Así es imposible

Pablo Felipe Robledo
29 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

Luego de la controversial decisión de la JEP de no acceder a la extradición de Santrich y de la intempestiva renuncia del fiscal, Duque apeló a la vieja estrategia política de procurar un acuerdo sobre lo fundamental que le permita salir de la crisis institucional causada por esos hechos.

Duque sostuvo varias reuniones con los partidos afines al Gobierno y con algunos de la oposición, seguramente los más proclives a respaldar la institucionalidad y a un Gobierno en crisis, como el Partido Liberal, la U y Cambio Radical.

Nadie duda que la pretensión de concretar un pacto nacional sea loable e indispensable para garantizarle a Duque una gobernabilidad eficiente que congregue a la mayoría de las fuerzas políticas, de opinión y empresariales del país, pues a estas alturas y con lo mal que va el Gobierno y su popularidad, ello es más que necesario para enderezar el rumbo, disminuir la polarización y activar la agenda legislativa, para ver si algún día, ojalá no lejano, nos podamos poner a trabajar en lo que sí resulta vital para Colombia: su desarrollo económico y social.

Sin embargo, las tertulias de Duque con Gaviria, Iragorri y Vargas no dan señales de que exista alguna posibilidad de poder consolidar ese propósito. Todo lo contrario, esas reuniones, más que buscar un consenso, lo que mostraron fueron las infinitas ganas de Duque de plantear un imposible, pues todo se basó en explorar con esos partidos la torpe e insaciable idea de dinamitar los acuerdos de paz. Eso es seguir pensando, con alucinante testarudez, que la fórmula de unión es el retrovisor sobre la paz para refacturar lo que ya fue construido, precisamente, con el apoyo de esos mismos partidos, otrora de gobierno y hoy de oposición.

Es inviable llegar a un acuerdo nacional sobre la agenda de revisar lo negociado. Adicionalmente, es imposible que Duque pueda concretar un acuerdo en esta coyuntura, pues al tiempo que él se esfuerza, por lo menos en apariencia, sus alfiles en el Congreso ejecutan un libreto de odio y polarización que desanima, incluso, al más entusiasta de los compromisarios.

Basta con mirar lo que escriben y dicen, desde Uribe hasta el más desconocido de sus congresistas. Su actuar sistemáticamente incendiario, grosero e intolerante perjudica a Duque en la búsqueda de cualquier consenso y hace inviable encontrar a alguien dispuesto a creer que en verdad se trata de un acuerdo cimentado, aunque sea, en el respeto. Nadie está dispuesto a creer que detrás de los gritos, insultos y constantes arremetidas del uribismo se encuentra un Gobierno uribista con ganas de abandonar la polarización.

Duque debe meterle una alta dosis de buenas maneras y de inteligencia política a su gobierno, si quiere salir del atolladero en que se encuentra por cuenta de la idea de campaña de hacer trizas la paz. Si Duque piensa en grande, puede logarlo; pero si persiste en no salir del cautiverio al que lo tienen sometido sus amigotes, le será imposible, y no solo habrá desperdiciado, como ya lo hizo, su primer año de gobierno sino todo su mandato.

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