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Falleció en Brasil João Gilberto, el padre de la bossa nova, género musical que cambió por siempre la música brasileña. El muchacho de Juazeiro, que con su búsqueda de perfección, genialidad, voz baja, un tamborín y una guitarra “reinventó Brasil”.
En este momento en que gran parte de los brasileños sueñan con un Brasil distinto, la muerte de João Gilberto es una pérdida inmensa, pero su legado es atemporal.
Como tantos músicos consagrados de Brasil, João Gilberto dejó Bahía y fue a probar suerte en Río de Janeiro, la Ciudad Maravillosa. Ingresó a un grupo musical denominado Garotos de Lua, pero como no aparecía en los ensayos, luego se retiró.
Poco después se trasladó a Diamantina, Minas Gerais, en donde, según cuentan, se encerraba horas y horas tocando su guitarra y perfeccionando sus acordes. En 1958, Elizeth Cardoso grabó la música “Chega de Saudade”, de Vinícius de Moraes y Tom Jobim, la cual sería inmortalizada por la voz y la guitarra de João Gilberto. Nacía así la bossa nova, el samba de los suburbios llegó a Copacabana. Según Ruy Castro, en un minuto y 59 segundos la bossa nova dividió la cultura brasileña en un antes y después. Su belleza, magia y suavidad llegó para quedarse e influenció significativamente a las generaciones siguientes.
Luego, en 1962, la bossa nova se internacionalizó y llegó por primera vez al Carnegie Hall, en Nueva York. En realidad, la bossa nova había llegado dos años antes a Estados Unidos, de la mano de músicos que visitaron Brasil y se encantaron con ella. Cuenta Walter Silva, productor musical, que el concierto realizado en el Carnegie Hall se dio a partir de un contacto de una grabadora brasileña con el embajador de Brasil en Estados Unidos, Roberto Campos, con el objetivo de divulgar artistas brasileños en aquel país.
El concierto histórico fue realizado el 21 de diciembre de 1962. Había 3.000 personas adentro y miles afuera. Según Silva, antes de que João Gilberto llegara el escenario, el presentador del evento afirmó que la bossa nova era la mejor y mayor influencia que el jazz había tenido. Brasil aprovechó la oportunidad para ofrecer café, que era su principal producto de exportación para Estados Unidos.
Charles Collingwood, en su programa “De Brasil al Carnegie Hall”, intentó definirla: “No se baila como un twist, pero se puede bailar, viene de Brasil, pero no es folclórica, no es jazz, pero también tiene jazz. Como el jazz, ella tiene vocabulario y punto de vistas propios. Difícil de explicar, fácilmente identificable y prácticamente inevitable”. En ese momento, Brasil vivía uno de esos momentos inolvidables. Había ganado el Mundial de Fútbol en Suecia, en 1958, con el estreno de un adolescente de 17 años, Edson Arantes do Nascimento, acompañado por Garrincha, Vavá y Didí. Brasilia, la nueva capital del país, había sido inaugurada por el presidente Juscelino Kubitschek el 21 de abril de 1961. Era un país que transformaba la utopía en realidad, bajo el sonido, la dulzura y la suavidad de la bossa nova.
En días inciertos, la levedad y la gracia de la “Garota de Ipanema”, de Vinícius y Tom Jobim, siguen siendo una energía inspiradora que alienta y da esperanza. Ojalá la música de João Gilberto (“Allá viene Brasil, bajando la loma”) se transforme en realidad y, esta vez, sea por el rescate de un sueño de días suaves y alegres por un Brasil mejor.
João Gilberto no murió ni morirá. Con certeza encontró a Vinícius, Tom, su gran amor Miúcha y hubo fiesta en el cielo, al sonido de la bossa nova.
*Profesora de la Universidad Externado de Colombia.
