Sirirí

Alta Consejería para el Pacífico

Mario Fernando Prado
29 de junio de 2018 - 07:00 a. m.

Llegó el momento de tomar el Pacífico en serio. No más dilaciones. No más promesas incumplidas. No más corrupción. No más acciones aisladas. Es inaplazable desarrollar una gran estrategia de inversiones en materia de salud, educación y vivienda. De solucionar de una vez por todas la carencia de servicios básicos, de llevar la electricidad a los pueblos y caseríos y, por sobre todo, de generar fuentes de trabajo.

Sólo así se podrá combatir el narcotráfico y la violencia que asolan y azotan a los connacionales de nuestra por siempre olvidada costa Pacífica, un reverbero en el que confluyen todas las falencias y las desigualdades de una Colombia que está abocada al caos, si de raíz no se corrigen estas vergüenzas nacionales.

Los cultivos ilícitos, la minería ilegal, las guerras de los carteles y la proliferación de los envíos, en lanchas y minisumergibles, de toneladas de coca, marihuana y demás alucinógenos, producidos en esos lares, se han incrementado exponencialmente sin que hasta ahora haya un plan de erradicación que sea exitoso.

Esta problemática tiene infestados los departamentos de Choco, Valle, Cauca, Nariño e incluso Putumayo, unos más que otros, pero creciente en todos esos territorios.

Cobra, entonces, importancia la idea de crear una Alta Consejería para el Pacífico, iniciativa que fue planteada hace ya varios años y que no fue atendida en su momento. Hoy, por esa dejadez, se nos creció el enano y he ahí los dramáticos resultados.

Un solo ejemplo: ¿Cuántas veces no se alertó al Gobierno Nacional del crecimiento de los cultivos en la zona de Tumaco? Se le dijo y se le mostró una y otra vez y no le paró bolas. Igual sucedió con la rampante corrupción en Buenaventura y las obras inconclusas del hospital, el tren, la doble calzada y ni para qué seguir.Por estas razones, la creación de esa Alta Consejería, exenta de los vicios de la politiquería y manejada técnicamente por personas conocedoras del tema, será el comienzo de la redención del Pacífico colombiano.

Ahí tiene pues la nueva administración nacional la última oportunidad para —y por las buenas— iniciar la gran cruzada que pide a gritos una solución para el infierno en que a duras penas sobreviven.

 

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