Aborto libre y sin condiciones

Catalina Ruiz-Navarro
13 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Esta semana, varios medios de comunicación volvieron a abrir los micrófonos al hombre que inició una campaña revictimizante en redes sociales para obligar a parir a su expareja, violando su derecho a la privacidad y la confidencialidad de su historia clínica y poniendo la vida de la mujer en riesgo. Un juez dictó un fallo a favor de la mujer, reiterando que el aborto que quería practicarse estaba dentro de una de las tres causales permitidas en Colombia, y la mujer finalmente logró interrumpir su embarazo de forma legal. Ahora el hombre vuelve a los medios para decirle al país que exponerla de esa manera ante la opinión pública le parece maravilloso y que ahora quiere verla en la cárcel.

A pesar de la violencia y sevicia de su testimonio, los medios no tuvieron empacho en darle difusión sin pensar en los efectos de esa desinformación en un país tan violento con las mujeres. Y tampoco se detuvieron hasta encontrar a la mujer para que ella le tuviera que reiterar a Colombia que era un embarazo no deseado y un aborto legal, que fue su decisión, la única decisión válida. La hicieron rendir cuentas de su vida personal ante todo un país, con una persistencia que no le reservan ni a los peores funcionarios públicos. Parece periodismo intrépido y valeroso, pero es más fácil y menos peligroso matonear a una ciudadana cualquiera que quiere acceder a un derecho, que lanzarle preguntas suspicaces a los políticos y empresarios corruptos que sí tienen poder. Aquí lo más fácil es también lo menos ético: hacer una telenovela de rating a partir de la miseria ajena y de paso desinformar a las mujeres y niñas de Colombia sobre sus derechos sexuales y reproductivos.

El periodismo, a diferencia del entretenimiento, tiene un compromiso ético con la ciudadanía: dar información de forma equilibrada y transparente para que las personas podamos tomar decisiones informadas en una democracia. La vieja escuela hablaba de un periodismo “objetivo”, pero hoy sabemos que eso que parece objetividad no es más que la postura de los discursos hegemónicos. Un periodismo equilibrado busca balancear la información, caso por caso, porque no es ético enfrentar en un careo público a la víctima con su agresor, ni estamos para maximizar la voz de delincuentes o sicarios (parece una obviedad, pero en Colombia le abrimos incontables veces los micrófonos a Popeye). Quizá la información siempre tendrá sesgos, pero podemos ser transparentes con las audiencias y dejar claras nuestras intenciones y posturas ideológicas para que también puedan tomar posturas críticas frente a la información que presentamos. Y nosotras, como audiencia feminista, también les podemos exigir a los medios no entorpecer el acceso a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y trabajar a favor de los derechos humanos.

Que este episodio lamentable del periodismo colombiano nos sirva como oportunidad para informar: en Colombia no hay límite de semanas para interrumpir un embarazo siempre y cuando esté dentro de las tres causales, que son malformación incompatible con la vida extrauterina, violación y cuando el embarazo pone en riesgo la salud física o mental de la mujer. Es importante que no haya límites porque tenemos múltiples barreras que hacen que muchas mujeres y niñas se demoren en acceder a este derecho; un aborto voluntario debe practicarse tan pronto como sea posible y tan tarde como sea necesario. El derecho al aborto ha sido reconocido como un derecho fundamental múltiples veces por la Corte Constitucional y, si bien aún aparece como delito en el Código Penal, el aborto está despenalizado en las tres causales que estipula la Sentencia C-355. Lo justo sería que el delito no existiera y que el aborto fuera una decisión individual y libre de las mujeres y niñas. Pues cada mujer o niña puede decidir sobre su propio cuerpo, nadie más, ni sus padres, ni su pareja o expareja, ni la Iglesia ni el Estado. Y no, eyacular no les da a los hombres derecho para decidir sobre nuestros cuerpos y mucho menos nuestras vidas, porque no somos máquinas para fabricar personas, somos seres humanos.

 

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