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La gran ilusión de María Mercedes Carranza

Antes de aceptar la oportunidad de participar en la lista de la recién desmovilizada guerrilla del M19, puso sus condiciones. “Les dejó claro que ella no iba como integrante del movimiento, sino como colombiana, mujer y poeta”, recordó su hija Melibea Garavito Carranza.

Natalia Tamayo Gaviria
20 de febrero de 2021 - 02:13 a. m.
María Mercedes Carranza
María Mercedes Carranza
Foto: Archivo

Han pasado los años, pero la vida, que ella decidió abandonar, sigue siendo la misma. Parece andar en una bicicleta estática, como dice su amigo Juan Manuel Roca. Las masacres continúan siendo titular de los periódicos y el Gobierno no las llama por su nombre, sino bajo el eufemismo de homicidios colectivos. El desangre no ha parado, por más de que se haya firmado un Acuerdo de Paz. Se habla de atentados en la capital, mientras que el horror y la desesperanza cobijan a Buenaventura. Y no es solamente Buenaventura, es cualquier municipio de este país que entiende por la experiencia propia de los embates de la guerra y la soledad de resistir.

Y aunque la desilusión y el hastío de ser hija de esta tierra llamaron su muerte, hay algo en lo que los suyos, los que se quedaron, concuerdan: nunca se arrepintió de haber intentado cambiar esta realidad. En 1990, cuando María Mercedes Carranza recibió la invitación de ser candidata a constituyente para la construcción del nuevo pacto social y político de Colombia fue como recibir un premio, más aún porque resultó siendo electa. Una de las cuatro mujeres que participaron de ese proceso. “No hubo mayor satisfacción. El país ya no me puede ofrecer un honor más grande”, reconoció años después en entrevista con Señal Colombia.

Antes de aceptar la oportunidad de participar en la lista de la recién desmovilizada guerrilla del M19, puso sus condiciones. “Les dejó claro que ella no iba como integrante del movimiento, sino como colombiana, mujer y poeta”, recordó su hija Melibea Garavito Carranza. Para ese entonces, María Mercedes dirigía la Casa de Poesía Silva y, una vez electa, abandonó sus labores y llevó a su asistente Luz Eugenia Sierra a que la acompañara en esta tarea que la llenó de entusiasmo y mucha emoción.

María Mercedes dejó de escribir y se entregó de lleno al proceso constituyente, en el que fue integrante de la Comisión Primera, la que debatía sobre derechos fundamentales. “No tenía idea de derecho, le tocó aplicarse. Recuerdo que para una construcción de un párrafo para un artículo le entregué dos cajas llenas de papeles ordenados. A la semana, me dijo que ya los había revisado. Era una mujer muy rigurosa”, la describe su asistente.

Como poeta, periodista y mujer tuvo muy claro cuáles serían las semillas que dejaría dentro de la carta política y, aunque no prosperó su alegato a favor del aborto, sí lo hizo su defensa por la libertad de prensa e información, los derechos culturales, especialmente los que buscan preservar las tradiciones y la cosmogonía indígena. Sin dejar de reconocer, por supuesto, la contribución a una escritura que respeta las formas del castellano.

De su participación y su trabajo, no se olvida su valentía de votar en contra de la prohibición de la extradición. “Fue una de las poquitas que votó. Esto se daba en un ambiente denso, en el que los constituyentes recibían visitas intimidantes y amenazas”, comentó su hija. Lo hizo aun sin contar con esquema de seguridad, el cual rechazó ante el extinto DAS y, según recuerda Sierra, el conductor de la Casa Silva la recogía y llevaba desde su casa hasta el Centro de Convenciones, sede principal de la constituyente.

María Mercedes fue implacable en las discusiones y cercana en el trato con sus pares, sus votos siempre fueron conscientes, justificados y estudiados, y aunque había quien consideraba a las mujeres como la “mayoría silenciosa” dentro del proceso, según cuenta el maestro Roca, demostró que, como la minoría que era, no se quedaba callada y aportaba en el debate.

30 años después de la promulgación de la Constitución y 18 años después de su muerte, las mujeres siguen siendo la minoría, los asesinatos siguen siendo la noticia, la mirada extractivista de los recursos naturales sigue imperando, los indígenas siguen olvidados, la guerra sigue estando por encima de la educación y la cultura. “Creería que no la sorprenderían estos tiempos. Ella se reía cuando le decía que este país parecía pedaleando en una bicicleta estática, un país donde pasan cosas, pero inamovibles en el sentido social y político, donde después de la posguerra viene la guerra, donde no hemos tenido una tregua larga que podamos llamar paz. Aun así, no creo que se sintiera frustrada por su papel como constituyente. Se la jugaron cabalmente. Sí creo que tendría, como lo tenemos la gran mayoría de los colombianos, poetas o no, la sensación de desazón y de derrota”. Fueron las palabras de Juan Manuel Roca, las mismas que usan su hija y su asistente para describir el desasosiego que la invadía y que la condujo a tomar la decisión de acabar con su vida un 11 de julio de 2003.

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