La encrucijada de Duque ante el escenario político poselectoral

Se abre paso un consenso político alrededor de la idea de que ya es hora de que muestre su propio talante, o al menos renueve sus alfiles de gobierno.

-Redacción Política (politicaelespectador@gmail.com)
02 de noviembre de 2019 - 04:36 a. m.
Necesariamente, el presidente Iván Duque deberá mover fichas para recuperar gobernabilidad en el Congreso.  / Cristian  Garavito.
Necesariamente, el presidente Iván Duque deberá mover fichas para recuperar gobernabilidad en el Congreso. / Cristian Garavito.

Todo dirigente político, por autónomo que sea, cuando llega al poder lo logra con apoyo de sus mentores, antecesores o aliados. Pero la consistencia de su mandato y su legado dependen de su independencia para darle rumbo a su idea. Esa es la encrucijada por la que pasa en estos momentos el presidente, Iván Duque, quien, dadas las circunstancias derivadas de la jornada electoral del pasado domingo, está ante la disyuntiva de darle norte a su propio mandato. Sin que ello signifique un portazo a su jefe natural, el expresidente Álvaro Uribe, la evolución política le impone un timonazo que le dé identidad a su paso por el poder.

A lo largo de los últimos tiempos, tras su ejercicio presidencial, el país ha acuñado corrientes políticas como el turbayismo, el gavirismo, el samperismo, el pastranismo, el uribismo y el santismo. Se exceptúan Belisario Betancur, porque después de gobernar no volvió a la política, y Virgilio Barco, de quien hoy se sabe que desde sus días de mandatario ya tenía quebrantos de salud. Aunque Duque apenas transita por el comienzo de su segundo año como jefe de Estado —lleva catorce meses—, es claro que no puede ser ajeno a las realidades políticas. Hasta hoy, su principal soporte ha sido el Centro Democrático; una de las colectividades derrotadas el 27 de octubre.

No han sido fáciles sus relaciones políticas desde que llegó a la Presidencia. Su negativa absoluta a repartir lo que en el gobierno Santos el mismo uribismo bautizó como “mermelada”, que vista desde otra perspectiva es parte del juego de las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, ha derivado en que no ha tenido mayorías para sacar adelante algunas de sus iniciativas. En contraste, ha tenido un bloque de oposición que ha dificultado su desarrollo. En buena medida, esta realidad se explica en que, salvo el Partido Conservador y obviamente el Centro Democrático, las demás colectividades o están en su contra o le han dado un apoyo insuficiente, sin que ello signifique una alianza de gobierno.

Así las cosas, la nueva realidad política lo pone en una situación aun más apremiante. Ahora el Centro Democrático tampoco tiene una alta cuota de poder en las regiones y alcaldías mayores, con el agravante de que Uribe afronta sus propios retos en el ámbito judicial, sin que se conozca aún qué decisión vaya a tomar la Corte Suprema de Justicia en la investigación que adelanta en su contra por supuesta manipulación de testigos. Aún más, en los mentideros políticos se dice que el exmandatario está cerca de tomar distancia del embrollo político, razón adicional para que la colectividad se vea condicionada a tomar decisiones; entre ellas, cómo fortalecer el Gobierno. Un camino espinoso, sin duda.

El mismo domingo de elecciones en la noche, Uribe escribió en su cuenta de Twitter: “Perdimos, reconozco la derrota con humildad. La lucha por la democracia no tiene fin”. Y un día después, sectores radicales del uribismo centraron la lectura de los resultados en Duque. En su programa La hora de la verdad, el exministro Fernando Londoño calificó lo sucedido como una “derrota majestuosa y catastrófica”. En su concepto, lo que se reflejó en las urnas fue “el síntoma indiscutible del descontento ciudadano con el Gobierno Nacional, presidido por el doctor Iván Duque”. Y sentenció: “Elegimos presidente, pero no tenemos gobierno”.

