Adivina quién viene a cenar

Francisco Gutiérrez Sanín
01 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

¿Cuál era la idea detrás de la política exterior que improvisó nuestro régimen antes de la última reunión del Grupo de Lima? Como suele suceder en estos casos, el grupo en el poder (me refiero a Colombia) se entusiasmó cada vez más con su propia espiral de sobreexcitación, creyendo que por una vía u otra el señor Maduro caería al día siguiente. Los más brutales le apostaron a una invasión estadounidense, con tropas pasando por nuestro territorio; los más cándidos pensaron que no sería Rambo sino Alejandro Sanz quien tumbaría al presidente venezolano (el componente naranja que no podía faltar). En medio del estruendo creciente, el Gobierno de Duque y el grupo en el poder hicieron saberle a la opinión que no verían con malos ojos una intervención. Ahora quieren decir que no: pero es una mentira descarada. Desde Trump hasta Guaidó, pasando por Bolton y decenas de líderes del Centro Democrático, dijeron que “todas las opciones deben estar abiertas”. Duque nunca hizo el menor amago de contradecirlos.

Y entonces llegaron en seguidilla tres baldados de agua fría. Primero, el Grupo de Lima se abstuvo de apoyar una intervención militar. Brasil, que es como el gorila de la jaula latinoamericana, explicó con particular claridad por qué no la avalaría. Segundo, el señor Maduro no se cayó. Sigue ahí. Y tercero, las conversaciones sobre Venezuela pasaron —como era previsible— a otros escenarios internacionales, en donde las cosas son a otro precio. Lo serían inevitablemente, pero el lector debe incluir en la ecuación la relación extremadamente ambigua de Trump con los rusos (para que me entienda Mafe: los soviéticos). El Gobierno colombiano se empezó a quedar sin el pan y sin el queso. Dicho en su lenguaje: sin Alejandro Sanz y sin Rambo, sin la naranja ni la granadilla.

No es que el señor Maduro la tenga fácil. Por una parte, la colosal destrucción del aparato productivo que ha tenido lugar bajo su régimen garantiza que se sigan produciendo turbulencias. Por la otra, ha bloqueado cualquier solución política al impasse venezolano, burlando una y otra vez diferentes intentos de solución política. En este contexto, el término “usurpación” parece apropiado. Pero, al abrir de manera irresponsable la caja de Pandora de una intervención militar, el Gobierno colombiano junto con el de Trump pusieron en alerta a muchos países latinoamericanos en los que al parecer no se ha perdido completamente el sentido común. Además, la gente comenzó a plantearse la pregunta elemental: ¿habrá alguna solución seria al problema que no implique un baño de sangre? Por eso el Grupo de Lima hizo recomendaciones más bien convencionales, aunque para nada inocuas.

Una de ellas fue que la Corte Penal Internacional (CPI) visite Venezuela, para evaluar las graves violaciones de los derechos humanos que están teniendo lugar allí. Estoy completamente de acuerdo. Pero, ¿ya que se van a pegar un viaje tan largo, no les provocará pegarse una pasadita por acá? Los invito cordialmente: así matan dos pájaros de un tiro. Porque la situación de Colombia en este particular es alarmante; me parece que nuestra violencia contra movimientos sociales y opositores —al menos la homicida— sigue siendo peor. Más aún, la deriva antipaz y antilibertades del Gobierno de Duque —a pesar de toda su retórica democrática de cara a la galería internacional— empeora día tras día. No quiere o no puede firmar la ley estatutaria de la JEP, lo cual significa echar por tierra definitivamente cualquier escombro que quede de esa dolorosa tragicomedia que aquí llamamos proceso de paz. Puso a un negacionista a dirigir el Centro de Memoria. Removió a funcionarios probos del Archivo, la Biblioteca y el Museo Nacionales. Es que toca cerrar a cal y canto la puerta del pasado. Lo cual a su vez garantiza la impunidad al amigo del amigo… Si esto no es materia para la CPI, ¿qué podría serlo?

 

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