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Las herencias de Aníbal Gaviria

Aníbal Gaviria Correa proviene de una familia tradicional antioqueña en la que cada uno de sus miembros tiene casi asignados desde el nacimiento sus roles naturales.

Héctor Abad, Especial para El Espectador
06 de diciembre de 2015 - 04:14 p. m.

Su hermano mayor, que llevaba el nombre del pater familias, Guillermo, estaba destinado a la política. Aníbal, que estudió Administración en Eafit, más dado a los números que a las humanidades, debía ser gerente de los negocios familiares. Con el trágico asesinato de su hermano cuando era gobernador de Antioquia, a manos de la guerrilla, y con una carta-testamento que este le dejó para que recogiera sus banderas si llegaban a matarlo, Aníbal tuvo que cambiar de rumbo.

Un hombre tímido, con mentalidad más técnica que política, reencarnó en el hermano muerto. Esto es, al mismo tiempo, un peso y un reto. Todos sus días como alcalde llevó en la solapa el pin que Guillermo llevaba cuando lo secuestraron: No-Violencia. En su oficina están también el bastón con el que el hermano mayor caminó por la paz, y la carta-testamento que lo obliga a honrar su memoria. El destino de Aníbal Gaviria, como el de tantos colombianos, está marcado por un hecho violento. De ahí que su actividad como político sea más la de un hombre práctico y técnico que la de un visionario. Si la bandera de su hermano era la no-violencia, este hombre de arraigadas convicciones católicas y muy devoto de la Madre Laura, tuvo un logro extraordinario en sus cuatro años como alcalde de Medellín: la disminución en el número de homicidios ha sido marcada y este último año Medellín puede decir que ha vivido los doce meses menos violentos en treinta años, siguiendo la misma línea descendente que marcaron Sergio Fajardo y Alonso Salazar.

Otros hechos marcan su vida: sobrevivió a un infarto en Boston y se ha convertido en un deportista consumado que ha corrido varias maratones. El origen de campesinos ricos de la familia (terratenientes en Urabá) lo hacen sentir una conexión profunda con el campo. Pero él, en el campo como en la política, es más un hombre de tierra fría que de tierra caliente: prefiere su pequeña finca en La Ceja, a las grandes y cuestionadas extensiones de Urabá. Es más jardinero que bananero. Hay en esto, como en su propia manera de ser alcalde, una especie de dualidad: por un lado su trato es afable, culto, elegante; no hay duda de que él personalmente es pulcro en los negocios. Pero frente a ciertos temas prefiere mirar para otro lado. Entregó algunas de sus secretarías a funcionarios dudosos. En particular la de movilidad estuvo manejada por un personaje muy cuestionado a quien poco le importaban el espacio público o las bicicletas y mucho su clientela política. Otro lunar es el crecimiento de las vacunas, el microtráfico y la delincuencia en el centro de la ciudad, que ha seguido su triste deterioro. Y el último: la creación de pequeños puestos para satisfacer la voracidad partidista.

Como buen maratonista, el paso de Aníbal Gaviria es de largo aliento, no de cortas distancias. Si su periodo fuera de seis años habría podido terminar muchas obras empezadas. Hubo algo de dispersión por exceso de iniciativas y por haber contado con el presupuesto más alto de la historia de Medellín. Sin embargo, al menos en cultura, en obras viales por valorización, en vivienda, supo usar bien los recursos. Los famosos Parques del Río son un interrogante cuya respuesta llegará con los años. El remate, otra vez como corredor de largo aliento, ha sido mucho mejor que el comienzo de su administración.

Su próximo destino es una combinación de descanso y estudio. Irá con su familia a la Universidad de Stanford, California. A seguirse preparando para honrar la herencia de su hermano y para tener también, al fin, una identidad y una visión más personales. Tal vez allí se decida a distanciarse del todo de la política tradicional, sin ceder ni un milímetro a los viejos vicios, y concrete un camino más acorde con su esencia. Recibió de su hermano una herencia buena, y supo honrarla. Y no deja a Federico Gutiérrez una mala herencia. Sumando y restando, Aníbal Gaviria se va de Medellín dejándonos un buen sabor en la boca. Medellín es mejor hoy que hace cuatro años.

 

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