7 de agosto de 2019

Santiago Montenegro
30 de julio de 2018 - 07:45 a. m.

El 7 de agosto del próximo año se cumplen 200 años de la batalla del puente de Boyacá y, por lo tanto, estaremos conmemorando dos siglos de vida política independiente. Esta es una fecha muy importante, que amerita organizar una gran reflexión sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos llegar a ser como nación.

Por supuesto, deberá ser una reflexión abierta a todos los que quieran opinar, desde todas las tendencias políticas e ideológicas, pero, en mi opinión, en su coordinación y moderación,, los historiadores profesionales, nacionales y extranjeros, deberían jugar un papel central. Por varias razones. Primero, porque en Colombia contamos con un gran grupo de historiadores de muy buen nivel, preparados en las mejores universidades del país y del exterior, quienes ya han publicado excelentes libros y trabajos sobre nuestra historia, en todas sus perspectivas, como la historia política, la social o la historia económica. Segundo, por ser historiadores, tienen la perspectiva del largo plazo y, así, tienden a no estar tan contagiados por las rencillas, los debates, las luchas y las diferencias políticas del presente. Tercero, muchos de esos historiadores tienen un enfoque comparado de su disciplina, han estudiado e investigado la historia de otros países y, por lo tanto, tienen la capacidad de ver a Colombia “desde fuera,” lo que minimiza el provincianismo que aqueja a otras disciplinas y a muchos de nuestros analistas. Cuarto, tenemos que involucrar a los llamados “colombianistas” de muchas universidades del exterior, un gran grupo de académicos de muchos países del mundo, varios de los cuales han dedicado toda su vida al estudio de nuestro país y que, por supuesto, refuerzan ese papel de lo que Amartya Sen define como el “observador imparcial.”

Esta reflexión y debate sobre nuestros dos siglos de vida política independiente es un verdadero bien público, que podría organizarse alrededor de una serie de debates en universidades y otros escenarios, a los cuales debería tener acceso la opinión nacional a través de los canales nacionales de la televisión, en horarios triple A, y en las redes sociales. Pero, como todos los bienes públicos, estos debates y reflexiones cuestan plata, en tanto sus beneficios se extienden gratuitamente a todos los que quieran escucharlos. Por esa razón, el Estado tendría que ser uno de sus principales financiadores, aunque ello no implica que el sector privado no pueda ayudar también en su implementación. Quizá, el liderazgo desde el Estado lo deberían tomar los ministerios de Educación y Cultura, pero sin pretender alcanzar una interpretación única y oficial de nuestro balance histórico. La experiencia nos enseña que las “historias oficiales” o las “comisiones de la verdad” muchas veces terminan en fiascos descomunales.

Y, quizá, más que plantear respuestas, este ejercicio de reflexión histórica debería comenzar formulando unas grandes preguntas, entre las cuales me atrevo, desde ya, a formular las siguientes. ¿Por qué, a diferencia de otros países de la región, en Colombia el Estado ha sido históricamente muy débil? ¿Tiene razón Jorge Orlando Melo cuando concluye, en su último libro, que en Colombia tenemos país, pero no hemos sido capaces de construir nación? ¿Tuvo razón Luis Carlos Galán cuando afirmó que en Colombia tenemos más geografía que sociedad, y más sociedad que Estado?

Miro esperanzado los muy fructíferos resultados que una reflexión amplia y bien organizada sobre nuestra historia podría tener para Colombia.

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