Agua, cuerpo y tierra

Jaime Arocha
08 de mayo de 2018 - 01:05 a. m.

Por primera vez, SALÍ TEMEROSO e inseguro de una feria del libro. La causa del desasosiego fue la exhibición Voces para transformar a Colombia, simulacro parcial de lo que será el Museo de Memoria Histórica de Colombia. Fui con los profesores Ángela Parra y Ricardo del Molino y seis de sus estudiantes del Área de Cultura del Externado. Sofía González, una de las curadoras de la muestra, nos guió a lo largo de sus tres caminos: tierra —desposesión y restitución—, cuerpo —estigmatización de la diferencia y redignificación— y agua —daños y organizaciones para la resistencia—.

Me referiré con más detalle a las rutas de tierra y agua. De la primera, los mayores impactos fueron por dos cartografías tridimensionales: una, de tres metros cuadrados, incluye unas barritas de madera sostenidas por resortes sobre cada sitio sagrado del pueblo wiwa de la Sierra Nevada de Santa Marta. Liturgia, mitología o teología hermanan a unos centros ceremoniales con otros. Al deterioro de las relaciones específicas las simbolizan cordeles azules si son responsables los megaproyectos llevados a cabo en la zona; rojos por desplazamientos, homicidios y fosas; negros por el conflicto armado; amarillo por la minería ilegal o guaquería; y verde por cultivos ilícitos. La niña o niño que pulse una de las barritas, verá cómo los cordeles mueven otras, mostrando así las distintas afiliaciones entre los lugares sacros y las afectaciones sufridas.

La otra carta involucró dos semicilindros de dos metros y medio de largo, referentes al departamento del Magdalena. Ambos penden del techo a 1,60m del piso. El primero contiene un centenar de rótulos verticales sobre las alianzas para el despojo, agrupados en cuatro categorías: Paramilitares y sus cómplices, incluyendo los firmantes de los pactos de Ralito, Chivolo, Pivijay, Magdalena, Granada y Puerto Berrío, entre otros; Élites locales y parapolíticos que repiten casi todos los nombres del grupo anterior, y Funcionarios públicos, como los del INCORA y Notariado y Registro. Hilos de colores unían a las distintas comunidades de esa región con los respectivos grupos de victimarios, de modo que la malla de complicidades para los desalojos llenaba el espacio. A la derecha, el otro pedazo de la representación de las alianzas para la lucha por la tierra y la restitución, agrupadas por Comunidades y líderes campesinos, Instituciones públicas, Organizaciones y Herramientas para la restitución. La densidad de la trama reparativa dependía de los 51 hilos que identificaban el vínculo de cada ente estatal con alguna de las comunidades victimizadas. La obligatoria comparación de los dos lienzos dejaba una lección clara: ha sido más fácil despojar que reparar, y eso que no aparecieron ni los bufetes de abogados que legitima el Estado, ni rastrojos, ni gaitanistas que liberan a los despojadores de los líderes de la reclamación de tierras.

En el camino del agua aparecían ciénagas desecadas en el Magdalena; pueblos ancestrales fragmentados por la expansión portuaria de Buenaventura o inundados en Córdoba, además del “flubicidio” del Atrato. El secuestro del agua crea ganaderías o plantaciones de palma y así cimienta la confianza inversionista. Hoy aterra que sus responsables hagan todo lo posible para que la ultraderecha vuelva a la Presidencia y garantice la infinitud de la guerra.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

 

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