Bioseguridad

Arlene B. Tickner
06 de mayo de 2020 - 02:03 a. m.

Desde hace años la comunidad científica ha advertido sobre el riesgo de que agentes biológicos patógenos naturalmente ocurridos, fabricados intencionalmente o escapados de laboratorios que investigan con ellos, lleven a un cataclismo global.  Dicha preocupación- profecía corresponde a la falta de regulación efectiva de la bioseguridad a nivel internacional, la frecuencia de los accidentes de laboratorio originados en fallas técnicas, así como en el error humano y el aumento de la investigación de patógenos susceptibles de causar pandemias. 

Una fuente especial de intranquilidad han sido los estudios de “ganancia de función” que fuerzan la mutación de los entes biológicos para crear versiones más virulentas y contagiosas de los virus, supuestamente con el fin de anticipar y prevenir las crisis, desarrollar vacunas y perfeccionar la “biodefensa”.  Entre las profundas contradicciones que evidencia este tipo de trabajo -- que se realiza en casi todo el mundo -- es el riesgo a que en su afán por manipular los microbios los científicos terminen sembrando las mismas catástrofes que dicen querer evitar.

Para la muestra, un grupo anónimo de investigadores independientes que se hace llamar Project E ha publicado un informe que se actualiza permanentemente con nuevas informaciones (ver https://project-evidence.github.io/) y que permite pensar que por más que el SARS-CoV-2 no fue hecho artificialmente ni es un arma biológico, es probable que haya originado en alguno de los dos laboratorios biológicos ubicados en Wuhan.Se tratan del Instituto de Virología y el Centro de Control de Enfermedades, ubicados a tan solo 13,8 y 1,4 kilómetros, respectivamente, del Mercado de Mariscos de Huanan, con el que un tercio de los casos documentados de COVID-19 no tenía contacto y que además no vendía ni evidenciaba murciélagos, que se suponen el origen animal del virus.

 En cambio, ambos laboratorios realizaban experimentos con estos, mientras que el Instituto de Virología –uno de los más internacionalizados de China–  hacía investigación de ganancia de función.  Según la revista Newsweek, justamente recibía millones de financiación del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIH) de Estados Unidos para este trabajo, y una nueva fase programada para 2020 acaba de ser cancelada.

Las evidencias disponibles desmienten cualquier conspiración por parte del gobierno chino, recalcan, paradójicamente, la posible responsabilidad compartida de Estados Unidos, confirman la tendencia preocupante de Beijing a ocultar información y evidencian la siniestralidad de Trump, cuyos únicos motivos al culpar a China son eludir su propia incompetencia y satanizar a un “otro” no blanco como estrategia electoral. 

Sin embargo, de ser confirmadas también reiteran la altísima peligrosidad de este tipo de investigación científica, que la mayoría desconocemos, y el inaceptable costo humano, económico, político y social de la inacción mundial.  Si bien existe un marco normativo incipiente para la bioseguridad internacional, los acuerdos y protocolos existentes son laxos frente al trabajo con patógenos, y más preocupados por la supuesta amenaza de las armas biológicas que por el riesgo mucho más latente de los accidentes de laboratorio.  La urgencia de medidas globales más audaces de regulación, inspección y transparencia – si es que en realidad deba permitirse este tipo de “ciencia”– y la necesidad de una adecuada rendición de cuentas para saber lo que realmente ocurrió para prevenir su repetición a futuro no podrían ser más evidentes.

 

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