8 de marzo: feminicidio

Héctor Abad Faciolince
08 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Supongo que si leyera este artículo —en el que intentaré explicar por qué es más grave el feminicidio que otros asesinatos—, la inefable ministra del Interior, Alicia Arango, diría que en Colombia, en realidad, matan a muchos más hombres que mujeres, por lo cual la prioridad debería ser proteger a los hombres, y preocuparnos por ellos más o por lo menos igual que por las mujeres. Más o menos eso dijo al comparar las cifras de asesinatos de defensores de los derechos humanos y de dueños de celular: “Hay más muertos por robo de celulares que por defender los derechos humanos”. Y luego insistió: “Todos los muertos son iguales. No puede haber muertos de primera y de segunda categoría”. Frases así pueden parecer muy razonables, pero no lo son.

La frase de los celulares contiene una falacia y un error en el razonamiento abstracto y matemático. Mientras el 80 % de los colombianos tienen teléfono celular (y entre sus usuarios están también los líderes sociales), los defensores de derechos humanos serán si mucho el 0,01 % de la población, es decir, 5.000 personas. Esto quiere decir que cuando se habla del asesinato de una persona perteneciente a la categoría social “defensor de derechos humanos”, se está hablando de un porcentaje mucho más alto que cuando el muerto pertenece a la categoría “dueños de celular”. Esto significa que es mucho más arriesgado, peligroso y meritorio ser “defensor de derechos humanos” que ser simplemente “dueño de celular” porque, en proporción, matan a muchos más defensores de derechos humanos que a dueños de celular. Obviamente no en números absolutos, pero sí en números relativos.

La ministra también podría hacer otra caricatura, y su afirmación parecería cierta, y sostener que matan más taxistas que defensores de los derechos humanos. Pero en este caso (obviando el hecho de que también hay más taxistas que activistas sociales) lo que debe decirse es que a los taxistas, en general, no los matan por el hecho de ser taxistas, mientras que a los activistas sí los matan por dedicarse a proteger los derechos humanos.

Lo anterior tiene que ver también con la afirmación de que “todos los muertos son iguales” frente a las protestas de las feministas y de otros ciudadanos por los feminicidios. La frase categórica “todos los muertos son iguales” suena muy bien, muy igualitaria y todo, pero es falaz. ¿Es lo mismo que un fisicoculturista le dé un puñetazo en la cara a un boxeador de peso máximo a que se lo dé a una niña de 11 años? Creo que es obvio que no es lo mismo, y no nos produciría el mismo rechazo ni el mismo deseo de protestar. Y si el puñetazo no es lo mismo, el asesinato tampoco es igual.

¿Con esto estoy diciendo que las mujeres son más débiles que los hombres? No. Pero sí estoy diciendo que son físicamente más vulnerables, para empezar porque la cultura no las adiestra desde la infancia (como hace con los varones) para la fuerza y la pelea. El feminicidio ofende más que el machicidio por esta consideración elemental y por otra, también estadística, que es muy importante: mientras a la inmensa mayoría de las mujeres (78 %) las matan sus parejas, sus exparejas o algún conocido o familiar en la casa, a la mayoría de los hombres muertos violentamente los matan desconocidos en la calle. Esto quiere decir que las mujeres están en condición de peligro en los lugares donde uno debería sentirse más seguro y más protegido: el propio hogar.

Y, como en el caso de los defensores de derechos humanos, la mayoría de las veces en las que un hombre mata a otro hombre, no lo hace por el hecho de que el otro sea varón. Mientras que casi siempre que un hombre mata a una mujer lo hace porque —según él— ella no se está portando como debería comportarse una mujer. Al macho, como en el corrido de Rosita Alvirez, le parece que la mujer no puede rechazarlo, evitarlo… No, la mujer debe limitarse a obedecer al macho y a seguir en su rol tradicional de sumisión. Por eso también las mujeres merecen mayor protección que los hombres.

 

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