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Ángeles al desnudo

Pascual Gaviria

06 de octubre de 2009 - 08:18 p. m.

POCO A POCO LOS PEDÓFILOS NOS irán cercando.

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La amenaza de los proxenetas detrás de las pantallas o agazapados en los hoteles impondrá normas y escrúpulos para ocultar a los niños, para protegerlos siguiendo las normas de un catálogo de exhibición que limite las fantasías de los depravados. La Unicef se encargará del manual de estilo para la manipulación de imágenes de menores de 12 años y una oficina pública vigilará la postura de los pequeños modelos. Ni muy rígidos ni muy sueltos. Muy pronto las clases de natación serán una escena prohibida para los adultos. La lucha contra los perversos incluye siempre una triste paradoja: los censores más férreos terminan contagiados, su lógica acaba por ser más retorcida que la de los propios monstruos. Y poco a poco la sociedad comienza a compartir los malos pensamientos, a anticiparse a las intenciones del pervertido.

Hace una semana, la Unidad de Publicaciones Obscenas de Scotland Yard, les ordenó a los curadores de la Tate Gallery cerrar la sala especial donde se exhibía una fotografía de Brooke Shields luciendo sus 10 años con la actitud y el descaro de una joven estrella que ha pasado los 20. La niña está parada en una bañera, desnuda, mirando desde unos ojos desafiantes y oscurecidos por el maquillaje. El cuerpo de una niña y la cara de quien ya parece saber que será un ícono sexual. Todavía no se insinúa ninguna curva femenina, podría ser un niño jugando sin camisa en el recreo. Según Richard Prince, el hombre detrás de la cámara, ese es justamente el atractivo de la foto: “Un cuerpo con dos sexos diferentes, o quizá más, y una cabeza que parece tener una edad diferente”.

No muy lejos del cuarto oscuro con advertencias donde estaba recluida la foto deben estar los tres cuadros de Balthus que hay en la Tate Gallery. Es un milagro que se hayan salvado de la redada policial. Balthus, un pintor francés de origen polaco, es reconocido por sus escenas de niñas ensoñadas que abren las piernas con un gesto tambaleante entre la inocencia y la provocación. La actitud de Balthus, sus aires de monje aristocrático y su misticismo de bata japonesa, tal vez sirva como antídoto contra la malicia de quienes pretenden salvarnos de la perversidad mediante la imposición de sus visiones y sus pesadillas. Algunas de las niñas de sus cuadros, las hijas de sus amigos, sus propias hijas, se parecen bastante a la Brooke Shields fotografiada para Playboy en 1976. Y las palabras que les dedica en sus memorias son muy cercanas a las de Richard Prince sobre su joven modelo: “Las niñas son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad. Para mí son sencillamente ángeles, de ahí su inocente impudor... Lo morboso se encuentra en otro lado”.

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Los pedófilos son una secta en expansión, cada vez compartimos un poco más su mirada. En el siglo XXI Lewis Carrol no se libraría de una condena por sus fotos de Alicia Liddell, la pequeña musa del país de las maravillas. Una sola de sus opiniones sería prueba irrebatible: “Confieso que no me gustan los niños desnudos en fotografías, siempre parecen necesitar ropa, mientras que uno difícilmente comprende por qué las adorables formas de las niñas tendrían que ser cubiertas”.

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Gracias al Dios de los divinos niños Carroll ya está a salvo. Pero no todos tienen la misma suerte. En México acaba de prenderse una polémica por la autorización de García Márquez para que se haga una película basada en Memorias de mis putas tristes. Algunas críticas lo tachan de apologista de la trata de menores. El cartel de afuera del teatro dirá muy claro: no apta para adultos.

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