Además, se dice que sus padres y dos de sus hermanos murieron en una epidemia de viruela y que por eso ella creció huérfana, al cuidado de sus hermanos mayores en la villa de Guaduas.
Cuando se constituyó la primera República en 1810, La Pola, como fue llamada coloquialmente, tenía 14 años, pero su familia era ferviente seguidora de la causa independentista. Por tal razón, cuando sobrevinó la guerra civil de los tiempos de la ‘Patria Boba’, y, a partir de 1816, la reconquista española, fue normal que participara activamente en tareas de apoyo. La historia dice que fue espía en favor de los patriotas.
Lo cierto es que fue detenida y recluida en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario que el pacificador Pablo Morillo improvisó como cárcel. Fue sometida a un breve concejo verbal de guerra y condenada a muerte. La misma suerte que le correspondió a su amigo y, según algunas versiones su enamorado, Alejo Sabaraín, otro patriota que había combatido junto a Antonio Nariño y ya cargaba con un indulto.
El 14 de noviembre de 1817, la joven Policarpa Salavarrieta fue fusilada en Bogotá. La historia relata que antes de caer en el patíbulo, tras arengar a sus victimarios, manifestó a viva voz: “aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir mi muerte y mil muertes más. No olvideis este momento”. El sacrificio de La Pola representa un ejemplo de valor que Colombia recuerda.