos, y simbólicamente, dejarlos atrás. Dolor, rencor, miedo y depresión se convirtieron en la representación del sufrimiento causado por homicidios, secuestros, desapariciones forzadas de familiares, desplazamientos o delitos sexuales.

Este ejercicio logró enfrentar a Johana con los temores y rencores que tenía guardados. “Me hizo más fuerte, para no quedarme en el conformismo y el dolor. Me mostró una oportunidad: si superé algo tan difícil como la violencia, voy a superar lo que venga con más seguridad. También logré perdonar y, sobre todo, reconciliarme conmigo misma”, añade. Además, las mujeres recibieron la indemnización económica y una capacitación para que los recursos fueran bien invertidos.

Johana fue una de las más activas de la estrategia y allí entendió que, más que una víctima del conflicto armado, es una sobreviviente. Se sentía fortalecida para emprender nuevos proyectos de vida. Ese día de 2017 anticipó su proyecto productivo: “El dinero que recibimos no compensa el daño que nos hicieron, pero bien invertido es un incentivo para salir adelante con mi familia”.

El impulso para hacer realidad su meta de ser empresaria llegó este año, al conocer el proyecto de microfranquicias que promueve la Unidad, en alianza con otras entidades, con el fin de incentivar a las personas sobrevivientes del conflicto a crear nuevas empresas. Así fue como conoció al empresario Juan Arango y sus tiendas Café Arangos. Desde el principio, el gen emprendedor de esta mujer se identificó con el de la familia Arango, la cual también tuvo que reponerse del desplazamiento forzado del oriente antioqueño.

Víctimas reparando víctimas

“Nos estamos apoyando. Víctimas ayudando a víctimas. Todos tenemos una historia y el futuro se construye en el hoy”, dice con optimismo Juan Arango, quien apoya a personas que vivieron lo mismo que él. En esto ve la oportunidad de transferir su experiencia y conocimiento, para que así otras personas que sufrieron el conflicto puedan tener su propia unidad productiva y ganar su independencia.

Johana se inspiró de inmediato: “Cuando él nos contó la historia del desplazamiento de su familia y cómo crearon una empresa familiar con su esfuerzo, me conmovió mucho y pensé: si él pudo, ¿por qué yo no voy a poder?”. Ella y su esposo se pusieron a investigar y terminaron “invirtiendo la indemnización en un negocio franquiciado, aprovechando el aprendizaje, el mercadeo y su experiencia para enfrentar las dificultades”.

Ahora, empoderada en su tienda, Johana maneja las relucientes máquinas de molino, granizado y expreso. Ofrece consejos sobre las mejores presentaciones del café, pero sobre todo disfruta preparar un café cremoso y decorarlo trazando un corazón a pulso: “Esta es la taza de oro. Mi favorita”, señala mientras sonríe orgullosa de su obra.

*Periodista de la Unidad para las Víctimas.

Por -Redacción Política

 

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