Al oído de nuestros fanáticos criollos

María Elvira Bonilla
22 de septiembre de 2013 - 10:00 p. m.

La entrevista bomba que acaba de dar el papa Francisco dejó sin apoyo jerárquico el discurso de más de un creyente católico ultramontano y fanático, convertido en ayatolá de la vida privada de los otros, actuando al ritmo de sus creencias.

Dejó sin argumentos, sin elementos siquiera para opinar y mucho menos para legislar, condenar o absolver los comportamientos propios de la vida privada que no afectan la de terceros ni el interés general. Comportamiento que en Colombia tiene sus máximos exponentes en el procurador Alejandro Ordóñez y su delegada Ilva Miryam Hoyos, en los grupos cristianos que hacen política confesional y en líderes que asumen las banderas de la moral con fines electorales o de cruzada contra el mal, como Álvaro Uribe, Fernando Londoño Hoyos, Roberto Gerlein, José Darío Salazar, para citar sólo a los más publicitados.

Cruzados autodesignados de una causa de salvación y rescate de las “buenas costumbres”, que fundamentan su comportamiento y mensaje en las enseñanzas vaticanas. Por esto el papa Francisco con sus palabras y planteamientos sencillos los ha dejado en el aire, a la deriva en su pretendida cruzada moralista. Más de un obispo obediente —¿por ahora?— tendrá que callarse y aplicar el viejo principio del Imperio romano, Roma locuta, causa finita.

Francisco, el jesuita y el jefe de la Iglesia, fue categórico al decir: “Yo no soy quién para juzgar a un homosexual”. Y respecto del aborto hizo la siguiente reflexión: “Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de aquello esta mujer ha vuelto a casa y ahora vive en paz con sus cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el confesor?”.

Perdonarla, como hizo el papa. En contravía a la posición que han asumido los fanáticos católicos que utilizan el poder no sólo para juzgar, condenar y sancionar, sino para legislar. No sólo se obsesionarían en llevar a esta mujer a la cárcel como una asesina. Y para ello viven dedicados, como si fuera el problema mayor de la Nación y de la humanidad, a endurecer la legislación en supuesta defensa de la vida, así a secas.

Para ellos sólo existen sus convicciones, que los rigen para imponerlas a los demás. Hacen casi imposible darle salidas dignas, basadas en el respeto a la libertad y la conciencia del otro, del homosexual (gay, dijo el papa), de quien busca rehacer su vida en un nuevo matrimonio o limitar su descendencia de acuerdo con sus creencias y posibilidades. Y así es también el procurador Ordóñez con sus constantes amenazas a quienes, de acuerdo con su conciencia —no la de Ordóñez— y el apoyo de la ley positiva, realizan abortos consentidos en los casos autorizados.

Los inquisidores de la moral del prójimo deben reflexionar sobre lo que ha dicho el papa, hacer un sincero examen de conciencia y actuar en consecuencia: “La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas. Pero no es posible una injerencia espiritual en la vida personal de nadie”. Claro y veraz estuvo, para que se obedezca.

 

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