Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A los 14 años de edad asistí a un Festival Vallenato. Mi primo Carlos Martínez me llevó de paseo a Valledupar. Fue en la Semana Santa de 1973, cuando allí se celebraban con rigor sacramental las procesiones de jueves y viernes santos. Se hacían por la noche, pues con el calor del día serían insoportables para el público y peor para los cargadores de las imágenes que marchaban con túnicas y encapuchados como verdugos inquisidores de la edad medía. Así vestidos también iban los acompañantes, que llevaban antorchas. Para mi edad, la escena era sobrecogedora, pero mi tía Mary y mis primos la presenciaban en una mezcla de morbo y reverencia. Explico esto porque el fervor que los vallenatos demostraban en las celebraciones sacras reflejaba el poder de la iglesia en la provincia.
Pasada la semana de pasión se me extendieron las vacaciones dos semanas más y pude asistir a la sexta versión del festival Vallenato. Era un certamen nuevo, tenía el mismo tiempo que el departamento, creado por Alfonso López Michelsen, su primer gobernador. Ese año ganó un acordeonero legendario, “el pollo vallenato” Luis Enrique Martínez, con el tema “La tijera”. El festival en aquel entonces era un evento sencillo y pueblerino, concurrían juglares de toda la costa que amenizaban las bebetas de gamonales, ganaderos y algodoneros de parranda en el frente o en el patio de sus casas. El pueblo, por su parte, también se enfiestaba, en las tiendas a los que llegaban los conjuntos menos conocidos y más baratos. Ese año había una conmoción especial, es que había asistido al festival, el fundador del festival y primer gobernador del departamento, Dr. Alfonso López, en ese momento en campaña para la presidencia. En mi familia y todos en el valle hablaban del triunfo seguro del líder popular. El compositor Rafael Escalona, íntimo amigo del candidato, le compuso una canción de campaña, un jingle cuyo coro la gente repetía al paso del candidato: “López el pollo, López el gallo, el presidente que Colombia necesita”.
Desde esa vez, Valledupar me pareció un pueblo conservador, todavía no tenía aspecto de ciudad. Supe que el contrabando era muy fuerte, mucha gente se arriesgaba a traer, clandestinamente, productos desde Venezuela. Como era un oficio perseguido y además también había piratería terrestre que atracaba con frecuencia a los contrabandistas. Se vivía una especie de guerra, por lo cual la gente andaba armada, como en un pueblo del oeste. Vi personas luciendo en público el revólver, otra cosa que me llamó la atención fue que los ricos se pavoneaban por las calles en sus carros, suntuosos para la época, y la gente les rendía pleitesía. Los apellidos destacados eran Gnecco, Araújo, Pumarejo, Socarrás. De esas familias ricachonas el pueblo hablaba con orgullo, se sabía que eran los dueños de los grandes hatos ganaderos, de fincas algodoneras y arroceras.
De la música vallenata, fui testigo de su auge y su progreso comercial, empezaron a sobresalir los nombres de Alfredo Gutiérrez, los hermanos López, los Hermanos Zuleta.
Durante la bonanza marimbera, donde fincas en la Sierra se dedicaron al cultivo de la hierba, otros fueron los nuevos ricos, más rústicos que los ganaderos y los contrabandistas, todo el mundo los reconocía, no solo por sus extravagancias, sino, además, porque las orquestas vallenatas los nombraban en las canciones grabadas. Estos saludos eran pagos, por supuesto.
En la actualidad los políticos cachacos siguen asistiendo a los festivales, se codean con los actuales ricachones, casi todos untados de narcotráfico, alcahuetes y financiadores del paramilitarismo, porque tanto en La Guajira como en el Cesar, la usurpación de tierras sigue siendo una práctica de los terratenientes.
Los ídolos de la música vallenata, viven en buena medida, de codearse con las mafias. Ni pena les da subir capos a la tarima cuando están en concierto. Todos los ídolos del vallenato cantaban para el narcoparamilitar Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, primo de Caya Daza, la asesora de Uribe que aparece como la voz negociante en el ñeñe-escándalo. El famoso cantante Poncho Zuleta cada rato sé ufana de ser “paraco”, la gente toma como chiste el descaro y las autoridades ni se toman la molestia de investigarlo.
Así pues que las ufanías del Ñeñe Hernández, apoyando con compra de votos al Uribismo, era público. En Valledupar hasta le festejaban sus tramposerías. Vienen ahora a hacerse los extrañados. ¿Qué tal que averiguaran de la época en que, más que pago por los votos, a la gente en el Cesar se le obligaba a votar con amenaza de muerte. La reelección de Álvaro Uribe en el Cesar provocó movilizaciones de poblaciones enteras, y, bala para los que se negaron.
Usarán toda suerte de artimañas para desvirtuar las evidencias de la compra de votos en la costa (estoy seguro que en Antioquia también), para la elección de Iván Duque. Lo triste es que, la gente en Valledupar, en Barranquilla, a la larga en todo el país, sabe y sabemos que el fraude electoral con los delitos de trasteo y compra de votos es real, pero el partido de gobierno tiene el dominio de las instancias acusatorias. Y nosotros, los ciudadanos, venimos de una tradición de resignación que aún no superamos. Total, los elegidos ilegalmente gobernarán en la impunidad.
