¡Bogotá, Bogotá, Bogotá!

Antonio Casale
09 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.

No se habla de más en la capital por estos días. Es como si la gente tuviera un balón de fútbol en vez de una cabeza encima de los hombros. Santa Fe y Millonarios le devolvieron la belleza a una ciudad que necesita buenas nuevas.

Todavía no se puede sentenciar una final bogotana. Tolima y América están vivos y venderán cara su eliminación, pero el golpe de autoridad que propinaron Santa Fe en Ibagué y Millonarios en Cali habla de dos equipos serios, sin grandes figuras pero conocedores de sí mismos en sus fortalezas y debilidades.

Dicen que este Santa Fe y este Millonarios se parecen. Relativamente cierto. Los rojos son más aplicados tácticamente, se desentienden de la pelota como parte de su estrategia y su gran fortaleza ofensiva pasa por la pelota quieta. Su gran virtud mental radica en la paciencia para construir los partidos, desesperar al rival y llevarlo al embudo del desespero. Millonarios sufre un poco más en defensa porque trata de atacar más, explota las puntas con Banguero y Palacios, aunque, al igual que Santa Fe, genera pocas opciones de gol y las que genera las aprovecha. Eso sí, lo hace con balón en movimiento y confía en la efectividad que encontró a final de temporada Del Valle, que se asocia bien con Mosquera. Los dos basan su juego en el equilibrio en la mitad, tienen un muy buen medio campo en labores de marca, aunque a los dos les cuesta armar juego después de quitar el balón.

También se parecen en el sacrificio, la concentración y la capacidad para cometer pocos errores que salgan costosos. Esta es la consecuencia de dos nóminas armadas con obreros, que no cuentan con grandes figuras —aunque Santa Fe todavía puede disfrutar de Ómar Pérez por momentos—, y que por eso recurren al orden.

Otra semejanza radica en que son equipos de entrenador. La mano de Gregorio Pérez y de Miguel Ángel Russo es evidente. Son dos técnicos experimentados, capaces de chuparse toda la presión para liberar a sus futbolistas y lograr que así jueguen más sueltos. Como líderes, logran impregnar valores como la paciencia, la concentración máxima y la disciplina a sus dirigidos. Ellos creen ciegamente en su líder y las ganas no se negocian.

Tal vez las versiones de Santa Fe y Millos de otras décadas fueron más líricas, es verdad. Se parecían a la Atenas suramericana que era Bogotá. La ciudad fría pero bella, culta y artística. Pero es que, como diría Maturana, se juega como se vive y hoy la capital es una ciudad que, si bien guarda en su paleta de colores las características de antaño, también es hostil, difícil, contaminada, densa, como sus equipos de fútbol.

Es difícil sentirse orgulloso de algo en esta ciudad por estos tiempos. Santa Fe y Millos nos han devuelto ese sentimiento, aunque sea por unos días. Por mi ciudad, por su gente y por los días difíciles que nunca van a terminar, quiero una final bogotana, aunque como hincha siento que sería muy lindo ganarla, pero sería horrible perderla.

 

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