Por todas esas circunstancias, todo apunta a que parece inminente que el presidente Duque le dé un segundo aire a su mandato. Y en esa línea parecen ir las recientes decisiones de nombrar consejera de asuntos políticos a la actual consejera para las Regiones, Karen Abudinen, así como al concejal Daniel Palacios como viceministro del Interior para las relaciones políticas. Los dos tendrán ahora la tarea de conducir las relaciones con el Legislativo y que la agenda de Duque en el Capitolio avance. Sobre la mesa está nada más ni nada menos que la Ley de Financiamiento, que hundió la Corte Constitucional, que se volvió a presentar y el Gobierno no quiere que se le cambie ni una coma.

“El problema no es de personas, sino de las políticas de gobierno. Hasta que el presidente no escuche e interprete a la Colombia de hoy, le va a ser muy difícil gobernar. Si insiste en echar atrás el Acuerdo de Paz y se mete en una línea neoliberal más fuerte, que es lo que rechazó el país el pasado domingo, por más que ponga nuevos asesores o ministros no va a hacer nada”, dice una voz del Partido Liberal en el Congreso, pidiendo reserva de su nombre. “El presidente es sordo a lo que el país le está manifestando. Es un Gobierno que habla mucho, ejecuta poco, aparentemente tiene buenas relaciones, pero le falta enfocarse en la relación institucional con los partidos, no solo con los congresistas”, agrega otro representante a la Cámara de la colectividad roja, quien considera, sin embargo, que la llegada de Abudinen manda el mensaje de que quiere tener una buena relación.

En la misma bancada del Centro Democrático hay quienes creen que a Duque le ha faltado pericia, capacidad de comunicación y control en el manejo del Congreso, pero que un cambio de gabinete en estos momentos, al final del período legislativo, no sería conveniente. “Debe recobrar la capacidad de maniobrabilidad, pero sí debe de ir pensando para el otro año en revisar resultados y tomar decisiones frente a sus ministros. El presidente tiene que enfocarse si quiere recuperar la gobernabilidad. Y eso incluye el manejo de los nuevos alcaldes y gobernadores, que llegan llenos de necesidades y hay que atender sus demandas, en la medida en que los recursos lo permitan, así no sean gobernantes de nuestros resortes”, dice una senadora influyente en el uribismo.

Por cierto, la lectura que hace la congresista es que a Duque le queda solo un año y medio para dejar su huella, pues el último año de mandato, cuando se reabre la lucha por la sucesión en el poder, “no se hace nada”. “Si no le va bien, no nos va bien a nosotros. En sus manos está recuperar su propio gobierno y que nosotros volvamos a tener fuerza”, señala. Palabras que se acomodan a la advertencia de Ernesto Yamhure, un uribista pura sangre, tras los resultados del pasado domingo: “La debacle electoral es una dolorosa cuenta de cobro al gobierno Duque. Es hora de hacer una reflexión e introducir cambios necesarios. Hoy, la izquierda tiene en su bolsillo la cuota inicial de la victoria en 2022”.

Por supuesto, hay quienes piensan que los cambios deben tocar, definitivamente, al equipo ministerial. Para el senador Roy Barreras, de la U, la llegada de Abudinen y Palacios “no tendrá mayores efectos”. “Si el Ejecutivo planea renovar su relación con el Congreso y los sectores sociales, debe hacerlo a nivel de gabinete. No se plantean cambios de gobierno ni timonazos y acelerador viendo al Gobierno nombrar viceministros”, comentó. “Luego del fracaso estrepitoso de su partido en las elecciones, Duque tiene la oportunidad de liberarse un poco de los sectores más radicales del uribismo y trabajar por un acuerdo integral en el que se respete la paz firmada”, concluyó el senador vallecaucano.

