El reto de entender cada universo alimentario

Los alimentos nativos de los indígenas en Mitu (Vaupés) contienen los mismos componentes nutricionales que los avalados por los estándares de la OMS y por ello no deben ser reemplazados, dice la ONG Sinergias.

Juliana Jaimes Vargas
15 de noviembre de 2019 - 03:07 p. m.
Para las comunidades indígenas, el proceso nutricional empieza desde la cosecha y recolección de los alimentos. / Nelson Sierra G.
Para las comunidades indígenas, el proceso nutricional empieza desde la cosecha y recolección de los alimentos. / Nelson Sierra G.

Para preparar un caldo de quirapiña se pueden usar varios tipos de pescado de río. En la zona del Vaupés (Amazonas) es frecuente pescar especies como el tariras, caloche rayado, guabinas y misingo. Este es un plato típico de las comunidades indígenas que lo traducen como un “caldo picante”, pues su cocción se basa en agregar varios ajíes propios de la chagra amazónica, que es como ellos denominan sus cultivos. Este plato siempre se come acompañado de casabe (yuca) y fariña (cereal). El quirapiña hace parte de la dieta tradicional de esta región, una preparación que fue incluida en el proyecto de la ONG Sinergias, que busca adecuar las guías nutricionales aplicadas por el Estado en todos los territorios nacionales. Para los médicos, nutricionistas, antropólogos y enfermeros que conforman el equipo, las prácticas alimentarias son mucho más que una lista de comidas bien balanceadas.

Todo empezó en 2012 cuando el grupo de investigación de Sinergias se encontraba en la región del Vaupés en un proceso de cualificación de agentes de hogares del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). “En ese proceso nos dimos cuenta de las visiones que tenían las comunidades indígenas sobre la salud y nutrición y por eso empezamos a trabajar en un plato saludable que realmente los representara”, señala Pablo Montoya, médico director de la ONG.

Todos los programas de apoyo alimentario o de fortalecimiento de la permanencia escolar de Colombia se rigen bajo los mismos estándares. Cada uno de ellos debe planificar sus proyectos de educación en nutrición fundamentados en algo que se conoce como Guías Alimentarias Basadas en Alimentos (GABA) y la Tabla de Composición de Alimentos Colombianos (TCAC), herramientas estatales fundamentales para tomar decisiones en materia de políticas públicas. Sin embargo, aunque en un principio fueron elaboradas con los productos básicos de la dieta colombiana, la diversidad de los 32 departamentos que componen el mapa de este país hacen de este ejercicio una labor titánica, pues no se puede estandarizar la multiculturalidad de más de 49 millones de personas.

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“La información que se tiene sobre las prácticas de consumo, la disponibilidad y el aporte nutricional de los alimentos nativos de las comunidades indígenas del Vaupés no son suficientes para la puesta en marcha de planes y acciones de seguridad alimentaria y nutricional”, señala Sinergias en el más reciente informe entregado en septiembre.

Hoja de yuca, flor de pupuña, umarí, yurupará, avina, mojojoy, sardinas de río, ranas o el ñame morado son los alimentos que las comunidades del municipio de Mitú (Vaupés) consumen diariamente en su dieta. Toda la dinámica cambia. No hacen una lista de mercado y no consiguen sus productos en tienda, consumen lo que cultivan y la comida es recolectada en canastas que ellos mismos tejen. Por eso son diferentes y todos sus procesos están cargados de un montón de simbolismos culturales que no se reflejan en una tabla de contenidos nutricionales.

Por eso, el objetivo de este tipo de iniciativas es incentivar una educación alimentaria basada en las tradiciones y, por supuesto, asegurar así la soberanía alimentaria de cada lugar. “Lo importante es escuchar antes de imponer o proponer cosas que son ajenas a esas realidades. Tenemos que darles la vuelta a los conceptos, teniendo en cuenta que sus creencias no tienen consecuencias nocivas para la salud”, señala Pablo Montoya.

Lo cierto es que la nutrición, por lo menos como lo explica el equipo de Sinergias, se compone de un montón de prácticas que deben tenerse en cuenta a la hora de generar planes de alimentación, pues cambiar sus prácticas por otras, tal vez más pensadas desde lo urbano, podría llegar a extinguir la esencia de cada cultura. “El reto es entender cómo las comunidades entienden la nutrición en diferentes etapas. En el trabajo de campo encontramos diferentes prácticas como los calendarios ecológicos, los acercamientos a cada territorio en donde se sembrará la comida, y las múltiples perspectivas de recolección y consumo que tiene cada uno. El Estado y las instituciones que replican políticas de salud deben entender cada universo alimentario”, señala Valerin Saurith, nutricionista de la organización.

El costo del cambio

Estos procesos de “colonización” en términos de salud han acompañado la historia de las comunidades indígenas durante toda su vida. “Estamos hablando de más de dos generaciones de indígenas que actualmente piensan en dejar de lado su comida tradicional porque les hicimos creer que no era de calidad”, señala Montoya.

La transición alimentaria de una cultura a otra, tal vez más urbanizada, sin duda genera daños en las comunidades que empiezan a consumir diferentes alimentos, en su mayoría procesados. El equipo de Sinergias diagnosticó a la comunidad de Mitú con altos grados de malnutrición.

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En términos médicos esto se conoce como doble y triple carga de nutrición. Es decir, casos en los que se encuentra un exceso de peso y una talla baja en un solo individuo. Las cifras, al corte del mes de septiembre, señalaron que cuatro de cada diez niños tenían doble carga nutricional y uno de cada tres fueron encontrados con una triple carga; es decir, sobrepeso, baja talla y anemia al mismo tiempo. “Ellos se han acercado a procesos de occidentalización y tienen acceso a alimentos industrializados que han aumentado la presencia de enfermedades crónicas no transmisibles que no se veían antes”, agregó la doctora Saurith.

Lo cierto es que aunque los procesos de occidentalización probablemente no se vayan a frenar tan fácil, es fundamental llenar de valor a las comunidades que siguen enfrentándose al cambio y que, tal vez por desconocimiento o miedo de incumplir con lo que les dijeron que era saludable, han dejado de lado las tradiciones que pueden articularse perfectamente a los procesos de regulación estatales, sin perder de vista lo único que los hará pasar a la historia: su cultura.

Por Juliana Jaimes Vargas

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