Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando perdía duelos importantes, los medios londinenses se referían a él como “el escocés”. Pero eso cambió el 7 de julio de 2013, cuando le ganó la final de Wimbledon a Novak Djokovic, algo que no lograba ningún local desde que Fredd Perry lo hiciera en 1936. Tuvieron que pasar casi 80 años para que alguien lo repitiera. Desde ese día —y para siempre— será el británico Andy Murray.
Llegó al mundo en Dunblane, Escocia. Fue un bebé prematuro. Nació con la rótula bipartita (los huesos de la rótula se mantienen separados en lugar de unirse entre los tres y los siete años, lo que le causa aún hoy dolores muy intensos). Estuvo a punto de morir el 13 de enero de 1996, a los ocho años. Ese día, el excoordinador de los boy scouts Thomas Hamilton entró al gimnasio del colegio y disparó contra el que se le atravesara, antes de suicidarse. Murieron 15 niños de su salón y su profesora. Otras 15 personas, entre ellos 12 niños, resultaron heridos. Andy y su hermano se salvaron porque cuando iban camino al gimnasio oyeron los disparos, corrieron a la oficina del jefe de estudios y se escondieron debajo de una mesa. Andy recuerda que varios de sus amigos murieron y que apenas minutos antes estaban cantando en clase. También recuerda que el asesino estuvo varias veces en el mismo carro con su mamá y su hermano porque lo recogían con frecuencia en el camino.
Seis años después, desesperada por no encontrar la manera de que su hijo pudiera superar el trauma, su mamá, Judy, lo envió a Barcelona a formarse como tenista porque entendió que pegarle a la pelota era la manera inconsciente que había encontrado el muchacho para escapar del horror.
Tal vez gracias a todas las batallas que tuvo que superar contra sí mismo aprendió a sufrir, y esa es la virtud más importante del único tenista que ha sido capaz de ser número uno del mundo en tiempos de Federer, Djokovic y Nadal. Desde el 3 de noviembre de 2003, hace un poco más de 15 años, hasta hoy, solamente Murray ha logrado arrebatarle el número uno a alguno de los tres fantásticos. Además se mantuvo ahí durante 41 semanas. No es tan querido por la afición como ellos tres porque no tiene el mismo carisma, pero tampoco tiene razones para tenerlo.
Con un US Open en el bolsillo (2012) y dos Wimbledon (2013 y 2016), de ser el único tenista que ha ganado el oro olímpico en dos juegos consecutivos (2012 y 2016), una Copa Davis para su país, una ATP Finals, 14 Masters 1.000 y 28 títulos ATP más, Murray ha anunciado entre lágrimas su retiro, si el dolor en su cadera se lo permite, para Wimbledon de este año.
De nada sirvió la artroscopia a la que se sometió el año pasado. No hay nada más difícil que retirarse, de cualquier actividad, por obligación y no en el momento en el que uno lo quisiera hacer. Pero en la vida del gran Murray el destino parece decidir las cosas más importantes de una manera más tosca que en la de los demás.