La pregunta es: ¿entenderá Iván Duque las nuevas señales de la política? ¿Se acerca una crisis ministerial que dé espacio a nuevas ideas de gobierno? ¿O se quedará con las directrices con las que avanza sin mayor favorabilidad en las encuestas y los entornos de discusión pública? Con un desafío a la vista, en el mismo contexto de otras naciones del continente, las marchas ciudadanas se han convertido en un influyente mecanismo de presión, y en Colombia parecen crecer con el paso de los días. Además, tras la caída, ya mencionada, de la Ley de Financiamiento en la Corte y los apremios de la Ley de Presupuesto, no parece fácil el panorama inmediato.

En conclusión, se abre paso un consenso político alrededor de la idea de que ya es hora de que el primer mandatario muestre su propio talante, o al menos renueve sus alfiles de gobierno, de cara a una nueva realidad en los albores de una nueva década. Lo vivió César Gaviria después de la Constituyente de 1991; lo admitió Ernesto Samper cuando sorteó parcialmente la encerrona del 8.000; lo necesitó Andrés Pastrana cuando su experimento de la zona de distensión empezó a mostrar sus primeras grietas; lo hizo Álvaro Uribe a pesar de su idea de ministros de cuatro años; y también Juan Manuel Santos, cuando dejó atrás la receta uribista para abrir camino al proceso de paz con las Farc.

Otras voces desde el Congreso

Para otros legisladores, el problema de fondo del gobierno Duque no se resuelve cambiando ministros sino dando un timonazo a sus políticas. “El problema no es burocrático. Cambiar el gabinete y dar participación a los partidos no es la prioridad, sino reorientar sus políticas. No se trata de cómo un gobierno adquiere maquinaria para seguir llevando a cabo la misma política”, aseguró Iván Cepeda, senador del Polo.

Para Cepeda, la falta de política social del Gobierno es evidente. “Debería entender que hoy hay un problema gravísimo de malestar social frente al trabajo y la pensión, la salud y la educación pública. Solo después de abordar esos temas podría pensar en un acuerdo nacional”, agregó.

Antonio Sanguino, de la Alianza Verde, considera que no asumir un compromiso pleno con la implementación del Acuerdo de Paz ha tenido efectos políticos y humanitarios. “Ha sido una actitud hostil que ha generado consecuencias, como la expansión de cultivos ilícitos, atraso institucional, asesinato de líderes sociales y excombatientes y nuestra conflictiva relación con nuestro entorno internacional. Los resultados electorales son una expresión de la ciudadanía que da respaldo a otras agendas, a otras maneras de entender y abordar los problemas del país”, dijo.

Dos analistas frente al gobierno de Iván Duque

Carlos Arias, profesor de la Universidad Externado, cree que los resultados del pasado domingo son una consecuencia del desgaste del teflón de Uribe. “Quizás por el llamamiento de la Corte Suprema o porque se ha venido equivocando y ha perdido poder regional (...) eso incidió no solo en los apoyos a líderes regionales, sino también en el gobierno Duque, donde tiene figuras y cargos que no han podido sostenerse en el tiempo. Es el caso del ministro de Defensa, que debió haber salido hace mucho tiempo del gabinete”.

Javier Garay Vargas, doctor en ciencias políticas y analista, considera que la crítica de los uribistas purasangre a Duque por lo ocurrido en elecciones tiene algo de razón. “Queda demostrado que la falta de experiencia sí cuesta en la Presidencia, pero, más allá de culparlo, la reflexión debería darse en el Centro Democrático, que fue el partido que lo lanzó”.

Sin embargo, agrega, el tema es más complejo que culpar a Duque: “Hay cambios en el gabinete que deben hacerse, y urgente. Se necesitan personas con estatura política, que manejen el Congreso, sin que eso implique mermelada. Y lo del ministro de Defensa no tiene ni pies ni cabeza. El lío es que Duque cada vez está más solo. ¿Quién va a dar la pelea por entrar a un gobierno cuyo desgaste es amplísimo?”.

 

Por -Redacción Política (politicaelespectador@gmail.com)

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