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Es un hecho que el cigarrillo produce cáncer. Pero si una persona que no fuma lo hace muy pocas veces en toda su vida, una o dos, claramente NO desarrolla cáncer. En el caso del glifosato existe evidencia no concluyente de que el uso prolongado podría eventualmente producir cáncer, pero NO el uso esporádico una o máximo dos veces por año.
Es infortunada la forma sesgada como muchos pseudoambientalistas han abordado este tema, sin PONDERAR ni poner en la balanza el uso de esta herramienta como una de las alternativas para frenar cultivos ilícitos INDUSTRIALES vs. el absurdo costo de seguir como vamos.
Obvian que los cultivos ilícitos son la causa del asesinato de los líderes sociales, quienes se oponen a esta práctica en sus territorios. No cuentan, además, que para cada hectárea de coca se requiere deforestar anualmente 2,5 hectáreas de selva y riqueza natural, ni que su procesamiento precisa de cerca de 3.000 litros por hectárea/año de una mezcla de gasolina, cemento, ácido sulfúrico, clorhídrico, amoniaco, permanganato de potasio y luego este coctel tóxico es vertido a los ríos porque los cristalizaderos necesitan el agua. Al año se deforestan más de 300.000 hectáreas y se vierten a nuestros ríos y al sistema circulatorio de territorios más de 600.000 m³ de esa sopa tóxica. Lo anterior, sin mencionar la extracción ilícita de minerales, que en el 2018 impactó 93.000 hectáreas.
Más impresionante que el coro de los pseudoambientalistas sobre el glifosato es su SILENCIO frente al verdadero impacto del cultivo y procesamiento de coca y la relación con la muerte de los líderes sociales que caen junto a los territorios que protegen.
Pero también hace más ruido su silencio frente a la tragedia de la extracción ilícita de minerales y de coca, porque está controlada por grupos afines ideológicamente al Foro de São Paulo, como los no desmovilizados de las Farc, el Eln y las comprobadas relaciones con los carteles del Golfo, Caparrapos y de los Soles en Venezuela. Mientras más actividades ilícitas realicen, compran más armas y obtienen mayor control territorial, causando daños colaterales como el asesinato de líderes sociales y el desplazamiento, todo orientado a poner en jaque al Estado y validar una narrativa que ellos han ayudado a construir: que el Estado FALLÓ. Esta situación los lleva después a armar un coro para hablar de paz y tratar de obtener vía negociación lo que políticamente y a través del voto no han conseguido, acorralando además las actividades agropecuarias o mineras legales, que sí pagan impuestos, tienen control del Estado y que, en la minerían producen regalías.
Entonces los falsos ambientalistas gritan en defensa del agua, pero callan frente a su uso en la narcodeforestación o cuando se contamina por las voladuras de oleoductos.
El glifosato NO es una bala de plata para acabar con esta actividad que disuelve a Colombia, pero es una herramienta muy importante y el Gobierno ha planteado un esquema de implementación, siguiendo las sentencias de la Corte Constitucional, que debemos apoyar. Lo triste es que, tanto en la extracción ilícita de minerales como en la producción de coca, el eslabón débil es el minero ancestral y artesanal, así como el campesino pequeño cultivador y el líder social.
