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Ante explosión de proporciones globales

Eduardo Barajas Sandoval
15 de septiembre de 2020 - 05:01 a. m.

A pesar de las admoniciones de dolientes y visionarios, en tan solo medio siglo, y ante los ojos de todos, la humanidad se ha encargado, aveces de manera inconsciente y otras en forma deliberada, de acabar con más de dos tercios de la población de especies salvajes de nuestro planeta.

Al presentar el informe anual de su organización, el director general del World Wildlife Fund, Marco Lambertini, ha advertido una vez más del maltrato que los seres humanos causan, de manera acelerada, a la naturaleza. De sus advertencias se deriva la conclusión de que el precio a pagar en el futuro por esa depredación creciente, en los aspectos más insospechados, y por los habitantes de todo el mundo, será muy alto.

Advertencias como la del WWF no eran hasta hace unas décadas objeto de discusión política. El mundo marchaba rampante en uso y abuso de los recursos naturales, y la controversia sobre esa problemática se reducía a círculos de expertos y personas con sensibilidad y conocimiento directo de los hechos. Afortunadamente ellos mismos comenzaron a agitar a tiempo los debates necesarios para darle trámite a la discusión en busca de soluciones e introducirla en la agenda política, primero en el orden interno de diferentes países y luego en el amplio espacio de la comunidad internacional.

Entrelazados, comenzaron a salir de su reclusión en laboratorios y aulas universitarias los asuntos relacionados con la depredación ambiental, el cambio climático y la urgencia de transitar hacia el uso de nuevas fuentes de energía que fuesen renovables y no contaminantes. También fueron apareciendo regulaciones de mayor o menor efecto en la realidad. Pero tal vez lo más importante es que se fue abriendo paso una cultura cada vez más arraigada en favor de todas esas causas. Cultura de la que son portadores generaciones en cuyas manos estará pronto el destino del mundo.

Lambertini, que presentó su informe en asocio de la Sociedad Zoológica de Londres, señaló cómo la deforestación galopante y la expansión indiscriminada de la agricultura figuran como principales factores de la desaparición del sesenta y ocho por ciento de la población de animales salvajes entre 1970 y 2016. Impacto de proporción prácticamente apocalíptica, aunque parezca duro decirlo. Y no puede ser otra cosa, pues se trata de la destrucción de una biodiversidad que se fue configurando, al impulso de la vida en nuestro planeta, a lo largo de milenios. En tiempo cósmico, dentro del cual cincuenta años son un instante, es como si se hubiera producido una explosión de proporciones globales.

Son muchas las consideraciones y preguntas que suscita la denuncia del Director del WWF. La reacción frente a sus advertencias deberá entrar, obligatoriamente a formar parte de la lista de requisitos para la supervivencia misma de la vida, que los seres humanos compartimos a lo largo y ancho del planeta con otras especies. Ese encuentro entre seres vivos, marcado por el ánimo depredador del hombre, plantea no solamente problemas morales, en cuanto a la auto atribución humana de disponer arbitrariamente del destino, y aún de la vida, de animales de toda índole y tamaño, sino problemas de ruptura de ciclos naturales de los que ciertas especies son protagonistas indispensables. Problemas que pueden estar en el origen de nuevas pandemias, de características y consecuencias desconocidas y difíciles de prever.

Es largo y variado ya el desfile de posiciones frente a los retos que implica el manejo de los asuntos ambientales y de aquellos que les son complementarios. Desde un principio aparecen allí preocupaciones sinceras, lecturas pesimistas, invocaciones ilustradas, reclamaciones en uno u otro sentido orientadas por intereses económicos, alternativas sustentadas en consideraciones estratégicas y también decisiones teñidas de intereses políticos. De esa variedad de posiciones y opciones han surgido proyectos académicos, organizaciones no gubernamentales, movimientos ciudadanos e inclusive partidos políticos dedicados esencialmente a la causa de la defensa de la naturaleza.

Sin perjuicio de que la militancia política en favor de la defensa de la naturaleza aloje, como es apenas entendible, auténticos fieles a la causa y también oportunistas tradicionales arropados en bajo el revestimiento de un propósito de cuya nobleza es difícil dudar, no deja de ser benéfico el hecho de que los asuntos propios de la defensa de la naturaleza estén inscritos en lugares cada vez más altos del debate político. Pero el problema radica en la urgencia de pasar, cuanto antes, tópico por tópico, frente a realidades como la que pone de presente el WWF, de la discusión a la acción. Superar la denuncia y la inquietud y producir no solamente compromisos sino resultados.

Lo anterior resulta, por supuesto, mucho más fácil de decir que de hacer, pues implica la convergencia de conciencia, conocimiento, apreciación estratégica, discusión y adopción de políticas públicas, regulaciones adecuadas, prácticas sostenibles y capacidad de hacer cumplir las leyes. Pero es claro, además, que no basta con que todo lo anterior se consiga en el espacio de uno u otro estado, sino que resulta indispensable una acción internacional que congregue la voluntad de sociedades y organismos públicos dentro de propósitos comunes y complementarios. No hay que olvidar que se trata del manejo del verdadero patrimonio común de la humanidad.

En Colombia venimos de celebrar el “Día de los Manatíes”, reliquia de la naturaleza de la que somos depositarios en el Caribe, el Orinoco y el Amazonas. Privilegio de la vida que debemos defender, así se trate de seres a la vez gigantescos pero difíciles de observar, que tienen características excepcionales que, en un futuro, pueden ser objeto de nuevo conocimiento y que pueden guardar claves útiles para nuestra propia supervivencia, siempre y cuando se les proteja y se respeten su hábitat y su libertad.

Tal vez con ilustraciones como esta, que se refiere apenas a una de las miles de miles de especies que cohabitan con nosotros, muchas de las cuáles solo existen en nuestro variado y riquísimo territorio, sea más entendible la advertencia de Marco Lambertini y más viable la acción para producir resultados que detengan la catástrofe de la que somos protagonistas, aún de manera inconsciente.

Para esos efectos tenemos ganado ya un espacio fundamental, como es el del avance de una cultura que, como ya se dijo, se ha abierto paso en las nuevas generaciones. Así será posible fortalecer ese necesario ejercicio de ciudadanía mundial, sin fronteras, que se convierta en aliado de los luchadores por la defensa de la naturaleza y exija, de todos los gobiernos del mundo, no solo compromisos, sino acciones específicas en defensa de la vida en la dimensión animal, de la que puede llegar a depender nuestra propia supervivencia.

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